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martes, 14 de octubre de 2025

 AZAR Y CONTINGENCIA EN LA VIDA

 Azar y contingencia en la vida (Match point)

Ella deambula abatida por el cuidado césped de una gran mansión. Ha comenzado a llover, y él observa a través del cristal de una ventana como desaparece tras un seto… Corre hacia ella, la lluvia acentúa el relieve de sus agitados torsos y el agua que chorrea por sus rostros parece avivar la pasión que se desata con sus besos; mientras ella balbucea un “no podemos hacer esto”, caen rodando sobre un campo de espigas…

Ella es Nola Rice, y él Christ Wilton, los personajes principales de la película Match point –una de las mejores de Woody Allen–, interpretados por Scarlett Johansson y Jonathan Rhys-Meyers.

¿Qué contingencias favorecieron ese tormentoso encuentro? ¿Cuáles fueron las consecuencias de hacer lo que ella temía hacer?

El término azar se suele utilizar para definir sucesos o fenómenos que no tienen una causa bien definida, y que, por tanto, se ignora. En este sentido, figuran como sinónimos caso fortuito y aleatorio, también relacionados con los juegos de azar, en los que generalmente todos los casos son equiprobables.

Aunque en ciertas ocasiones los términos eventualidad, accidente y contingencia se utilizan como sinónimos de azar, en estos tres puede averiguarse la causa; se puede contar de antemano con posibles contingencias, eventualidades o accidentes. De esta forma, tomando como contingencia la posibilidad de que una cosa suceda o no, y siendo potencialmente conscientes de su causa, podemos razonar que a medida que aumenta la complejidad de los niveles de ser material en el universo, hasta llegar a los de ser vivo, aumentan también los grados de libertad de los sucesos y, por lo tanto, la contingencia; esta implica relaciones sistémicas, como las que se dan en las continuas interacciones de la ecósfera entre los agentes bióticos y abióticos.

Venimos al mundo rodeados de contingencias. Ya antes de nacer la contingencia, pero también el azar, condicionan nuestra existencia: ¿qué contingencias hicieron posible que nuestros padres se conocieran? ¿Por qué de los millones de espermatozoides paternos y de los cientos de miles de óvulos maternos –todos diferentes en sus combinaciones de carga genética y epigenética– fueron, precisamente, aquellos dos los que formaron el cigoto del que surgimos… Además, siendo rigurosos en el análisis, tendríamos que remontarnos a nuestros orígenes filogénicos en una infinitud de contingencias y azares –ascendiendo por nuestro árbol genealógico, primero, y por el evolutivo, después– para seguir el hilo de la información biológica que recibimos al nacer; el punto de partida para enfrentar la vida. Pero no son menos importantes para nuestro futuro otras circunstancias: nacemos en un país, dentro de una sociedad y en el seno de una familia con un determinado nivel económico, social y cultural, coyunturas todas que marcan nuestro desarrollo.

Nola y Christ sienten atracción mutua…, si se hubiesen conocido en otras circunstancias, su relación hubiese podido transcurrir de una forma más convencional… de acuerdo a su clase social; pero la contingencia de su encuentro –lo que no era necesario que ocurriera, pero sí posible– los situó frente a frente en el seno de una rica familia londinense. Ella es la novia de Tom –el hijo de la familia Hewett–, y él, su reciente amigo íntimo. De nuevo, los posibles caminos de la vida conducen a ambos a distintas situaciones dentro del ecosistema familiar: mientras que Christ es bien aceptado y se empareja con Chloe –la hermana de Tom–, Nola sufre el rechazo familiar –sobre todo de la madre– y termina yéndose a Estados Unidos cuando su novio comienza una nueva relación con una joven de su misma posición, con la que contrae matrimonio. La causa del abatimiento de Nola la tarde lluviosa en la mansión de los Hewett –cuando se produjo el apasionado encuentro con Christ– fue precisamente el humillante rechazo que acababa de sufrir por parte de la madre de Tom.

A diferencia de Nola, la situación de Christ con los Hewett es inmejorable…, se siente afortunado. De origen irlandés, se gana la vida en Londres como profesor de tenis. Ha sido un profesional destacado –que ha llegado a jugar con cierta brillantez con algún número uno como André Agassi–, pero odia el circuito profesional por el estrés que le genera y porque sabe que el talento es más transpiración que inspiración. Pero sus referencias y buenas formas le han llevado a dar clase en un club de tenis para gente rica. Allí tuvo la suerte de entablar amistad con Tom, y, así, introducirse en la familia Hewett. También enseña a jugar a Chloe –y le comenta a su hermano, de forma desapasionada, que le parece una chica inteligente–, por su parte, ella se siente rápidamente atraída por él, y decide ser su cicerone en museos y teatros; Christ se deja llevar en todo. El noviazgo y posterior matrimonio colman todas sus ambiciones. No puede aspirar a más… Le facilitan un trabajo en la empresa del patriarca familiar, acompañado de un plan de formación empresarial. Christ se siente fascinado con su nueva vida, está de suerte, es su gran oportunidad.

Nola y Christ se conocieron alrededor de una mesa de ping pong en la mansión de campo de los Hewett. Ella seductora, retadora y segura de sí misma –acaba de infringir una derrota aplastante a otro invitado–, dice: ¿quién es mi próxima víctima? ¿tú?, y le propone jugar a mil libras el partido… Él responde: ¿en dónde me he metido? Nola realiza un saque con efecto, difícil de responder…, Pero él devuelve la bola con un sonoro mate… Ella, algo desconcertada, pronuncia un más conciliador: y, ¿en dónde me he metido yo? Christ continúa el ataque con un, ¿me permites?, para, ciñéndola por la cintura y aproximándola a su cuerpo, enseñarle el manejo de la raqueta. Woody Allen muestra, en la escena de su primer encuentro, la química, casi agresiva, que hay entre ellos –tan distinta de la que Christ siente por Chloe–, y también la coincidencia en la frase, ¿en dónde me he metido?, quizá premonitoria de algunas desgracias posteriores.

Las claves del carácter de Christ y Nola se desvelan en sus respectivas confesiones posteriores.

En la primera cena que realizan las dos parejas, Christ plantea la importancia de la suerte, quizá mayor que el talento, frente al “trabajo duro” que defiende Chloe. Él cree en un azar sin propósito, y lo ilustra con: “los científicos confirman, cada vez más, que toda la existencia es fruto del puro azar, sin un fin ni designio”. Nola, que parece darle la razón con su cálida mirada, sigue atentamente la exposición de Christ, quien concluye, rebatiendo a Tom, que “la fe es el camino más fácil” –él ha confesado que su padre se refugió en Jesús tras perder las dos piernas–. Christ y Nola se miran sonrientes, su atracción mutua se ve ahora reforzada por la comprensión.

Por su parte, Nola se confiesa con Christ en un encuentro casual cuando ella va –insegura y contrariada– a un casting… A la salida, después del desastre, Nola necesita tomar una copa. En el bar, se desnuda anímicamente: ella solo era una mujer sexy, que despertaba el deseo de los hombres a su paso, mientras su hermana era la verdaderamente bella: una belleza “clásica” que sus padres presentaban en todos los concursos que podían. También confiesa los problemas de pareja de los padres y las adicciiones de su madre a la bebida y la de su hermana a las drogas. Realmente, Nola solo se muestra segura practicando su voluptuoso juego de seducción, sobre todo con una copa de más. De hecho, Christ –que ha entrado agresivamente en este juego desde la partida de tenis de mesa–, se lo recuerda cuando va a su encuentro la tarde lluviosa: “me gusta cuando bebes, te vuelves coqueta y más segura”.

Tras estos primeros encuentros pasionales, se suceden una serie de altibajos emocionales… En la ópera ella quiere hacer que él frene su impulso y razone: no pueden seguir con esto, ambos están comprometidos y, además, dentro de la misma familia. Poco después, ella se va a los Estados Unidos sin avisar, y él se casa, sin ninguna pasión, con Chloe, que quiere abordar inmediatamente la maternidad. Christ, busca a Nola sin encontrar el medio de ponerse en contacto con ella.

Poco después, durante una visita de Christ, Chloe y una amiga a una galería de arte, reaparece Nola, que acaba de volver a Londres. Él está bajo una gran presión por el trabajo y por las continuas demandas de Chloe para ser madre, pero destila una pasión en la mirada, difícil de disimular, que inquieta a su esposa…                

Desde entonces, Nola y Christ comienzan una tórrida relación con encuentros frecuentes en la casa de ella, en los que contrasta el incansable deseo del fogoso Christ con la desgana y las escusas frente a su esposa, cada vez más exigente por quedarse embarazada. Todo esto se junta con el estrés en el trabajo y algún conocido que dice haberle visto por un barrio poco habitual para los de su estatus social (casualmente el de Nola) … Pero Christ está enloquecido con esta relación, y no repara en nada más, le dice a Nola que se aburre con Chloe y que no sabe que haría sin poder verla…, incluso que podría llegar a dejar a su esposa, cualquier cosa con tal de pasar unas horas más con ella.

El entusiasmo de Christ se desinfla cuando, disfrutando de un puente con toda la familia en la mansión de campo de los Hewitt, Nola comienza a llamarle –primero al móvil y luego al fijo de la casa– de una forma agobiante y peligrosa para él. Cuando se ven, le dice que está embarazada…, no llevaba protección y él no pudo esperar. Christ brama por su “puntería” con Nola, mientras no hay manera de dejar embarazada a Chloe: ¡menuda mala suerte! Ella dice que es porque es un hijo fruto de la verdadera pasión y no de un programa de fertilidad. Él, preocupado por el peligro que se cierne sobre su futuro, le propone abortar, pero ella se niega, dice que no quiere abortar por tercera vez, la última fue con Tom. Ella quiere tenerlo y criarlo con amor junto a él. A Christ, esto le parece imposible.

Al mismo tiempo, Chloe, que ha notado tanto el paulatino distanciamiento de Christ como la acumulación de irregularidades y excusas, le acusa de infidelidad. Él se mantiene firme en su negación; pero se da cuenta de que la situación es insostenible –por la creciente tensión de las continuas mentiras a una y a otra–, sobre todo con Nola que está decidida a hablar con Chloe. En ese momento, decide acabar definitivamente con ella.

Christ comienza a planificar el crimen, cuenta con que Nola vive en un barrio que tiene algunos problemas de delincuencia, fundamentalmente robos relacionados con las drogas. Sabe que la vecina de Nola –una mujer mayor con joyas y que consume algunas drogas– le conoce, y no será difícil que le abra la puerta con alguna excusa…; una vez dentro de su casa la matará y robará joyas y drogas para que parezca obra de delincuentes habituales. El asesinato de Nola debe parecer accidental, un encuentro contingente de los ladrones con ella en su huida. También tiene como coartada, la asistencia con Chloe a una obra de teatro inmediatamente después de los asesinatos.

Para ejecutar su acción, Christ toma una escopeta de caza del armero de su suegro y la porta desarmada en una bolsa de raquetas de tenis, junto a los cartuchos; más tarde, podrá dejar todo en el guardarropa del teatro.

Un día después, cuando salta la noticia en todos los medios, Christ retorna el arma a su sitio, y lanza al Támesis las joyas robadas…, pero un anillo de oro queda en su bolsillo, Christ se da cuenta cuando se está alejando ya, se da la vuelta y lo tira con fuerza al río… Él no lo ve, pero –como tantas veces si vio en los partidos de tenis con las pelotas sobre la red– el anillo choca contra la valla y desafía burlón en el aire hacia qué lado caerá… La película nos muestra que no cae al agua sino al suelo. ¿Está Christ en una racha de mala suerte, tras el embarazo de Nola?

El espectador piensa que sí, a Christ Wilton se le ha acabado la buena suerte, y su crimen irá seguido del consiguiente castigo. Crimen y castigo, la gran novela de Fiódor Dostoyevski, a la que Woody Allen hace referencia en Match point; de una manera explícita en un par de escenas: la primera, en el piso recién alquilado, Christ está en la cama leyendo Crimen y castigo, luego también ojea un libro sobre Dostoyevski; la segunda, en una reunión familiar de los Hewett, los padres y los hijos hablan de Christ, y el patriarca dice que es un tipo interesante y que mantuvo con él una conversación sobre Dostoyevsky. Pero más interesantes aún son las referencias implícitas, aunque con algunos planteamientos diferentes en la psicología y creencias de los personajes: a diferencia de los remordimientos del criminal en Crimen y castigo (que le llevan primero a la cárcel y luego a la redención), Christ resiste las pesadillas en las que dialoga con sus víctimas. En ellas, le dice a Nola:

No fue fácil, pero al llegar el momento pude apretar el gatillo; no conoces a tus vecinos hasta que hay una crisis, aprendes a esconder la conciencia bajo la alfombra y a seguir para dar paso a un orden mayor. Lo correcto sería ser descubierto y castigado, al menos habría una mínima señal de justicia, una mínima cantidad de esperanza de imposible sentido…

Para él, el bien, el mal, la conciencia y Dios son relativos… No hay Dios, y, como plantea Camus, estamos solos en el universo. Recordemos que Christ muestra esa creencia en varias escenas de la película: “los científicos confirman, cada vez más, que toda la existencia es fruto del puro azar, sin un fin ni designio”.

Por su parte, Allen comienza la película con una partida de tenis en la que una pelota rebota en la red, y la escena queda congelada con ella bailando burlona en el aire (igual que pasa con el anillo que choca en la valla sobre el Támesis); la suerte del partido dependerá de hacia qué lado caiga. Poco después, Allen introduce una voz en off que dice: “Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida”. Esta es la posición de Allen en Match point.

La peripecia de Christ Wilton pasa por un momento crítico. La policía le llama para interrogarle por Nola, él reconoce que la conocía de los tiempos en que era novia de Tom…, que la vio por última vez en el museo, junto a su mujer y la amiga…; pero no esperaba que la policía sacara a relucir un diario de Nola donde esta contaba toda su relación con él, hasta la víspera de su trágico fin. Christ aguanta bien el golpe, y argumenta que ha mentido por no hacer daño a su esposa, que van a tener un hijo, y no puede jugarse la felicidad de toda la familia por una sospecha sin fundamento.

No obstante, uno de los inspectores continúa sospechando de Christ. Aquí es donde se produce el golpe de suerte, la bola de partido sobre la red cae de nuevo del lado de Christ: el anillo delator fue recogido por un vagabundo drogadicto que ha sido encontrado muerto (al parecer asesinado por unos colegas) con él en un bolsillo. Este hecho termina con las sospechas del inspector. Christ Wilton puede decir que la suerte le sonríe de nuevo.

 

Las posibilidades del universo y los mundos posibles

A través de su personaje, nihilista y atormentado, Woody Allen nos acerca al paradigma genocéntrico, vigente en la biología, y frecuentemente representado por el libro de Jacques Monod (1971) El azar y la necesidad, donde el científico francés nos dice, entre otras cosas, que la vida en la Tierra es un suceso único, un acierto en la ruleta cósmica. Naturalmente, esto supone la existencia de una información previa y una fórmula o clave informativa que acertar, que incluye una información secuencial (ADN), o mensaje invariante que nos lleva a unas estructuras y performances teleonómicas (esto es, finalismo sin propósito fruto del azar, en la jerga de Monod).

Antes del prefacio, Monod elige dos citas que anuncian sus preocupaciones filosóficas. La primera, de Demócrito, da título al libro: “Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y la necesidad”. La segunda, más larga, es de Albert Camus, en El mito de Sísifo, sobre el destino del ser humano enfrentado a la necesidad de encontrar sentido a la propia existencia en un universo sin dueño. En esta obra, Camus se enfrenta al nihilismo cuando dice: “Sísifo ha comprendido que la vida no tiene ningún sentido en ningún lugar”.

Pero debemos salir del pesimismo implícito en este mito y en sus diferentes interpretaciones, como vimos con Christ Wilton. La ciencia no busca el sentido de las cosas sino cómo son. El universo es, y nos interesa conocer cómo es: descubrir su funcionamiento, sus leyes y su evolución.

Si el universo fuese infinito, en él se podrían realizar continuamente todos los mundos posibles: las infinitas necesidades particulares de los fenómenos materiales y las infinitas contingencias que marquen todas las historias de los sucesos posibles. Así, se podría decir que en la evolución del universo todo está escrito, pero no todo de una vez ni nunca en una historia única. Esta interpretación parece lógica aun en un universo finito, aunque inmenso y con las alternativas de la física cuántica; pero si además existiesen los multiversos, infinitas veces se podrían repetir todas las posibles interacciones materiales, y cada particularidad, cada contingencia, sería una de las infinitas posibilidades más o menos parecidas. Cuesta imaginar esta especulación: un sinfín mareante de interacciones materiales en un espacio-tiempo sin límites. En este escenario, nuestra propia existencia podría repetirse infinitas veces con todas las posibles variantes a partir del nacimiento. El curso de la historia de la humanidad –tal como la conocemos– podría repetirse paso a paso o con variantes mayores o menores según la importancia relativa de los personajes afectados: no sería lo mismo que, en algunas de estas alternativas, muriesen en la infancia Julio César, Napoleón o Hitler a que les sucediera a cualquiera de sus soldados. Y lo mismo podríamos decir de la historia geológica y de la evolución biológica que conocemos. La vida en la Tierra podría haber desaparecido totalmente en alguna de las extinciones masivas de las que tenemos noticia sin que necesariamente hubiesen surgido muchas especies, la humana entre otras.

Pero, además, debemos tener en cuenta que la influencia de las contingencias posibles en nuestra historia y en la evolución biológica marca algunas diferencias con el desarrollo de un proceso físico o de una reacción química. En los niveles de integración inferiores (átomos y moléculas), los fenómenos necesarios –esto es, los que no pueden dejar de ocurrir porque tienen una probabilidad altísima de que se produzcan– dependen aparentemente del azar del movimiento de sus partículas; aunque presentan una tendencia casi finalista a su realización. Por el contrario, en los niveles de integración propios de los seres vivos observaremos una influencia creciente de la contingencia, a pesar de que en ocasiones podamos observarlos como algo parecido a un fenómeno fisicoquímico. En este sentido, desde el siglo XIX se aplica un nuevo método –desarrollado por Boltzmann y denominado termodinámica estadística– al análisis de los procesos de estos niveles inferiores, donde están implicados grandes números de átomos y moléculas y la peripecia individual no importa: solo se tienen en cuenta los valores medios del número de colisiones y la probabilidad de choque. La universal segunda ley de la termodinámica da una apariencia teleológica a la necesidad de todos los fenómenos materiales, incluida la vida, con su imperativo aumento de la entropía. Así, en un fenómeno como la expansión de un gas analizaremos el movimiento de sus moléculas y los choques aleatorios entre ellas –asociados a parámetros físicos como el calor, la presión y la temperatura; de acuerdo con esta ley–, sin importarnos ni las trayectorias ni los cambios de velocidad de estas partículas tras cada impacto. La necesidad de los fenómenos la vemos igualmente en una reacción química como, por ejemplo, la de un ácido y una base: imperativamente se va a producir una sal y agua, independientemente de cuál sea la sucesión de choques fortuitos entre las moléculas concretas. Si pudiésemos numerar las 6,022ּ 1023 moléculas de cada mol de ácido y base, e igualmente pudiéramos seguir el curso de sus choques y transformaciones, veríamos que este es distinto en cada reacción, pero el resultado final es el mismo: sal y agua.

Más parecido a la historia humana, pero intermedio entre esta y las reacciones químicas, es el caso de las migraciones anuales de los ñúes atravesando sabana y ríos. Aunque en estos sucesos aumenta mucho la contingencia, en su estudio no nos importa la vida anterior ni la peripecia de cada ñu en la travesía; el resultado final es parecido cada año en el número de fallecidos y supervivientes.

No obstante, en el análisis de fenómenos que implican grandes números de individualidades la mera observación siempre puede producir cierta confusión. Así, por ejemplo, al contemplar desde una ventana a una multitud moviéndose por una ciudad podríamos pensar que sus desplazamientos son al azar, aunque por experiencia directa sabemos que, en muchos casos, no son simples paseantes sin rumbo: entre ellos hay personas que caminan con una motivación, con una intencionalidad; pero, es más –y aquí aparece la contingencia–, para algunos, una llamada inesperada o un encuentro fortuito puede producir no solo un cambio de dirección sino incluso un giro copernicano en su vida.

En cualquier caso, sea finito o infinito el universo, todas las historias posibles de su evolución material están potencialmente escritas, y, centrándonos en los seres vivos, hay dos formas de escribirlas, de llegar a realizarlas:

·      Del azar a la necesidad finalista de encontrarla codificada en un juego fortuito con las claves informativas de la historia, como propone Monod.

·   De la necesidad imperativa de los fenómenos naturales (interacciones materiales, físicas y químicas), a su selección contingente e integración orgánica funcional como necesidades fisiológicas.

 

Los dos modelos aquí expuestos pueden ilustrarse con un experimento mental. Imaginemos una escena a partir de nuestros monos ancestrales, y con ellos intentemos recrear dos posibles maneras de llegar a escribir todos los libros producidos por la humanidad. En el modelo del azar dispondríamos de muchos monos aporreando teclas de ordenadores para producir escritos; los monos pueden seguir escribiendo en el mismo ordenador sobre el mismo escrito, o en otros ordenadores con nuevos textos…, es difícil calcular cuánto tiempo necesitarían los monos en conseguirlo. Por el contrario, el modelo de la contingencia es el de la evolución de los homínidos a los humanos, con la adquisición del lenguaje y la consiguiente cerebralización, la conquista del medio humano social y la evolución cultural con todos los avances en la comunicación escrita… y todas las contingencias históricas que han llevado a Homero, Cervantes, Darwin… y a todos y cada uno de los autores que han escrito el acervo de libros atesorados por la humanidad, en muy poco tiempo, sin determinismo ni propósito alguno. Todos los escritores y sus obras, pero también todos los humanos y sus particulares historias, aún más, todos los seres vivos que han existido en el planeta Tierra son contingentes: posibles, pero no necesarios; tan posibles e innecesarios como los que resultarían de otras infinitas combinaciones de genes e interacciones desde el origen de la vida… cada individuo con una existencia real tenía una probabilidad cero de existir en un planeta donde las condiciones fisicoquímicas conceden una probabilidad uno a la vida. Así pues, Christ Wilton, junto a los otros personajes de Match point… y todos los seres vivos que habitan o han habitado la Tierra, han tenido un acierto único en este rincón del universo.

En el Cosmos infinito se pueden dar todas las contingencias posibles, pero no todas a la vez.

 Bibliografía

·    Monod, Jacques (1981). El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Tusquets. Barcelona.

·     Ogayar, Alfonso (2024). Evolución: Del árbol de Darwin al telar de la vida. Ensayo sobre la filosofía natural de la información biológica. Caligrama. Sevilla.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

 

DEL INSTINTO AL PENSAMIENTO Y LA CONCIENCIA

 

El impulso animal

Pocas escenas de la naturaleza en plena acción ilustran mejor el impulso animal que la carrera de un guepardo persiguiendo a una gacela… En su frenético avance el felino alterna las extensiones y contracciones de su vigoroso cuerpo: con los músculos tensados al máximo apoya sucesivamente, en rítmica danza, las patas delanteras y traseras –1, 2, izquierda-derecha; 3, 4, derecha izquierda, y viceversa– mientras el cuerpo se encoge cruzando las extremidades anteriores y posteriores para volver a tomar impulso…; esto es, moverse súbitamente con un deseo vehemente exento de reflexión –en este caso, por instinto, tras una presa.

Literalmente, instinto quiere decir impulso o motivación, que se define como una pauta específica y hereditaria de comportamiento adaptativo libre de conciencia, y sin aprendizaje previo en la ontogenia, o desarrollo del individuo. Para llegar a generar un instinto en la filogenia (la historia de la especie), el animal tiene que mantener un comportamiento repetido. El aprendizaje de acciones funcionales repetidas durante un determinado número de generaciones acumula cambios genéticos, epigenéticos y, en general, estructurales que constituyen el sustrato del instinto.

 

Del instinto animal al conocimiento humano

La evolución adaptativa divergente de las extremidades de los mamíferos despliega un abanico de estructuras según sea la funcionalidad específica frente a su medio: lo más frecuente son las extremidades terminadas en uñas, garras, pezuñas… para desplazarse por el suelo; pero también tenemos las alas de los murciélagos, adaptadas al vuelo, y las aletas de las ballenas, delfines, focas… como adaptación al medio acuático.

Dentro de los animales que se mueven por la tierra firme abunda la pentadactilia (con cinco dedos en las extremidades), como, por ejemplo, primates, carnívoros y roedores; aunque también hay grupos, como por ejemplo los jabalíes, ciervos y caballos, que han reducido el número de dedos. En los primates podemos destacar las manos de monos y humanos por su capacidad prensil, gracias a su pulgar oponible, que les permite el desplazamiento por las ramas de los árboles y la manipulación de objetos.

El tránsito desde el impulso animal (meramente instintivo) a la motivación humana hacia el conocimiento está cinematográficamente representado en la, ya clásica, película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio. En la primera parte, titulada El amanecer del hombre, vemos dos grupos de homínidos sedientos que se enfrentan por la posesión de una charca mínima en el lodo. El conflicto se resuelve cuando el líder de uno de los grupos coge un hueso del suelo y golpea al jefe del otro en la cabeza; tras la victoria, lanza el hueso al aire y, en un fundido, este se transforma en una espectacular plataforma espacial donde los tripulantes entran en conflicto con la IA del superordenador HAL. ¡Qué magnifica forma de sintetizar la evolución humana! Desde la mano liberada, que maneja útiles, al desarrollo científico y técnico, pasando por el origen y desarrollo de la palabra y el lenguaje. Kubrick acompaña esta escena con la música del Así hablo Zaratustra, de Richard Strauss.

En el tránsito desde los grandes simios antropoides a los seres humanos, asistimos a una evolución inicialmente biológica, pero que da paso a otra cultural, creadora de ideas y conocimiento de la realidad. En este proceso, partiendo de las capacidades cerebrales de los grandes simios para registrar, asociar y transformar las informaciones del entorno en consciencia individual, pasamos al cerebro humano con nuevas conexiones neuronales asociadas al lenguaje, el pensamiento y la potencial conciencia social sobre el medio que nos rodea.

Podemos imaginar a nuestros antepasados homínidos expulsados del entorno protector del dosel arbóreo, recorriendo desamparados la amplia sabana; presionados por los depredadores que acechan escondidos tras la alta hierba tienden a erguirse y mirar por encima de ella, pero también a juntarse…; aquí, en este momento, no se seleccionan demasiado las capacidades individuales: el “buscavidas” tiene difícil dejar descendencia. La presión selectiva de este entorno hostil motiva principalmente la adopción de la postura erecta y una socialización creciente. Estos comportamientos generaron estructuras que, así, se irían reforzando mutuamente en un progresivo bucle genético-epigenético.

La postura erecta propició la liberación y transformación anatómica de las manos, lo que trajo consigo el manejo de útiles y la complejidad de las acciones humanas. El medio humano es desde sus inicios eminentemente social, y la necesidad de comunicar las acciones supuso un aumento exponencial de significados, lo que, junto a la especialización del aparato fonador, constituyó el sustrato para el origen de la palabra y el desarrollo del lenguaje; todo ello en paralelo al despliegue estructural de las nuevas áreas de la corteza cerebral.  

De acuerdo con Chomsky, la estructura profunda de todas las lenguas sería la misma; no se conocen lenguas primitivas. Además, la adquisición del lenguaje en los niños es un proceso universal, cronológicamente idéntico para todas las lenguas.

Estamos ante el proceso evolutivo que se produjo desde la consciencia primitiva de los homínidos –con cerebros capaces de integrar en escenas mentales toda la información sensorial– a la consciencia humana, donde el lenguaje pasa a ser el director de toda la orquesta sensitiva, organizándola en pensamiento. Esta evolución filogénica está automatizada en la ontogenia humana. Todos los niños nacen con unas capacidades mentales similares y, en cualquier caso, suficientes para su pleno desarrollo en la sociedad. Lo que nos hace humanos son los contenidos de nuestra conciencia social, que tejidos de conocimiento y pensamiento –sobre la base de la consciencia primaria animal– nos deben elevar sobre el instinto, pero también –y eso es más difícil– sobre el egoísmo.

La humanidad ha acumulado conocimiento y cultura que deben estar al alcance de todos. Por ello, impulsemos el pleno cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

lunes, 28 de julio de 2025

 

DUERMEVELA CÓSMICO. DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO A LA ENSOÑACIÓN

La Luna riela sobre el agua, pero no es el mar de Espronceda sino el Lago de Sanabria de Unamuno –su “espejo de soledades”–, que refleja trémula su luz, que es la del Sol; ambos astros tan presentes en el agua como en el cielo… Nuestra estrella omnipresente y generosa, repartiendo luz y calor. Qué distintos de esos otros que veo en la misma bóveda celeste, tan distantes desde su nacimiento, que solo nos llega la luz huérfana de su latir apagado…, como un recuerdo cósmico; pero el recuerdo requiere un corazón que lo caliente y un cerebro que lo albergue en su consciencia. ¿Cuántas consciencias del Cosmos hay en el Cosmos? Contemplamos un misterioso universo material de luces y reflejos engañosos en atómico baile continuo, del que surgen solitarios focos de reflexión en la distancia que va desde su gestación hasta los ecos de su muerte…, la luz y el pensamiento unidos por una palabra.

Miro los juegos mendaces de los brillos que me rodean: el de la Luna en el lago, los de los planetas alineados y de las estrellas en el firmamento…, y mi corazón se agita, y mi mente es un torbellino de reflexiones sobre el universo ordenado y comprensible de los jonios, el Cosmos y sus leyes; lo pasado y lo actual en el espacio y el tiempo de un universo material en evolución.

Pienso en la Tierra y en la vida que la puebla: su origen, naturaleza y evolución. Vuelvo a la luz del Sol… y al agua, que es el espacio, el tejido de la vida, que emerge, segura de sí misma, del baile triangular de dos hidrógenos y un oxígeno, en una solidaridad electrónica que proporciona el necesario dos para para los primeros y un ocho para el segundo. Pero las necesidades regladas de cada cual originan una asimetría en la manera de compartir los electrones…, de manera que se forma un dipolo, muy interactivo, que impulsa una sociedad reticular de moléculas de agua mantenida por puentes de hidrógeno.

Sobre esta estructura, enormemente dinámica, del agua se edifica la vida: las funciones vitales surgen de la selección y ordenamiento de las porciones hidrofílicas e hidrofóbicas de las biomoléculas… El celo del agua por mantener su estructura reticular –aceptando el contacto con lo hidrofílico, y rechazando y empaquetando lo hidrofóbico–, construye las estructuras moleculares que van a evolucionar hacia la vida: el agua es necesaria en su origen y evolución; omnipresente en la ontogenia, filogenia y fisiología de los seres vivos, forma el espacio y el tejido de la vida favoreciendo la interacción de fuerzas débiles entre las biomoléculas.

El cielo raso se muestra exultante. La vía láctea, también llamada “el espinazo de la noche”, contrasta con la bóveda celeste que aparenta soportar. Extasiado, intento imaginar los confines del universo, su infinitud… o, al menos, su expansión desde el Big Bang hasta nosotros, con una incipiente materia en permanente interacción, evolucionando en niveles de integración creciente bajo la acción de las cuatro fuerzas del Cosmos. Pero la evolución no es una potencia activa que oriente su finalidad, sino mera consecuencia de la interacción material incesante: la materia es fundamentalmente masa, energía e interacción.

Embelesado con la contemplación de los planetas visibles y de las estrellas que reconozco, mi mente recorre los escasos conceptos de astrofísica que manejo, muchos difíciles de entender para un lego en la materia como yo: ¿qué quiere decir Big Bang como fluctuación cuántica en un vacío absoluto? Tampoco es fácil de comprender que “con el Big Bang surgió todo de la nada”. Se originó la materia, la energía, el espacio y el tiempo… El 5% de la materia que conocemos, la materia bariónica; y el 26% de materia oscura y 69% de energía oscura, ambas desconocidas, pero detectadas por su efecto sobre la materia bariónica.

Desde Einstein sabemos que el espacio-tiempo está relacionado con el campo gravitatorio: la materia le dice al campo como debe doblarse, y este a la materia como debe moverse. También, gracias a su célebre fórmula E=mc2, conocemos la conversión entre materia y energía. Mi mente sueña con viajar por el espacio: ¿podría darse algún “diálogo” similar de la materia y la energía oscuras con la materia bariónica? Igualmente, ¿podría darse una conversión entre ellas?

Asimismo, se dice que los campos electromagnético y gravitatorio presentan afectación mutua con la materia… ¿Podrían la materia y la energía oscuras formar el tejido espaciotemporal del universo? ¿Quizá la materia oscura el espacio, en interacción gravitatoria con la materia bariónica, y la energía oscura los campos electromagnéticos? ¿Podría existir un universo de materia bariónica donde se alternen procesos de expansión hasta un límite, seguidos de procesos de contracción? Este universo que, de forma aparente, surgiría y desaparecería alternantemente, ¿podría hacer estos ciclos en interacción permanente con un universo eterno de materia y energía oscuras, constituyente del espacio? Es decir, ¿se podría transformar el tejido espacial en materia bariónica y viceversa, con surgencias y sumideros de esta última? 

Todas estas reflexiones me llevan a imaginar el tejido espacial más como la estructura reticular del agua, embebiendo la materia bariónica, que como una sábana que se deforma con la interacción gravitatoria. Esta imagen de nuestro líquido vital como tejido espacial, también me sitúa ante la paradoja de la naturaleza dual de la luz como corpúsculo y onda: pienso en una piedra cayendo a un estanque.

Aturdido por este torbellino de especulaciones cósmicas, mi mente se difumina de nuevo con las luces del firmamento. Vienen a mi cabeza los versos de San Juan de la Cruz: “la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora…” Me inunda la paz rutilante que me rodea, el sosiego se apodera de mí… ¿En qué momento entré en ensoñación?