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miércoles, 10 de septiembre de 2025

 

DEL INSTINTO AL PENSAMIENTO Y LA CONCIENCIA

 

El impulso animal

Pocas escenas de la naturaleza en plena acción ilustran mejor el impulso animal que la carrera de un guepardo persiguiendo a una gacela… En su frenético avance el felino alterna las extensiones y contracciones de su vigoroso cuerpo: con los músculos tensados al máximo apoya sucesivamente, en rítmica danza, las patas delanteras y traseras –1, 2, izquierda-derecha; 3, 4, derecha izquierda, y viceversa– mientras el cuerpo se encoge cruzando las extremidades anteriores y posteriores para volver a tomar impulso…; esto es, moverse súbitamente con un deseo vehemente exento de reflexión –en este caso, por instinto, tras una presa.

Literalmente, instinto quiere decir impulso o motivación, que se define como una pauta específica y hereditaria de comportamiento adaptativo libre de conciencia, y sin aprendizaje previo en la ontogenia, o desarrollo del individuo. Para llegar a generar un instinto en la filogenia (la historia de la especie), el animal tiene que mantener un comportamiento repetido. El aprendizaje de acciones funcionales repetidas durante un determinado número de generaciones acumula cambios genéticos, epigenéticos y, en general, estructurales que constituyen el sustrato del instinto.

 

Del instinto animal al conocimiento humano

La evolución adaptativa divergente de las extremidades de los mamíferos despliega un abanico de estructuras según sea la funcionalidad específica frente a su medio: lo más frecuente son las extremidades terminadas en uñas, garras, pezuñas… para desplazarse por el suelo; pero también tenemos las alas de los murciélagos, adaptadas al vuelo, y las aletas de las ballenas, delfines, focas… como adaptación al medio acuático.

Dentro de los animales que se mueven por la tierra firme abunda la pentadactilia (con cinco dedos en las extremidades), como, por ejemplo, primates, carnívoros y roedores; aunque también hay grupos, como por ejemplo los jabalíes, ciervos y caballos, que han reducido el número de dedos. En los primates podemos destacar las manos de monos y humanos por su capacidad prensil, gracias a su pulgar oponible, que les permite el desplazamiento por las ramas de los árboles y la manipulación de objetos.

El tránsito desde el impulso animal (meramente instintivo) a la motivación humana hacia el conocimiento está cinematográficamente representado en la, ya clásica, película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio. En la primera parte, titulada El amanecer del hombre, vemos dos grupos de homínidos sedientos que se enfrentan por la posesión de una charca mínima en el lodo. El conflicto se resuelve cuando el líder de uno de los grupos coge un hueso del suelo y golpea al jefe del otro en la cabeza; tras la victoria, lanza el hueso al aire y, en un fundido, este se transforma en una espectacular plataforma espacial donde los tripulantes entran en conflicto con la IA del superordenador HAL. ¡Qué magnifica forma de sintetizar la evolución humana! Desde la mano liberada, que maneja útiles, al desarrollo científico y técnico, pasando por el origen y desarrollo de la palabra y el lenguaje. Kubrick acompaña esta escena con la música del Así hablo Zaratustra, de Richard Strauss.

En el tránsito desde los grandes simios antropoides a los seres humanos, asistimos a una evolución inicialmente biológica, pero que da paso a otra cultural, creadora de ideas y conocimiento de la realidad. En este proceso, partiendo de las capacidades cerebrales de los grandes simios para registrar, asociar y transformar las informaciones del entorno en consciencia individual, pasamos al cerebro humano con nuevas conexiones neuronales asociadas al lenguaje, el pensamiento y la potencial conciencia social sobre el medio que nos rodea.

Podemos imaginar a nuestros antepasados homínidos expulsados del entorno protector del dosel arbóreo, recorriendo desamparados la amplia sabana; presionados por los depredadores que acechan escondidos tras la alta hierba tienden a erguirse y mirar por encima de ella, pero también a juntarse…; aquí, en este momento, no se seleccionan demasiado las capacidades individuales: el “buscavidas” tiene difícil dejar descendencia. La presión selectiva de este entorno hostil motiva principalmente la adopción de la postura erecta y una socialización creciente. Estos comportamientos generaron estructuras que, así, se irían reforzando mutuamente en un progresivo bucle genético-epigenético.

La postura erecta propició la liberación y transformación anatómica de las manos, lo que trajo consigo el manejo de útiles y la complejidad de las acciones humanas. El medio humano es desde sus inicios eminentemente social, y la necesidad de comunicar las acciones supuso un aumento exponencial de significados, lo que, junto a la especialización del aparato fonador, constituyó el sustrato para el origen de la palabra y el desarrollo del lenguaje; todo ello en paralelo al despliegue estructural de las nuevas áreas de la corteza cerebral.  

De acuerdo con Chomsky, la estructura profunda de todas las lenguas sería la misma; no se conocen lenguas primitivas. Además, la adquisición del lenguaje en los niños es un proceso universal, cronológicamente idéntico para todas las lenguas.

Estamos ante el proceso evolutivo que se produjo desde la consciencia primitiva de los homínidos –con cerebros capaces de integrar en escenas mentales toda la información sensorial– a la consciencia humana, donde el lenguaje pasa a ser el director de toda la orquesta sensitiva, organizándola en pensamiento. Esta evolución filogénica está automatizada en la ontogenia humana. Todos los niños nacen con unas capacidades mentales similares y, en cualquier caso, suficientes para su pleno desarrollo en la sociedad. Lo que nos hace humanos son los contenidos de nuestra conciencia social, que tejidos de conocimiento y pensamiento –sobre la base de la consciencia primaria animal– nos deben elevar sobre el instinto, pero también –y eso es más difícil– sobre el egoísmo.

La humanidad ha acumulado conocimiento y cultura que deben estar al alcance de todos. Por ello, impulsemos el pleno cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

lunes, 28 de julio de 2025

 

DUERMEVELA CÓSMICO. DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO A LA ENSOÑACIÓN

La Luna riela sobre el agua, pero no es el mar de Espronceda sino el Lago de Sanabria de Unamuno –su “espejo de soledades”–, que refleja trémula su luz, que es la del Sol; ambos astros tan presentes en el agua como en el cielo… Nuestra estrella omnipresente y generosa, repartiendo luz y calor. Qué distintos de esos otros que veo en la misma bóveda celeste, tan distantes desde su nacimiento, que solo nos llega la luz huérfana de su latir apagado…, como un recuerdo cósmico; pero el recuerdo requiere un corazón que lo caliente y un cerebro que lo albergue en su consciencia. ¿Cuántas consciencias del Cosmos hay en el Cosmos? Contemplamos un misterioso universo material de luces y reflejos engañosos en atómico baile continuo, del que surgen solitarios focos de reflexión en la distancia que va desde su gestación hasta los ecos de su muerte…, la luz y el pensamiento unidos por una palabra.

Miro los juegos mendaces de los brillos que me rodean: el de la Luna en el lago, los de los planetas alineados y de las estrellas en el firmamento…, y mi corazón se agita, y mi mente es un torbellino de reflexiones sobre el universo ordenado y comprensible de los jonios, el Cosmos y sus leyes; lo pasado y lo actual en el espacio y el tiempo de un universo material en evolución.

Pienso en la Tierra y en la vida que la puebla: su origen, naturaleza y evolución. Vuelvo a la luz del Sol… y al agua, que es el espacio, el tejido de la vida, que emerge, segura de sí misma, del baile triangular de dos hidrógenos y un oxígeno, en una solidaridad electrónica que proporciona el necesario dos para para los primeros y un ocho para el segundo. Pero las necesidades regladas de cada cual originan una asimetría en la manera de compartir los electrones…, de manera que se forma un dipolo, muy interactivo, que impulsa una sociedad reticular de moléculas de agua mantenida por puentes de hidrógeno.

Sobre esta estructura, enormemente dinámica, del agua se edifica la vida: las funciones vitales surgen de la selección y ordenamiento de las porciones hidrofílicas e hidrofóbicas de las biomoléculas… El celo del agua por mantener su estructura reticular –aceptando el contacto con lo hidrofílico, y rechazando y empaquetando lo hidrofóbico–, construye las estructuras moleculares que van a evolucionar hacia la vida: el agua es necesaria en su origen y evolución; omnipresente en la ontogenia, filogenia y fisiología de los seres vivos, forma el espacio y el tejido de la vida favoreciendo la interacción de fuerzas débiles entre las biomoléculas.

El cielo raso se muestra exultante. La vía láctea, también llamada “el espinazo de la noche”, contrasta con la bóveda celeste que aparenta soportar. Extasiado, intento imaginar los confines del universo, su infinitud… o, al menos, su expansión desde el Big Bang hasta nosotros, con una incipiente materia en permanente interacción, evolucionando en niveles de integración creciente bajo la acción de las cuatro fuerzas del Cosmos. Pero la evolución no es una potencia activa que oriente su finalidad, sino mera consecuencia de la interacción material incesante: la materia es fundamentalmente masa, energía e interacción.

Embelesado con la contemplación de los planetas visibles y de las estrellas que reconozco, mi mente recorre los escasos conceptos de astrofísica que manejo, muchos difíciles de entender para un lego en la materia como yo: ¿qué quiere decir Big Bang como fluctuación cuántica en un vacío absoluto? Tampoco es fácil de comprender que “con el Big Bang surgió todo de la nada”. Se originó la materia, la energía, el espacio y el tiempo… El 5% de la materia que conocemos, la materia bariónica; y el 26% de materia oscura y 69% de energía oscura, ambas desconocidas, pero detectadas por su efecto sobre la materia bariónica.

Desde Einstein sabemos que el espacio-tiempo está relacionado con el campo gravitatorio: la materia le dice al campo como debe doblarse, y este a la materia como debe moverse. También, gracias a su célebre fórmula E=mc2, conocemos la conversión entre materia y energía. Mi mente sueña con viajar por el espacio: ¿podría darse algún “diálogo” similar de la materia y la energía oscuras con la materia bariónica? Igualmente, ¿podría darse una conversión entre ellas?

Asimismo, se dice que los campos electromagnético y gravitatorio presentan afectación mutua con la materia… ¿Podrían la materia y la energía oscuras formar el tejido espaciotemporal del universo? ¿Quizá la materia oscura el espacio, en interacción gravitatoria con la materia bariónica, y la energía oscura los campos electromagnéticos? ¿Podría existir un universo de materia bariónica donde se alternen procesos de expansión hasta un límite, seguidos de procesos de contracción? Este universo que, de forma aparente, surgiría y desaparecería alternantemente, ¿podría hacer estos ciclos en interacción permanente con un universo eterno de materia y energía oscuras, constituyente del espacio? Es decir, ¿se podría transformar el tejido espacial en materia bariónica y viceversa, con surgencias y sumideros de esta última? 

Todas estas reflexiones me llevan a imaginar el tejido espacial más como la estructura reticular del agua, embebiendo la materia bariónica, que como una sábana que se deforma con la interacción gravitatoria. Esta imagen de nuestro líquido vital como tejido espacial, también me sitúa ante la paradoja de la naturaleza dual de la luz como corpúsculo y onda: pienso en una piedra cayendo a un estanque.

Aturdido por este torbellino de especulaciones cósmicas, mi mente se difumina de nuevo con las luces del firmamento. Vienen a mi cabeza los versos de San Juan de la Cruz: “la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora…” Me inunda la paz rutilante que me rodea, el sosiego se apodera de mí… ¿En qué momento entré en ensoñación?

 

jueves, 12 de junio de 2025

 

RESISTENCIA AL SUFRIMIENTO DE LOS MORTALES

 

La palabra resistencia tiene múltiples sinónimos relacionados con la acción y efecto de resistir o resistirse: oposición, rebeldía, rechazo, contestación renuencia, intransigencia, obstinación, negativa, repulsa…

A este respecto, también tenemos antónimos como: abandono, renuncia y rendición.

En una segunda acepción, la capacidad para resistir, encontramos sinónimos como: aguante, fortaleza, fuerza, vigor, potencia, entereza, robustez, solidez, energía, vitalidad, tenacidad, dureza…; pero también antónimos: debilidad, fragilidad, blandura, ternura…

El diccionario de la RAE nos presenta una tercera: “conjunto de las personas que, generalmente de forma clandestina, se oponen con distintos métodos a los invasores de un territorio o a una dictadura”. Y una cuarta referida al psicoanálisis: “oposición del paciente a reconocer sus impulsos o motivaciones inconscientes”.

Por otra parte, también se aplica este término a conceptos de la Física: electricidad, mecánica…

Las acepciones primera, tercera y cuarta hacen referencia a conceptos relacionados con los seres humanos; pertenecen, por tanto, a la naturaleza viva, pero teniendo en cuenta que nosotros somos los únicos animales que, en nuestra evolución cultural, realizamos acciones donde exhibimos un marcado propósito que nos lleva peligrosamente al desequilibrio social. En el resto de los seres vivos, la selección natural cristaliza, en cada instante del conjunto de la ecósfera, el equilibrio entre sus factores bióticos y abióticos, en una evolución sin propósito ni proyecto.

En la segunda acepción, nos encontramos con la capacidad intrínseca para resistir, tanto de la naturaleza inorgánica como de la viva. Así, hablamos de la tenacidad y la dureza de los minerales –refiriéndonos a su resistencia, tanto a la rotura como a ser rayados, respectivamente–, o del aguante, fuerza, vigor, potencia… de atletas, gimnastas, nadadores, deportistas extremos, aventureros y exploradores. En este sentido, todos conocemos auténticas gestas que rozan lo increíble, en ellas se aúnan el carácter y las facultades de las dos primeras acepciones del verbo resistir; pero donde sin duda se tensan al máximo es durante las situaciones extremas de guerras, invasiones, asedios, torturas y exterminio… Son famosas muchas ciudades que, a lo largo de la historia, sufrieron largas y penosas situaciones de sitio: Sagunto, Numancia, Jerusalén, Constantinopla, Madrid, Stalingrado… En estas terribles circunstancias aflora lo mejor y lo peor de la condición humana: la generosidad y la resistencia heroica frente al egoísmo, la crueldad y la opresión.

Pero si hay alguna resistencia que afecte al común de los mortales es precisamente esa, la resistencia a la enfermedad y la muerte.

En la naturaleza, todo surge de las interacciones materiales que integran estructuras ordenadas, pero por imperativo termodinámico los procesos necesariamente tienden al desorden. La vida se resiste al desorden mediante la selección de procesos que tienden al orden… Estos procesos son las funciones vitales, que ralentizan la producción de entropía (como medida del desorden).

El asedio a la vida comienza desde el nacimiento con el progresivo envejecimiento y las enfermedades; tendencias, ambas, que, literalmente, resistimos con eso que llamamos vitalidad.

En el ámbito de lo sobrenatural, algunas religiones afirman que nuestra condición de mortales aparece como una condena bíblica para Adán, Eva y sus descendientes por desobedecer la advertencia divina de no comer los frutos del árbol del conocimiento… Pero ¿es realmente una condena la condición de seres mortales? ¿Deberíamos añorar la inmortalidad como una bendición?

De entrada, igualmente, la inmortalidad aparece también como una condena bíblica divina en la figura del judío errante, castigado por Dios a errar por el mundo hasta el retorno de Jesús a la Tierra, por reírse de él en el Calvario. Este relato se ha considerado en ocasiones como una metáfora de la diáspora judía por castigo divino. Entre los múltiples nombres que ha recibido esta figura errante –en la literatura– está el de Joseph Cartaphilus. Este personaje –condenado a vagar eternamente, sin descanso– aparece en El inmortal, un cuento de Jorge Luis Borges en el que abunda en algunas de sus preocupaciones recurrentes: la inmortalidad y el infinito, como manifestación laberíntica de todas las contingencias posibles… “Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas”.

Efectivamente, la inmortalidad no impide el sufrimiento: dolor, hambre, sed, soledad, enfermedad…, motivos de padecimiento que, en muchos casos, conducen a la liberadora muerte de cualquier ser humano; los cuales, precisamente por la condición de mortales, procuran evitarlos y ofrecen resistencia a sus efectos, conscientes de que el límite finito al daño es la muerte. Así pues, la inmortalidad presenta una perspectiva infinita de sufrimientos inevitables.

Una visión racional de la vida y de la historia de la humanidad nos aleja de metáforas y prodigios, pero no por ello es necesariamente alentadora. La semilla del mal florece en forma de egoísmo con demasiada facilidad en los grupos humanos, y sus manifestaciones y consecuencias son terribles: opresión, encarcelamiento, torturas…, y muerte; en ocasiones de pueblos, grupos o etnias en su conjunto…, lo que denominamos genocidios. Sabemos por la historia de la humanidad que no hay nadie que esté exento de ser potencialmente víctima, pero tampoco de ser verdugo. Las víctimas, hoy, son los palestinos…, y frente a este genocidio, muchos gobiernos manifiestan una resistencia cargada de impotencia, mientras otros van desde una indolente neutralidad a una complicidad genocida. Admira y duele la increíble resistencia del pueblo palestino desde el asentamiento judío en 1947 hasta la actualidad… Todos los intentos de convivencia entre los dos pueblos han sido dinamitados de las formas más diversas por fuerzas poderosas… y, ahora, de nuevo, la crueldad y la muerte avanzan otra vez en la historia de la humanidad: pronto añadiremos a nuestro calendario la solemne celebración de otro holocausto.