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jueves, 10 de mayo de 2018

CIENCIA, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN

En la entrada anterior vimos como Monod distinguía, como propiedades de los seres vivos, entre teleonomía e invariancia, y –para superar la contradicción epistemológica entre el proyecto teleonómico y el postulado de objetividad- proponía que la invariancia debía preceder a la teleonomía. Además, asociaba los ácidos nucleicos a la invariancia y las proteínas a las estructuras y performances teleonómicas.
Por otra parte, Monod plantea también -en el primer capítulo de su libro El azar y la necesidad- que “esta distinción es explícitamente o no, supuesta en todas las teorías, en todas las construcciones ideológicas (religiosas, científicas o metafísicas) relativas a la biosfera y a sus relaciones con el resto del universo.” Más adelante añade que: “El problema central de la biología es esta misma contradicción…”
En el segundo capítulo asigna de forma algo arbitraria a la teoría sintética de la evolución -que él denomina “teoría de la evolución selectiva”- un papel central, ya que “asegura la coherencia epistemológica de la biología y le da un lugar entre las ciencias de la Naturaleza objetiva.” Así las cosas, agrupa a “todas las demás concepciones…que pretenden rendir cuenta de la rareza de los seres vivos, o…arropadas por las ideologías religiosas y la mayoría de los sistemas filosóficos en la hipótesis inversa: que la invariancia es protegida, la ontogenia guiada, la evolución orientada por un principio teleonómico inicial, del que todos esos fenómenos serían manifestaciones.” En esta asociación distingue -con una acepción, en sus palabras, algo particular- dos grupos:
·    Las teorías vitalistas, donde el “principio teleonómico operaría exclusivamente en la biosfera, implicando una distinción radical entre los seres vivos y el universo inanimado”. Aquí, Monod incluye el vitalismo metafísico y el vitalismo cientista.
·      Las teorías animistas, donde operaría un “principio teleonómico universal, responsable de la evolución cósmica, así como de la biosfera… los seres vivos serían los productos más elaborados, más perfectos, de una evolución universalmente orientada que ha culminado, porque debía hacerlo, en el hombre y en la humanidad.” Monod agrupa fundamentalmente, en este apartado, al idealismo de Hegel, a la “fuerza espiritual de ascendencia evolutiva” de Teilhard de Chardin, y, sobre todo, al materialismo dialéctico de Marx y Engels.

No pretendo entrar en el análisis pormenorizado de estas teorías, ni siquiera en si están bien o mal agrupadas por Monod, fundamentalmente quiero llamar la atención acerca de que la ciencia está siempre acompañada, en mayor o menor medida, de la manera de ver o de interpretar la realidad, esto es de ideología, sensu lato: filosófica y religiosa principalmente, en este caso.

Ciencia y filosofía

La ciencia y la filosofía presentan visiones complementarias del conocimiento de la realidad. En la filosofía clásica, antes del nacimiento de la ciencia moderna, la mayoría de los filósofos estaban también implicados en algún campo de la ciencia de su época. Con el surgimiento de la ciencia moderna y sus métodos, de la mano de René Descartes (1596-1650) y Galileo Galilei (1564-1642) entre otros, a la filosofía se le plantea el dilema de su mayor o menor dependencia del poderoso avance del conocimiento científico, teniendo que elegir entre una filosofía de carácter más científico o más especulativo. Algunos filósofos parece que quieren preservar a la filosofía del desarrollo de los conocimientos científicos, intentando evitar la zozobra de verificaciones y falsaciones a las que están expuestas las hipótesis científicas. Por su parte, algunos científicos instalados en lo que Thomas S. Kuhn llama ciencia y cambio normal –en oposición al concepto de cambio revolucionario de los paradigmas científicos- supuestamente huyen de todo tipo de marco ideológico que pudiera contaminar la objetividad de cada investigador cuando aplica un método científico considerado como una receta aséptica y universal para hacer ciencia.

La ciencia es un producto de la actividad humana que nos permite adquirir y acumular conocimiento acerca de la realidad. Esta actividad científica se apoya en el razonamiento lógico, que está en la base de procedimientos y técnicas experimentales, mediante los cuales obtenemos datos rigurosos de la realidad; ya que, la realidad material es experimentable porque ella es regular y experimentadora: contínuo producto de la necesidad y la contingencia.
La acumulación de conocimiento es dinámica y la validez de dicho conocimiento varía con el tiempo. Los datos y, sobre todo, la interpretación teórica de los mismos es cambiante. Cada nuevo marco teórico permite plantear nuevos problemas y conquistar nuevo conocimiento. El encadenamiento histórico de preguntas y respuestas, y las nuevas imágenes de la realidad así logradas, se ha conseguido con la paulatina organización de todo el conocimiento científico para adquirir nuevo conocimiento.
El cemento que une los datos para construir la interpretación teórica está hecho de ciencia pero también de filosofía, y los mismos datos se pueden interpretar de maneras diferentes. Al igual que la ciencia, la filosofía se apoya en el razonamiento lógico; pero ambas se diferencian en las cuestiones que plantean y en la forma de abordarlas. La filosofía se plantea el sentido del mundo: ¿por qué las cosas son? Y la ciencia el modo de ser de la realidad material: ¿cómo son las cosas? Aunque ciencia y filosofía se plantean cuestiones complementarias de la realidad, frecuentemente se ignoran. Particularmente, la ciencia tiene frecuentemente una actitud vergonzante y, en ocasiones, despectiva respecto a la filosofía, aunque en realidad esté impregnada de ésta. Así, corrientemente, se suele tachar de filosófica cualquier teoría alternativa a la ortodoxia de una escuela que detenta el poder y la verdad de la época, sin admitir que esa verdad también está acompañada de filosofía, cuando no de religión más o menos explícita. Más adelante insistiremos en cómo la ideología, sensu lato, de los científicos influye, en mayor o menor medida, en los planteamientos y en las interpretaciones de sus investigaciones. Así, existe una relación biunívoca y dinámica entre conocimiento científico y filosófico, en forma de relación recíproca, previa y posterior (en el planteamiento y en la interpretación), entre hechos y teoría.

La palabra teoría presenta algunos problemas y es, al igual que la palabra filosofía, frecuentemente utilizada como arma arrojadiza por los detractores de una determinada concepción de la realidad. Con este argumento, supuestamente científico, los partidarios del diseño inteligente lograron que en los libros de ciencias, de las escuelas públicas de Dover,  figurara una nota que advertía que “la teoría de la evolución es sólo una teoría, no un hecho científico”. Como señala Stephen Jay Gould, hay que tener en cuenta que, en inglés americano, teoría también significa suposición, conjetura, especulación; y, frecuentemente, es considerada como “dato imperfecto”, devaluada respecto de los hechos.


La teoría guía la investigación

E. Schrödinger resumía la importancia de la teoría en la ciencia con una expresiva frase: “Se trata no tanto de ver lo que aún nadie ha visto, como de pensar lo que todavía nadie ha pensado sobre aquello que todos ven”. Esta frase es parecida a otra previa de J. W. von Goethe: “Todo ha sido ya pensado. El problema es pensarlo de nuevo.”
La frase de Schrödinger marca perfectamente la diferencia entre los hechos -la descripción formal de lo que cualquiera puede ver- y la teoría –la visión mental, la elaboración conceptual, interpretativa de los hechos. Pero, aún más, la frase de Schrödinger da un enorme valor a la teoría, incluso por encima de los hechos. La teoría es la nueva forma de ver, y esta nueva visión permite al científico conquistar nuevo conocimiento. Copérnico, Galileo y toda la humanidad, anterior y posterior a ellos, ha visto, objetivamente, como el Sol sale por el este y se pone por el oeste; pero, desde su nueva visión (desde su teoría heliocéntrica), sabemos que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra sino al revés. Este conocimiento fue la atalaya desde la que la observación del espacio nos ha conducido a nuestra visión actual de un universo en expansión. A este respecto, cuando Darwin, unos años después de realizar su viaje alrededor del mundo –donde observó la mayor parte de los hechos que le llevaron a la idea de la evolución- llegó a elaborar su teoría de la selección natural, exclamó: “Al fin tengo una teoría desde la que poder observar”.
Así pues, los hechos pueden mantenerse, de forma terca e invariante, y existir una o más teorías, coetáneas o no, que los expliquen mejor o peor, y que permitan nuevas observaciones y experimentaciones que las pongan a prueba, esto es, las refuten o no. En este caso, tenemos la evolución biológica como hecho y la selección natural como teoría (junto a otras) para explicar el proceso de la evolución. Las discrepancias teóricas acerca de la evolución no merman en absoluto el hecho de su existencia.

En su conocido libro ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Alan F. Chalmers se plantea: “¿cuál es este método científico que, según se afirma, conduce a resultados especialmente meritorios o fiables?” La palabra ciencia vende, y vemos que cualquier actividad, por inverosímil que sea, quiere gozar de su compañía. Chalmers advierte que “aunque algunos científicos y muchos pseudocientíficos pregonan su apoyo a este método, a ningún filósofo de la ciencia moderno se le escaparan por lo menos alguno de sus defectos…, de forma que no hay ningún método que permita probar…, ni tampoco refutar de un modo concluyente las teorías científicas.” Aunque Chalmers –como también Kuhn- advierten que, paradójicamente para los filósofos de la ciencia, buena parte de estos argumentos “se basan en un análisis detallado de la historia de la ciencia…y que los episodios que se consideran más característicos de los principales adelantos, ya sean las innovaciones de Galileo, Newton, Darwin o Einstein, no se han producido mediante algo similar a los métodos típicamente descritos por los filósofos.”
Para Chalmers, tanto el análisis lógico filosófico como el histórico llevan a la conclusión de que el método científico no puede ser tomado como una receta en la que –haciendo abstracción del conocimiento previo, y otros intereses, del investigador- se practique el ejercicio inductivo de elevar a leyes y teorías los hechos adquiridos a través de una observación y experimentación totalmente objetiva y libre de cualquier juicio previo. Opina que algún tipo de teoría precede siempre a la observación y que, por tanto, los enunciados observacionales presuponen la teoría, y, por lo tanto, pueden ser tan falibles como ésta.

No todos los científicos pueden ser Galileo, Newton, Darwin, Pasteur o Einstein –por citar a algunos de los más conocidos entre los que cambiaron radicalmente nuestra forma de pensar- pero tampoco se hace un auténtico científico sólo con un título universitario, un doctorado o vistiendo una bata blanca. Quizá la diferencia fundamental está en que los grandes científicos, como los antes mencionados, no suelen dejar importantes hechos conocidos sin explicar fuera de sus teorías; o, al menos, no los ignoran. Esa ambición de dar cuenta de todos los hechos importantes, de explicarlo todo en una teoría lo más amplia posible, es lo que distingue al genuino científico. Por el contrario, vemos frecuentemente como muchos científicos, algunos prestigiosos, se dejan buena parte de la realidad sin explicar, y muchas refutaciones de las teorías que enmarcan sus investigaciones sin atender. Para ellos, el punto de vista de los “otros” es sólo teoría o filosofía, mientras que “lo propio” es auténtica ciencia, resultado de la rigurosa aplicación del denominado método científico


Los métodos de la ciencia

Además de lo dicho anteriormente sobre el método científico, podemos añadir que la palabra método define un modo ordenado y sistemático, un procedimiento, para alcanzar un determinado fin. Aunque al hablar de el método científico sólo se habla de las etapas del camino que hay que seguir para adquirir conocimientos en el dominio de las ciencias, conviene subrayar que, por definición epistemológica, el conocimiento científico no puede tener un fin determinado: este conocimiento es resultado del camino seguido paso a paso, no su fin. Como los diferentes campos de estudio de las ciencias son muy variados, no se puede hablar de un único método científico, general para todas las especialidades científicas, aunque todas compartan determinados aspectos metodológicos –matemáticos, estadísticos, analíticos, lógicos, etc.- que les proporcionan el rigor característico del conocimiento científico. Además, es interesante señalar que la ciencia es un proceso dinámico de acumulación de conocimiento, y que cada aplicación de el método científico no conduce, por riguroso que sea el seguimiento ordenado de los pasos prescriptivos, a una verdad objetiva y absoluta. Más bien podríamos decir –parafraseando a Machado- que el camino de la ciencia se hace al andar, y al andar en compañía de la comunidad científica, estableciendo verdades provisionales, y sobre todo operativas, para seguir andando, esto es, estableciendo y explicando hechos de la realidad.


Ciencia y religión

En la traducción al español del libro de Charles Darwin La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, el traductor –Armando García González- realiza una introducción donde habla ampliamente de la controversia que la teoría evolutiva darwiniana ha suscitado desde su salida a la luz hasta nuestros días. Allí analiza que, entre otros importantes frentes, el darwinismo tuvo que afrontar los ataques de científicos creacionistas radicales –sobre todo de filiación católica- que, desde el siglo XIX, han puesto en marcha un importante aparato mediático, editorial, social y político para contrarrestar todo lo posible la para ellos nefasta influencia de las teorías darwinianas.
Otros científicos creacionistas optaron por conciliar sus creencias religiosas con la idea de la evolución biológica, defendiendo la separación de las cuestiones filosóficas y religiosas de los problemas científicos, sobre todo los relacionados con la evolución biológica. También desde el lado del evolucionismo hay biólogos que creen en la ausencia de contradicción entre ciencia y creencia, argumentando que se ocupan de campos muy diferentes. Entre ellos podemos destacar a Francisco José Ayala, ex fraile dominico y discípulo del genetista Theodosius Dobzhansky, uno de los padres de la teoría sintética neodarwinista frecuentemente citado por su célebre sentencia: Nada tiene sentido en biología excepto a la luz de la evolución.
Igualmente, el célebre evolucionista y divulgador científico Stephen Jay Gould también propone -en su libro Ciencia versus religión: un falso conflicto, Barcelona, Editorial Crítica, 2000- que la evolución y la fe religiosa no son incompatibles. Encontramos una argumentación similar en la obra del médico y filósofo Michael Ruse, de la que podemos destacar el libro ¿Puede un darwinista ser cristiano? La relación entre ciencia y religión, Madrid, Siglo XXI, 2007. En este libro Ruse se muestra muy crítico con las posiciones extremas: evolucionistas materialistas como Richard Dawkins pero también con los creacionistas partidarios del diseño inteligente -como el bioquímico católico Michael Behe- separando de los campos de estudio de la ciencia el mundo natural del mundo moral, como el altruismo o el egoísmo, que no están en el ADN. Pero Ruse -en su libro El misterio de los misterios, Tusquets (2001)- también trata el caso de algún importante científico evolucionista que practicaba una excesiva conciliación entre evolución y fe, como el ya citado neodarwinista T. Dobzhansky: “Desde el principio, Dobzhansky reconoció que se dedicó a la empresa evolucionista con una misión, en su caso religiosa: la esperanza de demostrar que la evolución tiene un propósito divino y que el hombre es su producto más perfecto, la apoteosis de un proceso ascendente y progresivo”. Es fácil imaginarse el proceso ascendente, paso a paso, por la escalera de caracol que forma la doble hélice del ADN; pero, naturalmente, todo a la luz de la evolución.

Por otra parte, la postura de la mayoría de los científicos evolucionistas, incluido el propio Darwin, es que la evolución es incompatible con la religión, ya que en consonancia con el postulado de objetividad, ya mencionado, no se pueden aceptar causas sobrenaturales (Dios, milagros) para explicar los procesos biológicos, incluido el origen del hombre. Armando García González señala, al respecto, el supuesto dilema entre la posición religiosa: el hombre es un producto perfecto, creado por Dios a su imagen y semejanza, que degeneró por el pecado; o, por el contrario, según él, la posición evolucionista: el hombre es un mono perfeccionado. Aquí yo veo que se cuela un cierto sesgo teleológico en la posición de algunos evolucionistas – como, por ejemplo, algunos neolamarckistas, entre otros- en cuanto a la tendencia a la perfección de la evolución, especialmente la que conduce a la humanidad y su destino. En el caso de Armando García González rápidamente corrige este sesgo en la siguiente incompatibilidad entre evolución y religión. Mientras que para la evolución no existe propósito alguno; la religión plantea un determinado propósito divino: una vida futura, en el cielo de los católicos y protestantes, o en la tierra, para otras confesiones.
Como señala García González, el debate es tan importante que, en 1997, la revista Nature realizó una encuesta entre biólogos, físicos y matemáticos sobre sus creencias religiosas, resultando que el 40% de los científicos confesaron tenerlas, aunque también se reflejaba que otros las ocultaban por estar mal vistas dentro de la comunidad científica.



Conclusiones

La principal conclusión a la que llego es que debemos preservar y ampliar esa magnífica construcción de la humanidad que llamamos ciencia, vista más desde la grandeza de su desarrollo histórico –en contaste lucha contra la ignorancia y el oscurantismo- que desde la perspectiva de la filosofía o la metodología de la ciencia. Goethe en su Fausto ilustra magníficamente  la contraposición entre filosofía e historia de la ciencia, entre teoría y realidad, cuando dice: Gris querido amigo es toda teoría y verde el árbol aureo de la vida.
Por otra parte, Chalmers opina que: “la función más importante de mi investigación es combatir lo que podríamos llamar la ideología de la ciencia tal como funciona en nuestra sociedad. Esta ideología implica el uso del dudoso concepto de ciencia y el igualmente dudoso concepto de verdad que a menudo va asociado con él, normalmente en defensa de posturas conservadoras.” Las palabras ciencia o método científico no pueden ser utilizadas para defender intereses espurios, bien sean económicos, políticos o de cualquier otra índole. Como ya hemos visto, el científico, como cualquier ser humano, tiene su ideología, e incluso puede tener sentimiento religioso o no, y esta manera de ver el mundo condicionará, inevitablemente, sus perspectivas y sus interpretaciones. Hay que contar con ello. La existencia de una comunidad científica, el desarrollo colectivo de la ciencia, mitiga la subjetividad. Lo que hay que evitar es la utilización ideológica de la ciencia por parte de colectivos interesados. Por el contrario, los científicos, individualmente y en grupo, deben poner en práctica y exigir el máximo ejercicio de rigor metodológico y de honradez intelectual. Criticar algunos aspectos, con apariencia de catecismo, del denominado método científico, no significa que todo vale o que da igual cualquier fuente de conocimiento. Desde la perspectiva de la historia de la ciencia, debemos aprender qué es oro y qué hojalata para el avance del conocimiento científico aplicando rigor y claridad. Rigor en el uso de metodologías y procedimientos -lógicos, analíticos y experimentales- bien acreditados a lo largo de la historia de la ciencia. La utilización rigurosa de estos instrumentos da el máximo de objetividad posible en la investigación científica. Pero también es preciso que los investigadores aporten la mayor claridad y honradez intelectual, explicitando y explicando todos los presupuestos teóricos que enmarcan e interpretan sus investigaciones. No se puede apelar al rigor y objetividad de el método científico, en una investigación aparentemente aséptica, y luego colar de rondón ideología interesada de bajo nivel como supuesto resultado del mismo.
Así pues, es más riguroso hablar de ciencias que de ciencia, y de métodos que de un único método, universal y aséptico, que nos conduzca a la verdad. No podemos considerar el método científico como si fuera un “portero de discoteca” que diga quién puede o no puede pasar al palacio de la ciencia, siguiendo criterios arbitrarios de filosofía de la ciencia que no han superado nunca la perspectiva histórica. Según algunos de esos criterios, K. Popper pone en cuestión la cientificidad de la teoría de la evolución, entre otras cosas.
En cuanto al concepto de verdad -y recordando las frases citadas de Goethe y Schrödinger- la descripción física del universo resultante de las teorías de Aristóteles, Newton o Einstein es muy diferente, al igual que también era muy diferente su metodología. El análisis histórico de estas teorías permite reflexionar no sólo del concepto de verdad, sino también acerca del papel relativo de la filosofía, la experimentación, las matemáticas, etc. en el conocimiento científico; así como del ejercicio de verificación y refutación de las teorías científicas. El avance de la ciencia no supone tanto el añadir nuevos hechos objetivos y sus explicaciones a conocimientos anteriores perfectamente probados, como el ampliar la teoría incluyendo los nuevos hechos.
No sólo es difícil alcanzar la total objetividad en la interpretación de los resultados sino también en el establecimiento de los hechos. Los hechos, como los enunciados observacionales, tienen una carga de subjetividad; no en vano, los hechos deben ser enunciados. El postulado de objetividad sólo atiende a la necesidad epistemológica de evitar cualquier explicación de la realidad en términos de proyecto sobrenatural finalista (Dios, milagros, fuerzas vitales), no a otras interpretaciones posibles. Así, el método científico tampoco actúa como una lupa universal que nos ofreciera una imagen única e inequívoca de la realidad. Cada científico es una lupa distinta que ofrece imágenes diferentes, a veces mucho, de la realidad.
Además, como demuestra la aplicabilidad de la física newtoniana, la experimentación demuestra lo que es aplicable: cómo se comporta, no necesariamente cómo es la realidad. Así, se puede ser científico siguiendo todas las etapas del método canónico o participar sólo en algunas de ellas. Lo importante es alcanzar una interpretación teórica que dé cuenta de todos los hechos significativos. Si aparecen nuevos hechos que no caben en la teoría vigente, hay que cambiar o ampliar la teoría. Así, se pueden elaborar hipótesis y hasta teorías directamente, sin haber realizado experimentos propios, pero siempre apoyándose en datos experimentales y en hechos bien establecidos por otros científicos: modelo de la estructura del ADN de Watson y Crick, hipótesis de Dreyer y Bennet sobre el origen genético de la diversidad de los anticuerpos, teoría de la relatividad de Einstein, entre otros muchos casos.

Los grandes científicos son los que han abierto o siguen abriendo nuevos caminos. Un científico es un explorador, y un explorador no tiene camino por delante. Parafraseando de nuevo a Machado: no hay camino para el científico, por detrás tiene las estelas del conocimiento logrado hasta el momento, y, en su avance un mar de ignorancia.



BIBLIOGRAFÍA




  • El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Jacques Monod (2016). Tusquets Editores.
  • Introducción a la filosofía de la ciencia. Marx W. Wartofsky (1976). Alianza Universidad.
  • Qué es esa cosa llamada ciencia? Alan F. Chalmers (1989). Siglo XXI.
  • La estructura de las revoluciones científicas. Thomas S. Kuhn (1987). Fondo de Cultura Económica.
  • ¿Qué son las revoluciones científicas y otros ensayos? Thomas S. Kuhn (1989). Ediciones Paidós.








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