ORIGEN DE LA VIDA Y ORIGEN DE LA CÉLULA EUCARIOTA
Introducción a la historia de la vida
“La he
estado buscando durante veinte años sin encontrarla, pero no creo que sea una
imposibilidad”
Louis Pasteur escribió esto en 1878
refiriéndose a la generación espontánea de vida. En principio, cuesta creer que
el mismo Pasteur que asestó un golpe mortal a la idea de generación espontánea,
tras los experimentos que la refutaron en 1861, hiciera esta atormentada
confesión; aunque en realidad, lo que estaba buscando Pasteur era entender, de
forma científica, el origen mismo de la vida.
Es difícil definir científicamente la vida,
pero, precisamente, quizá sea su
dificultad la que incite a formulaciones más o menos atrevidas e imprecisas.
Así, nos encontramos con un abanico de definiciones que van desde la filosofía
a la ciencia pasando por la poesía.
En el terreno de la ciencia, podemos tomar
definiciones puramente físicas como la que Erwin Schrödinger nos ofrece en la
página 45 de su libro Qué es la vida
(1944), donde afirma: “la vida se alimenta de entropía negativa”; es decir,
construye estructuras ordenadas, en oposición al aumento de entropía que
predice el Segundo Principio de la Termodinámica.
También tenemos muchas definiciones más
químicas, como, por ejemplo la del programa de exobiología de la NASA: “La vida
es un sistema químico automantenido capaz de evolución darwiniana”.
Igualmente abundan las definiciones más
biológicas, menos reduccionistas, que recogen el consenso de especialistas en
el tema, como esta de Pier Luigi Luisi: “La forma de vida mínima es un sistema
circunscrito por un compartimento semipermeable de su propia fabricación, que
se automantiene produciendo sus propios elementos constitutivos por la
transformación de la energía y de los nutrientes exteriores, gracias a sus
propios mecanismos de producción”.
Estas definiciones de vida, de más a menos
reduccionistas, son meras abstracciones de las propiedades de los seres que
denominamos vivos, definidos por sus funciones singulares: las funciones que,
por ello, clásicamente, denominamos vitales: nutrición, relación y reproducción;
como, de hecho, aparecen implicitamente en la última definición.
Así pues, la vida es una cualidad inherente o
atributo de los sistemas materiales que denominamos seres vivos; y, por lo
tanto, debemos plantearnos qué nivel de complejidad material merece el atributo
de vivo, es decir, a partir de qué nivel de organización de la materia se
cumplen las funciones que denominamos vitales.
Para entender la naturaleza de los seres vivos,
y sus funciones características, es muy importante conocer su proceso de origen
y su evolución. Necesitamos, pues, una perspectiva histórica –en su doble
vertiente de historia de la ciencia y de historia natural, que la primera
pretende desentrañar- para abordar algunas de las principales teorías acerca del
origen de la vida y su evolución.
La controversia acerca de la idea de generación espontánea de vida
El origen de la idea
Aunque incluso las culturas más primitivas y
menos desarrolladas presentan diversas explicaciones acerca de la existencia,
la propia y la del resto de la naturaleza que les rodea, es en la Grecia
clásica donde se plantea, por primera vez, la cuestión del origen y desarrollo
de la vida.
Así, por ejemplo, Anaximandro planteaba que los
seres vivos procedían de un “lodo primordial”.
Por su parte, Aristóteles consideraba la
existencia de la “psyque” o “principio vital” que se manifestaba de modos
diversos en plantas, animales inferiores, superiores y en el hombre. Además
planteaba concepciones muy modernas, como la identidad entre materia viva y
materia inerte, no reconociendo un límite muy claro entre lo vivo y lo no vivo.
Admite, por tanto, la posibilidad de generación espontánea de vida, esto es,
que la materia denominada inerte, no organizada e incapaz de cambio, pueda
adquirir una psique o principio vital -más o menos superior- que le proporcione
naturaleza de ser vivo, esto es, capacidad de cambio.
En Roma predomina una cultura técnica de
concepción materialista.
Podemos destacar a Lucrecio, contrario a las
ideas aristotélicas, que afirma: “Nunca nada ha nacido de la nada”.
En el medievo se redescubre a Aristóteles,
fundamentalmente de la mano de la ciencia islámica, representada, entre otros,
por Avicena y Averroes. En el siglo XIII concluye el proceso de transmisión del
pensamiento aristotélico a Europa por medio de la síntesis escolástica –de la
mano de Tomás de Aquino y Alberto Magno- donde se suman las concepciones
filosóficas y las teológicas de las universidades europeas, bajo el patrocinio
y dirección de las autoridades eclesiásticas. Conviene subrayar que dichas
ideas condicionan las de la ciencia europea durante varios siglos.
El largo proceso de refutación de la generación espontánea
Las ciencias naturales del renacimiento no
consiguen liberarse de la versión escolástica de las ideas aristotélicas. Así,
en esta época era generalmente admitida la idea de que los diversos organismos,
tanto vegetales como animales, se producían de modo natural y normal “de
nuevo”, es decir, de materia inanimada, mediante generación espontánea.
En el siglo XVII, Francesco Redi, empleando el
método experimental, logró demostrar fehacientemente que la carne putrefacta no
“criaba gusanos por si misma”, sino que
aquellos procedían de los huevos previamente depositados por una mosca.
Estos experimentos supusieron un fuerte revés para la teoría de la generación
espontánea, fundamentalmente para los organismos superiores. Pero el inicio de
la microscopía, con Leeuwenhoek, y su desarrollo posterior abrió el campo de la
observación de los microorganismos y la posibilidad de que, estos si, pudiesen
surgir por generación espontánea.
En el siglo XVIII, Lázaro Spallanzani calentó
agua hasta ebullición y, posteriormente, la dejó enfriar evitando su
contaminación. Demostró así que estos microorganismos proceden de huevos y
esporas. Los partidarios de la generación espontánea objetaron que la fuerza
vital no podía entrar con el aire en un recipiente tapado. Con esta
argumentación la idea de generación espontánea duró otros cien años.
A mediados del siglo XIX (1861), Louis Pasteur
ideó unos experimentos para demostrar que los microorganismos sólo aparecían
como contaminantes del aire y no espontáneamente. Utilizó unos frascos en
cuello de cisne -que permitían la entrada de oxígeno, que se consideraba
necesario para la vida- pero que -con sus cuellos largos y curvos- atrapaban
las bacterias, las esporas de los hongos, y otros microorganismos, evitando que
el contenido de los frascos se contaminase. Demostró, así, que si hervía el
líquido del frasco -para matar los microorganismos ya presentes- y se dejaba
intacto el cuello del frasco, no aparecería ningún microorganismo. Alguno de
sus frascos, estériles todavía, siguen exhibiéndose en el Instituto Pasteur.
Sólo si se rompía el cuello del frasco, permitiendo la entrada de gérmenes
contaminantes, aparecían microorganismos. Pasteur proclamó: “La vida es un
germen y un germen es vida”.
Además de refutar la idea de la generación
espontánea, estudios posteriores de Pasteur contribuyeron, junto los de Koch,
al alumbramiento de la teoría microbiana
de las enfermedades infecciosas. Estos grandes eventos supusieron el
nacimiento de la Microbiología como ciencia experimental.
En una visión retrospectiva, lo que Pasteur
realmente demostró fue que no se daba la generación espontánea de vida en las
condiciones especiales que se le asignaban, no que no pudiera haber ocurrido
alguna vez en otras condiciones. Pero la irrebatible refutación de Pasteur, de
la escurridiza idea de
generación espontánea, alejó la posibilidad de un
abordaje científico del origen de la vida desde lo inorgánico, en un escenario
distinto: un planeta Tierra poco después de su formación, junto al sistema
solar. Pero entre los pocos científicos que se plantearon este problema a
finales del XIX nos encontramos con Darwin y, curiosamente, con Pasteur.
Hacia 1837, Darwin estaba totalmente convencido
de la evolución de las especies a partir de un origen común, donde afirma,
entre otras cosas, que la historia evolutiva de los seres vivos podría
remontarse hasta un origen único de la vida. Tras la publicación en 1859 de su
obra más señera: El origen de las
especies por selección natural, Darwin era frecuentemente requerido a que
explicase cómo se había originado la vida. En 1863, en una carta a Joseph
Hooker, escribía: “Por el momento es una pura idiotez pensar en el origen de la
vida; lo mismo podríamos ponernos a pensar en el origen de la materia”. Pero en
1871 escribió de nuevo a Hooker: “Se dice con frecuencia que en la actualidad
se dan todas las condiciones que hayan podido existir en otros tiempos para la
generación de organismos vivos. Pero si….pudiéramos imaginar que en un pequeño
estanque cálido, con toda clase de sales amoniacales y fosfóricas, calor,
electricidad, etc., se formara químicamente un compuesto proteínico, capaz de
experimentar cambios aún más complejos…..” Es evidente que Darwin reconocía que
podían darse circunstancias en las que la vida pudiera surgir espontáneamente a
partir de materiales inorgánicos.
Unos pocos años después (1878) Pasteur se
planteaba también el problema del origen de la vida: “La he estado buscando [la
generación espontánea] durante
veinte años sin encontrarla, pero no creo que sea una imposibilidad”.
Parece probable que ambos, Darwin y Pasteur,
estuviesen influidos por la opinión del evolucionista alemán Ernst Haeckel que,
ya en 1868, afirmaba que los primeros seres vivos pudieron aparecer, en la
Tierra primitiva, por agrupación espontánea de sustancias químicas. Posteriormente,
la selección natural nos llevaría hasta las formas de vida actuales. Así pues,
Haeckel proponía ya, de forma pionera, una evolución química prebiótica y otra
biótica darwiniana.
El vitalismo perdura tras la refutación de la generación espontánea
Hemos visto como la idea de generación
espontánea de vida ha ido siempre acompañada de un “principio” o “fuerza vital”
que transformase la materia inanimada en materia viva. Para los vitalistas
ninguna parte aislada de un organismo estaba viva; por el contrario, las
propiedades de la materia viva eran de alguna manera compartidas por todo el
conjunto del organismo. El fin de la generación espontánea y el establecimiento
de la teoría celular –que situaba a la célula como unidad elemental de vida-
acabaron definitivamente con esta versión del vitalismo, pero no del todo con
él. Antes de continuar, conviene aquí recordar que el vitalista Aristóteles
mantenía, sin embargo, una concepción muy avanzada sobre la identidad entre
materia viva y materia inerte.
En este estado de cosas y de forma paradójica,
Schwann y Pasteur, fundamentalmente, se convierten en abanderados de una nueva
formulación vitalista, en la que sostienen que las actividades químicas que
realizan los tejidos vivos no se pueden realizar en condiciones experimentales
de laboratorio y establecen, así, dos categorías de reacciones: las “químicas”
y las “vitales”.
Frente a los nuevos vitalistas se alzaban los
reduccionistas, así llamados porque creían que los complejos procesos de los
sistemas biológicos podrían reducirse a otros más simples. El primer éxito de
los reduccionistas vino de la mano del químico alemán Fiedrich Wöhler, cuando
convirtió una molécula inorgánica, el cianato de amonio, en una orgánica, la
urea.
No obstante, las afirmaciones de los vitalistas
se fortalecieron porque, a medida que los conocimientos químicos mejoraban, se
hallaron en los tejidos vivos muchos compuestos nuevos que jamás se habían
visto en el mundo de lo no vivo o inorgánico. A finales de la década de 1880 el
principal vitalista era Louis Pasteur, quien sostenía que los maravillosos
cambios que tienen lugar al transformar el jugo de las frutas en vino eran
“vitales” y sólo podían realizarlos las células vivas, es decir, las células de
levadura.
En 1898, los químicos alemanes Eduard y Hans
Büchner demostraron que una sustancia extraída de las células de levadura podía
producir fermentación fuera de la célula viva. A esta sustancia se la denominó
“enzima” (de la palabra griega zyme, que significa “levadura” o “fermento”. Se
demostró que una reacción “vital” era química, cesando así la polémica con los
vitalistas, y sentando las bases de la Bioquímica como ciencia.
No obstante la victoria de los reduccionistas
sobre el vitalismo, las escuelas francesa (que enarbolaba la bandera de la
célula como unidad vital) y alemana (más reduccionista y que veía a las
proteínas como protagonista de las reacciones químicas en los seres vivos)
mantuvieron el enfrentamiento en diversos frentes.
Uno de ellos fue en la naciente Inmunología,
donde la escuela francesa defendió la inmunidad celular, de la mano de Elie
Metchnikoff (1845-1916), científico de origen ruso afincado en Francia.
Metchnikoff descubrió el macrófago, una célula capaz de fagocitar muchos tipos
de microorganismos.
Por su parte, la escuela alemana desarrolló la
Inmunoquímica y defendió la inmunidad denominada humoral, por centrarse en los
anticuerpos y otras proteínas presentes en los líquidos o humores del
organismo. Su principal representante es Paul Ehrlich (1854-1915).
A pesar de que el progreso de la biología ha
superado e integrado conceptualmente estas diferencias, todavía se mantienen las
denominaciones: química inorgánica y orgánica, e inmunidad celular y humoral.
El abordaje científico del problema del origen de la vida
Por todo lo dicho hasta ahora, si bien la
biología comenzó su desarrollo, como ciencia experimental, dentro del marco
teórico proporcionado por la teoría de la evolución -en combinación con la
teoría celular- los primeros resultados de dicho desarrollo fueron dos grandes
ramas, relativamente independientes: 1) el aislamiento y caracterización
química de las sustancias celulares, la Bioquímica, y 2) el estudio de la
herencia de los caracteres de animales y plantas, la Genética.
Este desarrollo de la biología, alrededor de
1900, fue preparando el abordaje científico del problema del origen de la vida,
una vez superados tanto el planteamiento vitalista original de la idea de
generación espontánea como el neovitalismo de Pasteur, que circunscribía las
reacciones químicas vitales al nivel celular.
Así pues, por una parte, hacía falta un
abordaje inicialmente reduccionista del problema, para imaginar y reconstruir
el posible camino recorrido desde el nivel molecular al celular o, dicho de
otra forma, desde el mundo de lo inorgánico al organismo vivo.
Por otra parte, como ya sabemos, la unidad de
vida, esto es, el nivel más elemental de ser vivo que realiza las funciones
vitales esenciales, es la célula. Así pues, el planteamiento no reduccionista- del
problema también requiere definir qué sistemas integrados en el organismo
celular, esto es, qué partes estructural y funcionalmente definidas dentro del
todo celular, son imprescindibles para considerar que estamos ante una unidad
de vida.
Evolución precelular. Primeras hipótesis abiogénicas
Una vez que la bioquímica ha caracterizado los principales tipos de biomoléculas
(glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos) y sus monómeros
constituyentes, uno de los primeros problemas a abordar es el de cómo se
pudieron formar estas biomoléculas a partir del escenario geológico inorgánico
de la Tierra primitiva. Después de la formación de monómeros orgánicos y, en su
caso, de los biopolímeros correspondientes, hay que reconstruir el camino de
coevolución que les condujo a la formación de los sistemas celulares
esenciales, primero, y de la célula primitiva después.
En 1924, el bioquímico soviético Alexander
Ivanovitch Oparin –reconocido como el pionero en la consideración del origen no
biológico (abiogénico) de la vida- escribió la primera versión de su conocido
libro: El origen de la vida. En 1929,
J.B.S. Haldane publicó un artículo también titulado El origen de la vida, donde proponía un modelo similar al de
Oparin. La hipótesis central del modelo Oparin-Haldane suponía que las
condiciones fisicoquímicas ambientales, en los inicios de la Tierra dentro del
Sistema Solar, eran muy diferentes de las condiciones actuales. Planteaban que
la atmósfera primitiva de la Tierra era reductora (y no oxidante como la
actual) y que estaría formada por hidrógeno, metano, amoniaco, dióxido de
carbono y vapor de agua. Los rayos ultravioleta del Sol constituían la fuente
energética primordial suficiente para hacer reaccionar estas moléculas
sencillas originando compuestos orgánicos, que se acumularían en el seno de
mares someros, formando la denominada sopa primitiva. Posteriormente, algunos
de estos compuestos se recombinarían para originar polímeros más complejos, entre
los cuales se seleccionarían las biomoléculas conocidas: polisacáridos, proteínas,
ácidos nucleicos y lípidos, como los fosfolípidos, entre otras biomoléculas.
Polimerización y formación de protobiontes
Las reacciones de polimerización se verían
beneficiadas por procesos que permitieran la concentración de moléculas
orgánicas en la sopa prebiótica, y, por tanto, favorecieran las interacciones
entre moléculas. Entre otros citaremos dos:
· La evaporación del agua en las orillas de
océanos y lagos.
· La acción de ciertos compuestos arcillosos –del
tipo de la montmorillonita- que pueden servir de catalizadores de la
polimerización, pues en su estructura aparecen capas de silicatos amontonadas,
entre las que se disponen capas de agua, que permiten el acceso de moléculas
orgánicas procedentes de la sopa primitiva.
Las capas de silicatos ofrecen una enorme
superficie de adsorción donde se concentran las moléculas orgánicas, y
presentan además cargas eléctricas, positivas y negativas, que pudieran actuar
como centros catalíticos de las primeras reacciones de polimerización. Se
dispondría, así, de una suerte de catálisis mineral previa a la enzimática.
Por otra parte, las arcillas crecen por
yuxtaposición, disponiendo sus nuevas capas según el molde de las anteriores.
Se daría, por tanto, una especie de “herencia mineral” previa a la biológica.
Estos polímeros disueltos en la “sopa
primitiva” se concentraron en el interior de pequeñas gotas que posteriormente
darían lugar a los protobiontes o progenotes, ancestros de los primeros seres
vivos, y dotados de una química e identidad propias.
Así pues, en la sopa primitiva, a partir de la
unión de aminoácidos se formaron proteínas, y de la unión de nucleótidos se
formaron ácidos nucleícos: ARN y ADN. Estas tres biomoléculas son fundamentales
para los seres vivos, ya que son portadoras de información biológica: además de
la información estructural intrínseca a sus conformaciones -que determina sus
interacciones con otras moléculas- poseen información secuencial intrínseca al
orden o secuencia de sus monómeros constituyentes –que condiciona su estructura
espacial.
En este punto del abordaje biológico del origen
de la vida y su evolución, ya es un clásico que se plantee la versión moderna
de la clásica paradoja del huevo y la gallina: ¿quiénes fueron primero? ¿Las
proteínas o los ácidos nucleicos?
¿Mundo de proteínas o mundo de ARN?
Los ácidos nucleicos son portadores de la
información genética: llevan en las secuencias de nucleótidos de sus genes la
información para, mediante el código genético, la síntesis de cadenas
polipeptídicas que exhiban el orden
correspondiente en sus secuencias de aminoácidos. Pero, por otra parte, las
proteínas son necesarias para ejecutar todas las funciones de los seres vivos,
entre otras el manejo absoluto de los ácidos nucleicos: replicación del ADN, su
transcripción a todos los tipos de ARN y su traducción a polipéptidos;
formación de los distintos estados de empaquetamiento de la cromatina hasta
llegar a cromosomas, entre otras muchas acciones.
En un resumen histórico, necesariamente
simplista, podemos decir que, en sus inicios, el abordaje científico del
problema del origen abiótico de la vida consideraba a las proteínas como la
biomolécula esencial. Por una parte, estaban los que no podían plantearse está
disyuntiva, como Darwin, en su carta a Hooker –que no sólo no conocía los
trabajos de Mendel sino que tampoco podía asociar el ADN, recién descubierto en
1869 por Miescher, con la herencia- e, igualmente, estaba Pasteur.
Por otra parte, los científicos que, o bien
iniciaron sus trabajos poco antes del inicio de la polémica, o bien ya en plena
polémica. Entre estos podemos destacar, como partidarios de las proteínas, al,
ya citado, A. I. Oparin y su modelo de los coacervados (1924); a S. Miller, que
realizó un ensayo (1953) de la teoría de Oparin, en el laboratorio de H. C.
Urey; y a S. Fox, con su modelo de proteinoides termales formadores de
microsferas, desarrollado desde la década de 1960 hasta la de 1980.
Oparin observó la tendencia de las soluciones
acuosas de polímeros a agruparse espontáneamente originando pequeñas gotitas a
las que denominó coacervados. Oparin construía estos sistemas artificiales
mediante la incorporación de enzimas en el interior de las gotitas. Cuando la
gotita alcanzaba un tamaño crítico se producía su división en dos, que a su vez
continuaban creciendo siempre que dispusieran de enzima en su interior. El
problema es que tanto el metabolismo en el interior de las gotitas, como su
crecimiento y multiplicación, dependían de la presencia de una enzima de
procedencia celular.
Sidney Fox intentó corregir este problema
creando un tipo de coacervado con actividad catalítica inherente a su propia
estructura y proceso de formación, y, por lo tanto más cercano a lo que
pudieron ser los protobiontes primitivos.
Partiendo de mezclas de aminoácidos, las
desecaba y calentaba a 130º C, observando la formación de polipéptidos a los
que denominó proteinoides termales, por ser unas condiciones similares a las de
volcanes próximos al mar. También observó que cuando se calienta una solución
de proteinoides a temperaturas entre 130ºC y 180ºC, éstos se agrupan para
formar pequeñas microesferas -rodeadas de una membrana parecida a la doble capa
lipídica- que, con una actividad enzimática poco específica, crecen y se
dividen por procesos de bipartición y gemación.
No obstante, tanto las microesferas de Fox como
los coacervados de Oparin carecen de mecanismos de herencia genética de la información
biológica conquistada; aunque tienen a su favor la mucho mayor facilidad de
formación y conservación de los monómeros de las proteínas que los de los
ácidos nucleicos. Esto se comprueba, tanto en los experimentos de laboratorio
como en el análisis molecular de meteoritos.
Por su parte, los partidarios de los ácidos
nucleicos están en el origen mismo de la polémica, que ya viene del
planteamiento de cuál es la naturaleza química del material hereditario, que
concluye en 1953 con la determinación de la estructura tridimensional de la
molécula del ADN. Aunque en un principio los investigadores centraban el
problema en el ADN, desde los años 1960 y, sobre todo, a principios de la
década de 1980, con el descubrimiento de cierta actividad autocatalítica en el
ARN, esta molécula pasó a ocupar el papel central en el origen de la vida. S.
Altman y T. Cech demostraron que el ARN es capaz de catalizar una serie de
reacciones, incluida la polimerización de nucleótidos. Por lo tanto, el ARN era
capaz de servir como molde para catalizar su propia replicación.
En 1986, W. Gilbert propone que el ARN constituyó
el primer sistema genético en un “mundo de ARN” previo al ADN: todas las
funciones celulares esenciales habrían sido realizadas por el ARN.
Además, el análisis cristalográfico
del ribosoma, realizado por el equipo de Thomas Steiz, muestra que el sitio de
unión de los aminoácidos (centro peptidil-transferasa) esta formado
íntegramente por ARN. No obstante, la participación de moléculas nucleotídicas
en las reacciones enzimáticas no es nueva, ya que muchas coenzimas tienen esta
naturaleza.
Este modelo ha pasado a ser, con algunas
modificaciones, el preferido por buena parte de los investigadores actuales.
Una visión proteocéntrica del origen de la vida y la evolución
La persistente y, en ocasiones, agria polémica
entre los partidarios de las proteínas y los partidarios del ARN conllevaba
asociada la cuestión de ¿cuál de los sistemas integrantes del organismo celular
era el prioritario en el origen de la vida? ¿El metabolismo, asociado
fundamentalmente a los partidarios de las proteínas, o la replicación, preferentemente
asociada a los partidarios del ARN?
Volviendo al final del vitalismo, los hermanos
Büchner -y en general la escuela de bioquímica alemana- descubren realmente, en
la actividad de las proteínas, un nivel subcelular de agente biológico que
gobierna el ambiente molecular. Conviene recordar que la teoría celular nos
marca el nivel de exigencia mínimo para definir un ser vivo, pero puede haber
agentes biológicos subcelulares -como, por ejemplo, virus, viroides y priones-
relacionados preferentemente con alguno de los sistemas celulares. Por analogía
con el organismo animal, los sistemas mínimos que integran el organismo celular
responden a la realización de las funciones vitales: nutrición, relación y
reproducción. Actualmente hay consenso en considerar como necesarios para realizar
las funciones vitales esenciales de la vida un mínimo de tres sistemas
celulares: compartimento, metabolismo y replicación.
Llamamos nutrición a un intercambio de materia
y energía con el entorno, lo que implica un límite entre el ser vivo y el
ambiente que lo rodea -esto es algún tipo de compartimentación con
permeabilidad selectiva como las membranas celulares de lípidos y proteínas- y,
además, la transformación enzimática de moléculas en rutas metabólicas para
reponer las estructuras celulares y obtener energía, esto es un metabolismo.
Por relación entendemos la toma de noticia de
todo lo significativo que ocurre en el entorno celular. La célula recibe
información del exterior, mediante receptores proteicos específicos situados en
su membrana, y, tras procesarla, realiza la respuesta fisiológica
adecuada. El procesamiento de la
información lleva asociado la transducción de la señal inicial -mediante algún
tipo de cascada de modificaciones químicas y cambios conformacionales
proteicos- desde el receptor de membrana inicial hasta el núcleo, desde donde
se dirige la respuesta.
Por reproducción entendemos, en su acepción más
sencilla, la formación de copias del ser vivo que hereden las principales
ventajas evolutivas conquistadas, lo que implica la copia o replicación de las
biomoléculas portadoras de información biológica: los ácidos nucleicos y las
proteínas.
Aquí vemos que tanto en las tres funciones
vitales, como en los tres sistemas asociados a ellas, desempeñan un papel
fundamental las proteínas.
Para aproximarse al problema de cuál pudo ser
la secuencia concreta en la evolución integrada de estos tres sistemas tenemos,
por una parte, que trasladarnos al ambiente inorgánico desde el que
evolucionaron las biomoléculas informativas en cuestión; y, por otra,
liberarnos del prejuicio de asociar exclusivamente a las proteínas con un
metabolismo primigenio, y al ARN con una replicación temprana.
Como vimos anteriormente, las arcillas pudieron
anticipar, en su estructura en capas yuxtapuestas, una suerte de remedo mineral
de los tres sistemas elementales de los seres vivos: compartimento, catálisis y
replicación.
Así pues, en algo más de mil millones de años,
pasaríamos de las capas de arcilla a las membranas del protobionte, que
albergaría y desarrollaría el paso del metabolismo mineral al enzimático; así
como el de la replicación mineral a la orgánica.
Sí el descubrimiento de las propiedades
catalíticas del ARN rompió la limitación de asociación exclusiva de esta
molécula con la replicación, y abrió las puertas al modelo de un “mundo de
ARN”; el descubrimiento de que determinadas proteínas pueden transmitir
información estructural y autorreplicarse -induciendo el correspondiente cambio
conformacional en otras formas proteicas con idéntica o muy semejante
secuencia- podría reforzar el papel de las proteínas como agentes en la replicación
de la información biológica.
El descubrimiento de los priones como agente
infeccioso en determinadas enfermedades neurodegenerativas de mamíferos -donde
una proteína, el prión, se comporta como un virus- así como determinados procesos
de herencia no mendeliana -donde el prión se comporta aparentemente como un
gen- anima a pensar en las proteínas como sujeto principal tanto en el origen
de la vida desde lo inorgánico, como en la evolución molecular que subyace a la
evolución de los niveles celular y pluricelular.
Es muy probable que en el seno de arcillas, y
en condiciones adecuadas, se produjera la coevolución de un determinado
desarrollo del “mundo de ARN” junto a un determinado desarrollo de un “mundo de
proteínas”; pero, también es muy probable que, en algún momento de esta
coevolución, las proteínas –como las biomoléculas acreditadas que son en el
mejor gobierno del ambiente molecular- seleccionasen y manejasen el ARN (y sus
conquistas evolutivas) como instrumento informativo que garantizase la
fidelidad de su propia replicación y propiciara su evolución. El desarrollo
teórico de esta posibilidad nos lleva a un paradigma
proteocéntrico del origen y evolución de los seres vivos basado en la información
biológica estructural, previa a la información genética secuencial.
Antes de continuar con este enfoque, conviene
recordar que el análisis de los genomas investigados, especialmente el del
genoma humano, nos revela, entre otras cosas, que el tamaño del genoma de un
organismo no está directamente relacionado con su complejidad biológica. Así,
mientras que, sorprendentemente, en humanos se han detectado entre 20.000 y
25.000 genes, la planta Arabidopsis tiene 25.706, el nematodo C. elegans
18.266, la mosca Drosophila 13.338 y la levadura Saccharomyces aproximadamente
6.000. Además, el genoma humano se asemeja un 98% al del chimpancé y un 60% a
la mosca Drosophila melanogaster.
Para el genocentrismo, los genes tienen el
carácter substantivo de “mensaje fenotípico”, cuando realmente sólo son
portadores de una información secuencial para construir un polipéptido.
Pero lo más desconcertante, desde un punto de
vista genómico, es que hay más proteínas que genes. Esto es, más mensajes que
genes: no sólo más ARN mensajero (ARNm) que genes de ADN, sino también más
mensajes fenotípicos que ARNm. Y aumenta mucho más el número de mensajes si
tenemos en cuenta el aumento de información causal y casual (contingente)
contenida en las rutas o circuitos funcionales de cambios conformacionales de
algunas proteínas. Es decir, en el paradigma proteocéntrico estos “mensajes”
son el resultado de las interacciones proteína-proteína (rutas de interacciones
conformacionales y máquinas proteicas) y proteína-ligando (incluidos como tales
el ADN y el ARN) en una suerte de ecología
molecular.
Así, el concepto de información biológica
estructural, implícito en el paradigma proteocéntrico, incluye otros dos
conceptos:
· Información conformacional de las proteínas.
· Información de la situación espaciotemporal de
los elementos o partes de las estructuras biológicas.
La
información conformacional de las proteínas reside en la disposición singular de los átomos de sus aminoácidos
en su estructura tridimensional. Esta información conformacional determina
directamente la función de las proteínas, ya que les permite realizar acciones
moleculares específicas frente a sus ligandos, mediadas por interacciones
débiles.
Las proteínas son estructuras muy plásticas: muchos
de los enlaces covalentes presentes en una cadena polipeptídica tienen libertad
de giro, lo que confiere una gran dinámica conformacional al esqueleto
peptídico. Cualquier proteína puede potencialmente adoptar un gran número de
formas diferentes o conformaciones, dependiendo, entre otras cosas, del
ambiente molecular y de su dinámica funcional.
La función biológica de una proteína depende de
los grupos funcionales, expuestos en su superficie, agrupados en los centros de
unión a los ligandos (cavidades que la
proteína forma según sea su particular dinámica de plegamiento y conformación).
Así, por ejemplo, las proteínas alostéricas cambian reversiblemente de forma
cuando los ligandos se unen a su superficie. Los cambios conformacionales
producidos por un ligando pueden condicionar la unión de otro ligando, y así
sucesivamente, formando rutas o circuitos funcionales de cambios
conformacionales.
Así pues, como ya vimos en entradas anteriores,
no es cierto que la información genética contenida en la secuencia de
aminoácidos (genuina relación genotipo-fenotipo) determine inexorablemente ni
el plegamiento ni la conformación de las proteínas, como bien saben los
bioinformáticos que intentan encontrar programas para su predicción a partir de
sus secuencias.
La información
que reside en la posición espaciotemporal de los elementos o partes de las
estructuras biológicas, está fundamentada en el hecho de que las proteínas
interaccionan entre si, formando estructuras proteicas complejas (rutas o
circuitos funcionales de cambios conformacionales, complejos enzimáticos,
máquinas proteicas, entre otras estructuras y orgánulos).
No obstante la importancia que tiene para la evolución biológica la progresiva
complejidad y variabilidad que va adquiriendo el objeto genético (los genes
como instrumento de las proteínas), la genuina variación fenotípica surge de la interacción entre proteínas y su
medio molecular, de la que la variación genética es resultado y punto de
partida sucesivo, a la vez.
Información biológica y epigenética
Cuanto más elemental sea el nivel de integración
energético-material más deterministas serán sus posibilidades de interacción y
los posibles caminos a seguir, esto es se reduce la contingencia. Al llegar a
las proteínas, tenemos:
a)
Las
formas (conformaciones) básicas de las
proteínas.
b)
Las
interacciones, condicionadas por las formas, por
la información
posicional y por la contingencia
medioambiental, que
aquí se va ampliando.
Este juego va generando nuevas estructuras, es decir, nueva información
biológica, en forma de
patrones epigenéticos. La epigenética
implica el manejo modular de los genes: cuáles se usan y en qué orden.
Así, la epigenética
responde a la información y herencia relativa a la evolución singular de
los seres vivos de los niveles celular y pluricelular, y comprende los cambios
heredables de la expresión génica o del fenotipo sin que se produzcan cambios
en las secuencias de ADN. La epigenética es claramente información estructural,
mientras que la genética lo es indirectamente, ya que los genes serían los
depositarios secuenciales de la información estructural de las proteínas.
Bajo la denominación epigenética se incluyen
dos significados distintos:
· Epigenética,
sensu estricto, sobre el genoma, como información almacenada en las proteínas y metabolitos que se
unen al ADN en un proceso selectivo de la utilización de su información
genética.
· “Epigenética”,
sensu lato, como información sobre procesos celulares, que constituiría una suerte de herencia
estructural y fisiológica, como ya hemos visto en algunos procesos
inmunológicos, o como, por ejemplo, se cita en la pg. 667 del Molecular Biology
of the Cell (Alberts, 2002): “Un nuevo RE no puede ser hecho sin otro
preexistente. La información requerida para construir un orgánulo de membrana
no reside exclusivamente en el ADN que especifica las proteínas del orgánulo.
También se requiere información
epigenética en forma de alguna proteína que preexista en el orgánulo. Tal información es esencial para la
propagación de la organización compartimental celular”.
En los organismos que sobreviven hasta dejar descendencia,
ésta hereda las características secuenciales, conformacionales y posicionales
de las proteínas, y también las características epigenéticas de otras
estructuras celulares de sus progenitores.
Es decir, en general, las interacciones entre cada nivel de ser vivo y su medio ambiente van
tejiendo una red de relaciones causales y contingentes, auténtica información estructural epigenética,
cuya coherencia histórica constituye el polo externo de la herencia biológica
sobre la que opera la selección natural.
Desde esta perspectiva, parece claro que la selección natural actúa sobre organismos
distinguibles por un conjunto de caracteres fenotípicos, basados en interacciones proteicas,
que tienen un substrato
heredable, tanto
secuencial (genético) como estructural (epigenético).
Esta información
biológica estructural heredable, fundamentada en las proteínas, ha debido propagarse de forma continua desde el origen
de la vida hasta la actualidad, y constituye el núcleo central del paradigma proteocéntrico.
Priones y evolución prebiótica
Los estudios cristalográficos de la estructura
de las proteínas sugieren que éstas sólo utilizan un número corto de
conformaciones de plegamiento. Este número limitado de estructuras terciarias,
o módulos proteicos, se eleva sobre
un número mucho menor de estructuras secundarias y supersecundarias.
Por el contrario, encontramos una gran
explosión de diversidad al analizar las secuencias de las proteínas. No
obstante, el examen de los patrones de variabilidad de diversas familias
proteicas nos muestra fuertes restricciones estructurales a dicha variabilidad.
Es ampliamente admitida la hipótesis de W.F.
Doolittle y W. Gilbert de que los segmentos génicos codificadores (exones) se corresponden, básicamente,
con las unidades estructurales proteicas
(módulos proteicos o dominios)
seleccionadas a lo largo de la evolución. De hecho, los genes “fundamentales”,
que están presentes en los exones de todas las células, debieron establecerse
en las primeras etapas de la evolución celular, y siempre respetando a los
módulos estructurales básicos.
Todos estos datos estructurales nos llevan a
pensar que las proteínas pudieron haber evolucionado en dos grandes etapas:
1.
Una
primera etapa de evolución prebiótica
conformacional donde, a partir de secuencias polipeptídicas formadas al
azar, se produce la selección de un número corto de conformaciones (módulos
estructurales proteicos), que son las que actualmente encontramos en todas las
proteínas.
2.
Una
segunda etapa donde la evolución conformacional sigue llevando la batuta pero
permitiendo una dimensión de evolución
secuencial coherente. En esta etapa, a partir de polipéptidos ya
codificados genéticamente –y utilizando los mecanismos de generación de
diversidad desplegados en la evolución biológica- se va acumulando una enorme
variabilidad en las secuencias de las proteínas, pero siempre condicionada por
la continuidad de las conformaciones seleccionadas durante la etapa anterior.
Durante la larga etapa de evolución
química prebiótica la estructura de las
proteínas (en esta etapa, proteinoides) debió moldearse y seleccionarse por
interacción directa con el medio. A partir del establecimiento del código genético, la producción y la
diversidad genética secuencial de las proteínas (no la diversidad estructural de
los módulos seleccionados en la etapa prebiótica) se produce por el nuevo
camino que, paradójicamente, supone tanto estabilidad y conservación como una
fuente de variabilidad:
ADNàARNàPROTEÍNAS
Así pues, parece que en el tránsito
de la evolución prebiótica a la evolución biológica, por selección natural, el
medio pudo pasar a jugar también un papel selector de las variantes proteicas
codificadas genéticamente, aunque siga informando (interaccionando instante a
instante) y propiciando los cambios conformacionales que están permitidos en el
rango de plasticidad de cada proteína.
Si el descubrimiento de la autocatálisis
de las ribozimas supuso la inclusión del ARN en el mundo, hasta entonces
exclusivo de las proteínas, de la actividad enzimática; el descubrimiento de
los priones ha supuesto el reconocimiento de que algunas proteínas son capaces
de almacenar y transmitir información biológica conformacional.
Durante la etapa prebiótica, alguna
capacidad para propagar conformaciones proteicas por contacto directo entre
proteínas con cierta plasticidad, similar a la que actualmente manifiestan los priones, pudo ser fundamental en el
camino desde lo inorgánico hacia el mundo de lo vivo. Desde un punto de vista
evolutivo, los proteinoides que adquiriesen esta capacidad -a los que en un
artículo (Ogayar & Sánchez-Pérez 1998) denominamos
conformones, para subrayar su carácter no patológico- serían estructuras
proteicas seleccionadas, esencialmente, por su capacidad para inducir cambios
conformacionales en determinados polipéptidos que presentasen secuencias
compatibles con el cambio, y cierta especificidad catalítica.
A continuación vamos a ver los principales
hechos y conceptos en los que se apoya esta hipótesis.
Aunque la hipótesis de la “proteína sólo” proporciona una, ya herética,
explicación a la propagación priónica -por un mecanismo de cambio
conformacional o moldeamiento inducido de la proteína celular normal por la
proteína patogénica, mediante interacción directa entre ambas- la existencia de
distintas cepas priónicas, establecidas
por sus diferencias fenotípicas, plantea un nuevo y serio problema a esta
hipótesis -ya que, clásicamente, las distintas cepas de un patógeno
convencional se relacionan con diferencias en su genoma- a saber: ¿cómo puede
una proteína sola, sin el concurso de los ácidos nucleicos, codificar, producir
y transmitir variabilidad?
Este problema es similar al que nos planteamos
aquí con un origen proteocéntrico de la vida. Para intentar entenderlo vamos a
plantear otro problema estrechamente relacionado, el de la barrera de especie en
la transmisión priónica: esto es, la mayor o menor
dificultad que tienen los priones producidos en una especie, para inducir la
enfermedad en animales de otra especie.
La especie del prión viene definida por la secuencia de la PrPc (forma celular normal de la proteína del prión) del
último mamífero por el que el prión ha pasado. Es decir, un prión de vaca (PrPsc,
sc de scrapie) se define
específicamente por portar la secuencia de la PrPc de vaca. Si estos
priones infectan a un cordero –los priones de vaca presentan características
que les permiten saltar algunas barreras de especie- los nuevos priones (PrPsc)
de cordero portaran la secuencia de la PrPc de cordero transformada.
Varios estudios concluyen que cuanto más se parezcan las secuencias de PrP, la
priónica (PrPsc) y la celular del huésped (PrPc ), tanto
mayor será la probabilidad de trasmisión de la enfermedad.
Por otra parte, se ha
visto que otros factores contribuyen también a la barrera de especie: la
estirpe o cepa del prión y la especificidad de especie de una proteína. Esta
proteína se uniría a la PrPc
facilitando, así, su conversión en PrPsc. Esta proteína
actuaría como un chaperón molecular, uniéndose a la región COOH terminal de la
PrPc de su misma especie, facilitando así su transformación en PrPsc. Como veremos más adelante, priones y
chaperones actúan conjuntamente en otros procesos biológicos.
Las cepas priónicas
se definen como subespecies del agente infeccioso capaces de mantener perfiles
fenotípicos específicos: tiempo de incubación de la enfermedad, perfiles de
lesión en el sistema nervioso central (CNS), tropismo de los priones por tipos
celulares extracerebrales particulares, patrón de rotura proteolítica, patrón
de glicosilación, grados de afinidad frente a anticuerpos, etc.
En primer lugar, conviene destacar que, a diferencia de la definición de
especie priónica, y la consiguiente de barrera de especie, la variabilidad que
manifiestan las cepas de un prión no son atribuibles a diferencias en la
secuencia de aminoácidos; ya que, entre otras cosas, pueden propagarse
seriadamente en ratones endogámicos, con el mismo genotipo Prnp. En este y
otros estudios, se vio que las cepas, caracterizadas por diferencias
físico-químicas, presentan también diferencias conformacionales.
Otros estudios apoyan la hipótesis de que cada estirpe o cepa de prión parece
identificarse con una determinada conformación de las diferentes que puede
adoptar una "especie" de PrPsc (identificada por su
secuencia). Estas conformaciones se pueden propagar induciendo el correspondiente
cambio conformacional en PrPc con secuencias idóneas (esto es, que
no presenten diferencias que supongan una "barrera de especie").
Esta barrera,
generalmente, será mayor cuanto más alejadas evolutivamente estén las especies,
aunque teóricamente podrían existir especies
"puente" entre dos que presenten el efecto barrera (Ogayar &
Sánchez-Pérez 1998).
Una primera conclusión
del fenómeno de la propagación de cepas por especies diferentes, es que la conformación (cepa) se impone a la secuencia (especie). Estos
datos, relativos a la propagación del fenotipo molecular que caracteriza las
distintas cepas proporcionan un fuerte apoyo a la hipótesis de la proteína sólo, tanto en lo relativo a la
transmisión priónica como en la codificación de la variabilidad de cepas en la
estructura terciaria de estas proteínas priónicas.
En resumen, las cepas priónicas se caracterizan por sus perfiles
fenotípicos específicos. La conformación específica de cepa viene determinada,
en parte, por la secuencia de aminoácidos de la PrP, y por una serie de
acontecimientos postraduccionales, como son: el patrón de glicosilación celular
y las interacciones con la PrPsc.
Así, los priones-conformones actuarían como selectores y propagadores de
formas merced a un código conformacional.
Las conformaciones (cepas) no son subespecies en el sentido
filogenético (no han derivado de una especie-secuencia) sino que, como ya
dijimos, responden, como ya dijimos, a la evolución de las proteínas dos etapas distintas: 1) Conformacional. 2) Secuencial.
De esta manera, los conformones actuarían como selectores de los cambios favorables -cambios de especificidad permisivos con las unidades estructurales esenciales o módulos proteicos- favoreciendo su propagación.
Es decir, del conjunto de
polipéptidos -formados al azar en la sopa primigenia, y compatibles con la
capacidad para propagar sus conformaciones, que manifiestan los conformones- se
seleccionarían positivamente aquellos que tuviesen sitios activos más adecuados
para realizar actividades metabólicas cada vez más específicas.
No obstante la carencia de herencia
genética de los proteinoides, conviene recordar que el número de secuencias
polipeptídicas compatibles con una determinada estructura y función es mucho
mayor de lo que normalmente se cree, como se observa al comparar secuencias de
las mismas proteínas en especies diferentes (con diferencias de hasta el 90%).
Así pues, no estamos jugando al bingo, proteinoides con la misma estructura y
función podrían exhibir secuencias más o menos diferentes.
A favor de la hipótesis de “un mundo de priones-conformones” está
también la mucho mayor resistencia y estabilidad de éstos, en comparación con
el ARN, frente a ambientes hostiles, como los que se pudieron encontrar en la
Tierra primitiva.
Los priones son muy resistentes al
calor, a los ácidos, y a las radiaciones ionizantes y UV. Además, se adhieren
extremadamente bien y durante mucho tiempo a las arcillas.
Origen del código genético
En la etapa prebiótica se irían
acumulando, y asociando, estas estructuras proteicas más eficaces, formando
protobiontes con un metabolismo y una capacidad reproductora elementales.
Paradójicamente, a partir del
establecimiento del código genético -después de un mundo de un “mundo de ARN autocatalítico” y un “mundo de proteínas-conformones”
coexistiendo y evolucionando independientemente- aparece el nuevo marco de la
evolución biológica, en el que las proteínas se sintetizan genéticamente, y los
ácidos nucleicos son gobernados por las proteínas como instrumento informativo que garantice la estabilidad de sus conquistas
estructurales, y una variabilidad secuencial que propicie su evolución.
Conviene señalar que en estos dos
“mundos” iniciales la información es conformacional: las ribozimas y el ARNt
debieron preceder al ARNm, y el primer
código genético debió ser conformacional, seleccionado por la
actividad aminoacil-ARNt-sintetasa, y no degenerado: una sintetasa específica
para cada aminoácido y para el brazo D de los ARNt de ellos (aunque algunos
ARNt tengan varios anticodones).
Los codones no son nada sin los
anticodones del ARNt; y estos tampoco son nada sin la unión –por información estructural
de la sintetasa- entre el aminoácido y el ARNt. Posteriormente, el código
secuencial ARN/polipéptidos lo seleccionarían los complejos ARNt-aminoácido,
mediante ensayos de interacciones “anticodón-codón”, en cadenas lineales de ARN,
y una primitiva actividad de splicing.
En cualquier caso, es obvio que, en algún momento de la evolución prebiótica, se debió establecer una coevolución entre estos dos mundos, en la que las proteínas -dada su mayor potencialidad estructural y funcional- comenzaron a utilizar el ARN (y posteriormente, en la evolución biológica, también el ADN) para garantizar la estabilidad de sus conquistas estructurales y una variabilidad secuencial coherente con ellas. Así, a lo largo de la evolución, primero se establecería una información conformacional proteínas-ARN; posteriormente se incorporaría la primera información secuencial proteínas-ARNm, mediada por ARNt y ARNr; y, por último, esta información secuencial se almacenaría en la molécula del ADN.
En esta coevolución prebiótica, las unidades estructurales
proteicas -miniestructuras terciarias procedentes de secuencias cortas
compatibles con el cambio conformacional- se fueron seleccionando por su
capacidad de interaccionar entre ellas, mediante interacciones débiles no
covalentes, formando así miniestructuras cuaternarias más o menos complejas. De
igual manera interaccionarían con el ARN formando ribonucleoproteínas, y seleccionando estructuras de uno y otro
“mundo” fueron elaborando el código
genético. Este proceso permitiría la formación de polipéptidos cada vez mas
largos y eficaces, formados mediante la acumulación de pequeños cambios
secuenciales, compatibles y coherentes con el cambio conformacional. Efectivamente,
entre las principales ventajas funcionales del código genético tendríamos la
transición de estructuras proteicas discontinuas -formadas por varios péptidos
pequeños unidos por interacciones débiles- a un único polipéptido formado –de
forma rápida y precisa- por la unión secuencial covalente de los aminoácidos de
éstos.
Este proceso se produciría merced a
la coselección de dominios proteicos
(estructurales y funcionales) junto con determinados fragmentos salteados de
las cadenas del ARN ambiental, monocatenario y lineal, compatibles con dichos
dominios, que, de esta manera, devendrían en exones. Esta conquista permitiría la posterior construcción de nuevas proteínas por evolución modular: baraje de módulos proteicos mediante mecanismos de corte y empalme de
exones. La
evolución modular articulada supera la concepción azarosa
de mutación y resultado fenotípico
inmediato, pero no es teleológica: sólo se apoya en las conquistas previas.
En este enfoque proteocéntrico -del origen de la vida y de la evolución biológica- los exones y los intrones (y la actividad de splicing) no aparecerían en la evolución celular sino en las etapas previas prebióticas; y, como veremos más adelante, los eucariotas serían los herederos por línea directa de estos procesos. Lo que realmente subyace a esta idea de evolución modular, es la naturaleza estructural de la información biológica: interacciones proteicas que forman estructuras que informan un nuevo abanico de interacciones y estructuras.
Así, se iría produciendo una suerte
de evolución en “escalera” donde los sucesivos “peldaños” evolutivos representen
etapas integradas de resultados contingentes, sin ninguna direccionalidad ni
propósito.
La paradójica universalidad del
código genético, más que revelar un único origen celular procariota (parece
absurda una única solución en este nivel de complejidad), revela un origen
precelular seleccionado por los módulos proteicos.
Para el paradigma genocéntrico
-expresado en el “dogma central de la biología molecular”- el problema de cómo
se seleccionaron las secuencias informativas, supone manejar cifras
astronómicas. Por ejemplo, para formar una proteína de 200 aminoácidos se
precisa un ARN de 600 nucleótidos, que se seleccionaría entre 4600 cadenas
posibles. Para el paradigma proteocéntrico el problema no es menor si
concebimos la proteína como una mera secuencia: 20200 posibles
cadenas. Pero al enfocarlo desde un punto de vista de información conformacional
(conformones), estos seleccionarían conformaciones dentro de un rango menor de
secuencias.
A lo largo de la evolución celular,
las distintas secuencias específicas –proteínas con la misma estructura y
función, pero en especies diferentes, como, por ejemplo, las proteínas de un
complejo multiproteico- difieren en sus secuencias (a veces mucho) pero
respetando tres reglas generales:
1.
Los
cambios de aminoácidos deben ser permisivos con la conservación de los módulos
estructurales esenciales, seleccionados en la etapa prebiótica.
2.
Los
cambios en las secuencias de las proteínas celulares intraespecíficas deben ser
coherentes entre si para garantizar sus interacciones funcionales.
3.
Los
cambios deben tener en cuenta también la capacidad de propagación conformacional,
siendo respetuosos con las conformaciones responsables de un determinado
fenotipo (como vimos con las cepas priónicas) y con la coherencia de la
evolución fenotípica.
La exigencia de mantener la
coherencia entre los cambios en la secuencia de aminoácidos y las restricciones
estructurales y funcionales de las proteínas, propició que, en la evolución
celular, se establecieran, bajo el control proteico, mecanismos de variabilidad
genética compatibles con estas tres restricciones: mecanismos generales, como
la meiosis; o singulares, como la hipermutación somática enzimática en la
formación de anticuerpos específicos, entre otros.
Antes de abordar la evolución
celular, tan solo apuntar que las interacciones conformacionales, en las etapas
prebióticas, en un marco de péptidos pequeños (módulos esenciales que
interaccionarían formando complejos puzles proteicos, anteriores a polipéptidos
más largos formados genéticamente) podrían estar representadas en la función de
reconocimiento antigénico de los linfocitos T, basada en la discriminación
entre lo propio y lo ajeno a través de la interacción específica entre el TCR y
el complejo proteína MHC-péptido antigénico (ver Ogayar, A. Presentación
antigénica y puzzle conformacional. Una hipótesis).
Los priones en la evolución celular
No obstante la enorme ventaja
evolutiva que supuso la aparición del código genético (primero sólo
conformacional y luego secuencial-conformacional) la primacía evolutiva debió
seguir en manos de las proteínas y en la continuidad de su información
conformacional, desde el origen de la vida y a lo largo de toda la evolución
biológica.
Esta continuidad de información conformacional no sólo sería anterior, sino que iría en
sentido contrario, a la continuidad del
plasma germinal postulada por August Weissmann –donde no todo es, ni mucho
menos, genotipo- y cuya versión molecular moderna es el denominado “dogma central de la biología molecular”.
El “dogma central” se basa, entre
otras cosas, en el trabajo de Christian Anfinsen, en el cual la pequeña enzima
ribonucleasa se plegaba a partir de la interacción con el ambiente hídrico de
la secuencia de aminoácidos de su cadena polipeptídica desplegada. Este
experimento -junto con la determinación de la estructura del ADN y del código
genético- levantó una ola de euforia que condujo, en la segunda mitad del siglo
XX, a intentar descifrar el código secuencial de las proteínas para poder así
predecir su estructura espacial. A pesar de los enormes avances tecnológicos,
no se ha avanzado gran cosa. Las proteínas pueden adoptar múltiples
conformaciones en su interacción con el ambiente molecular: agua, iones y otras
moléculas, incluidas otras proteínas. Entre estas conformaciones posibles, la
obtenida por difracción de rayos x (siendo enormemente valiosa) no nos ofrece mucha
más información que el cadáver de un animal sobre su forma de vida. Dos
familias de proteínas funcionalmente relacionadas -los priones y las proteínas
de choque térmico (HSPs en sus siglas en inglés)-están especialmente implicadas
en la información conformacional, ya que ejercen un papel opuesto sobre otras
proteínas: los priones inducen el cambio conformacional, y las HSPs contribuyen
a mantener la conformación correcta. Entre estas últimas se encuentran los
chaperones moleculares (proteínas acompañantes), denominados así por su papel
de guía en el plegamiento y acompañamiento del polipéptido recién sintetizado,
para evitar interacciones inapropiadas que producirían plegamientos
incorrectos.
Volviendo a la paradoja del huevo y
la gallina, la cuestión aquí es si la estructura y función de las proteínas
–binomio sobre el que se elevan los tres sistemas biológicos básicos- está determinada
genéticamente o si, por el contrario, su origen –y también su naturaleza y su
evolución- están condicionados por la sucesión histórica de interacciones
directas con el medio molecular. Es decir, la cuestión es determinar quién es
el agente, el sujeto, de la evolución molecular de los seres vivos: el ARN, y
su información secuencial, o las proteínas y su información conformacional. Es
decir, ¿qué fue antes, la información
secuencial o la estructural funcional?
En este sentido, ocurre igual con los avances
tecnológicos y la evolución humana,
donde los principales saltos de nuestra evolución cultural tienen que ver con avances en la información: desde la
aparición del lenguaje oral (con la que nos distinguimos como especie social)
hasta los sucesivos avances de la comunicación escrita, de los que destacaremos
la imprenta y la informática. Debemos entender que el lenguaje humano, en todas
sus formas, es un producto más de nuestra evolución biológica (no una creación
especial) que se puede explicar por nuestro origen animal, nuestra naturaleza
social y nuestra evolución cultural.
Aunque aquí es, a primera vista, más fácil
distinguir el agente (el sujeto) del objeto, no olvidemos algunas acepciones
del concepto de alienación o enajenación, donde el producto se vuelve ajeno a
su productor y lo domina, esto es, el objeto (producto de la actividad humana)
aparece con vida propia. ¿Qué diríamos si alguien interpretase que los humanos
y sus acciones son, desde su origen, expresión de la informática?
En la evolución humana, que presenta un gran
número de conquistas en poco tiempo, no sólo no hay un gen del habla, sino que
tampoco hay un gen del lenguaje escrito, del cálculo infinitesimal, de la
mecánica cuántica ni de ninguna de las grandes conquistas culturales; lo que
hay es una base biológica de especie (evidentemente no sólo genética) que
interacciona con el medio humano social y cultural. De estas interacciones
resultan nuevas conquistas culturales que complejizan el medio humano y
permiten interacciones más complejas, y así sucesivamente.
Es decir, en general, las interacciones entre
el ser vivo y su medio van tejiendo una red de relaciones causales y
contingentes -auténtica información
estructural- cuya coherencia histórica constituye uno de los polos de la
herencia biológica sobre la que opera la selección natural.
Sin embargo, no podemos mermar en
absoluto la enorme importancia del ADN y el ARN como instrumentos de
información y modificación de la síntesis de proteínas. Constituyen una suerte
de programa informático, pero no pueden considerarse ni un informático ni un
usuario de la informática, es decir, son el instrumento y no el agente de la
información.
Quizá sea el momento de plantear que la
Biología necesita un cambio: pasar del paradigma
genocéntrico actual a un paradigma
proteocéntrico. En este cambio, el ADN podría representar el resultado
escrito de la evolución “cultural” molecular de las proteínas.
Desde esta perspectiva proteocéntrica, los
genes deben ser considerados como instrumentos que utilizan las proteínas para
garantizar la formación de polipéptidos que sean coherentes con otros de su
“población molecular” y con su función. Para ello, los polipéptidos deben
conservar determinados aminoácidos en sus secuencias, denominados motivos, que garanticen la interacción
con otros polipéptidos específicos (especificidad
de especie) y con sus moléculas ligandos (especificidad de función).
Un amplio grupo de investigadores ponen de
manifiesto -en un estudio reciente, con un enfoque inter-interactoma- que
después de mil millones de años de divergencia evolutiva, los proteomas de levaduras
y humanos son todavía capaces de formar una red biofísica con propiedades
semejantes a las intraespecíficas; y argumentan que las características
topológicas globales de las redes biológicas podrían reflejar propiedades
intrínsecas de las proteínas, y que estas interacciones podrían derivar de
otras ancestrales que tuvieron lugar en su último ancestro común. Consideran
también una considerable conservación de los sitios de unión -y de los dominios
de interacción- de las proteínas, a lo largo de la evolución.
Esta conservación de los módulos estructurales
básicos y de los sitios de unión se aprecia muy bien en el estudio comparado de
anticuerpos de un individuo –donde apreciamos muchos cambios de aminoácidos en
el sitio de unión al antígeno o paratopo, pero conservando la topología general
del sitio- y, también, en el estudio comparado de la misma enzima en especies
diferentes –donde se conservan los aminoácidos del sitio catalítico, pero se
acumulan los cambios en la secuencia, aunque siempre conservativos con la
estructura globular característica de la enzima.
Este marco teórico proteocéntrico que
propone a priones y conformones como proteínas celulares selectoras y
propagadoras de información
conformacional, encuentra apoyo en investigaciones acerca de la utilidad
evolutiva de mecanismos moleculares semejantes a los de los priones, en eucariotas
inferiores (en levaduras y en el hongo Podospora anserina) y recientemente
también en plantas y en la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster. Estos
mecanismos implicarían la propagación de cambios conformacionales en proteínas,
de un modo semejante al postulado en la hipótesis de la proteína sola, para la
replicación priónica.
Para la investigadora puntera en
este campo, Susan Lindquist, los priones de levaduras se comportan como
elementos genéticos heredables: “tanto en los priones de mamíferos como en los
de levaduras, la estructura de las proteínas actúa de una manera que se creía
exclusiva de los ácidos nucleicos; en un caso como agentes trasmisibles de enfermedades, y, en el otro, como determinantes heredables del fenotipo”.
Es decir, aparentemente, como un virus y como un gen, respectivamente.
Los priones se encuentran en
levaduras sanas, y representarían, junto a algunas HSPs, un mecanismo para acumular
variantes genéticas, para posteriormente poder desplegarlas repentinamente en
situaciones de estrés ambiental. En concreto Hsp90, además de chaperón, puede
actuar también como un acumulador o condensador molecular (capacitor), que le permite
mantener ocultas las posibles conformaciones proteicas de una determinada cantidad
de mutaciones del genoma, mediante la conservación de las estructuras previas a
las mutaciones. En situaciones de estrés celular, pasa a actuar como chaperón,
liberándose así, bruscamente, los fenotipos proteicos resultantes de las
mutaciones.
Estos fenómenos proporcionan el
primer mecanismo molecular plausible para que una célula responda a su ambiente
con un cambio fenotípico heredable. En este sentido, se ha visto que algunas
proteínas, incluyendo priones y amiloide, pueden adoptar -ayudadas por
chaperones- dos isoformas; una de las cuales puede ser capaz de propagar y
amplificar su malformación actuando como un molde sobre las isoformas normales.
Así, en la mosca de la fruta, la
acumulación de proteínas de tipo priónico podría ayudar a formar o estabilizar
la memoria a largo plazo, mediante la creación de grupos de proteínas de larga
vida en las sinapsis.
Las últimas investigaciones
publicadas (PNAS, 2016) por el grupo de S. Lindquist muestran la identificación
de unas 500 proteínas en plantas con un posible comportamiento priónico. Pero
no se trata de un fenómeno patológico, sino de adaptación al ambiente a largo
plazo, mediante la generación de un tipo de memoria conformacional de las
condiciones ambientales, transmisible de generación en generación.
Lindquist opina que estos cambios
conformacionales de tipo priónico están conservados evolutivamente y pueden
funcionar en una amplia variedad de procesos biológicos normales.
Así, para Lindquist, estos casos
proporcionan argumentos convincentes de que la herencia fenotípica puede, a
veces, estar basada sobre la herencia de
diferentes conformaciones de proteínas más que sobre la herencia de ácidos
nucleicos.
En cuanto a la jerarquía y orden de
aparición de las principales proteínas, conocidas, implicadas en la información
conformacional, probablemente aparecieron primero los priones-conformones en la
etapa prebiótica, según lo expuesto en mi hipótesis; y, de momento, sólo se
conocen en eucariotas.
Las HSPs serían colaboradoras de los
ellos, y aparecerían después, como proteínas ubicuas en todos los tipos
celulares. Así, las HSPs –además de su papel dual de chaperones y de acumuladores
de mutaciones silentes, mediante control del fenotipo- parecen ayudar a los
priones-conformones en el mantenimiento de sus estados inactivo y activo. Por
su parte, los priones-conformones podrían actuar como selectores -y
propagadores de la herencia estructural celular- de los cambios
conformacionales proteicos liberados bruscamente por las HSPs, frente a cambios
ambientales significativos.
Visto el papel fisiológico que
tienen tanto el cambio como la propagación de conformaciones de estas
proteínas, en células sanas, insisto en proponer el ya citado término conformón, para denominar a las
proteínas que, utilizando estos mecanismos, no tienen un papel infeccioso:
- Ni en su posible origen prebiótico.
- Ni en su evolución celular.
- Ni en su fisiología.
Así, un conformón sería un agente
proteico celular capaz de propagar una de sus posibles conformaciones
(mediante contacto directo) en otras proteínas compatibles con este cambio. La
proteína capaz de sufrir este cambio conformacional puede ser otra conformación
distinta de la misma proteína, u otra
estrechamente relacionada, tanto estructural como funcionalmente, en el marco
de una respuesta a cambios ambientales.
Origen de la célula eucariota
La Biología actual considera, con
pequeñas variantes según autores, que la célula eucariota (literalmente la
célula con núcleo verdadero) es posterior y está emparentada con los grupos de
células más sencillas (bacterias y arqueas) denominados genéricamente
procariotas, por ser consideradas células anteriores a la aparición de las
células nucleadas. Entre otras cosas diferentes, las células procariotas
tampoco tienen sistemas internos membranosos ni cromosomas complejos con
histonas.
Realmente –además de la ausencia de
intermediarios entre procariotas y eucariotas- hay tantas diferencias entre ellos,
que resulta muy difícil imaginar cómo pudo surgir la célula eucariota a partir
de la procariota; y, sobre todo, ¿por qué? Dado que los procariotas son los
organismos mejor adaptados a todos los ambientes, controlan todos los
metabolismos, la herencia vertical y horizontal, tienen formas increíbles de
resistencia; entre otras características favorables, ¿qué presión selectiva fue
tan fuerte para que de algunos de ellos surgiera, en un considerable periodo de
tiempo, la célula eucariota? Y no me refiero ni a la mitocondria ni a los
cloroplastos ni a otros orgánulos vesiculares de membrana como los peroxisomas
–bien explicados por la teoría endosimbiótica de L. Margulis- me refiero
fundamentalmente al núcleo, al retículo endoplásmico, al aparato de Golgi y a
todos los sistemas funcionales asociados con estos orgánulos. Quizá deba
revisarse el planteamiento de que, en la evolución biológica, lo más simple
precede siempre a lo más complejo: en este caso la creencia –presente en todas
las hipótesis actuales- de que los procariotas precedan a los eucariotas.
La lectura en 2002 del estimulante
libro de Javier Sampedro: Deconstruyendo
a Darwin –en particular su análisis de algunas limitaciones de la teoría endosimbiótica
de Margulis, basado en tres
desconcertantes misterios revelados por la biología molecular- me llevó a esbozar una hipótesis radicalmente
diferente sobre el origen de la célula eucariota.
En resumen, los tres misterios
tienen que ver con singularidades esenciales de las células eucariotas, ausentes
en las procariotas:
· El splicing –la maquinaria de corte
y empalme de exones del ARN mensajero que permite la combinación funcional de
los módulos proteicos básicos, seleccionados en la evolución prebiótica- que es
único en el núcleo de los eucariotas tanto en su origen como en su naturaleza y
evolución.
· La presencia en los eucariotas de
347 genes exclusivos, fundamentales para construir las tres marcas de fábrica eucariotas: la
endocitosis, el sistema de transducción de señales y la factoría del núcleo. Al
no estar ni en arqueas ni en bacterias, ¿cómo han podido surgir, sin la
simbiosis, estos genes tan fundamentales de la esencia eucariota?
· Las proteínas en las células
eucariotas están asociadas formando máquinas proteicas, y la mitad de ellas
están implicadas en la utilización del material genético. La gran mayoría de
las máquinas están asociadas entre si, directa o indirectamente, a través de
proteínas comunes, de forma que toda la célula constituye una sola máquina.
En el modelo biológico vigente, esta
organización multiproteica nos lleva a plantear el problema de cuál es la
dirección genética responsable de estas intrincadas estructuras. En principio,
no conocemos genes que posean en sí propiedades intrínsecas que los diferencien
de otros genes –todos los genes son segmentos de ADN que codifican cadenas de
polipéptidos- y, realmente, no hay genes “directores o reguladores” sino genes
que codifican proteínas, “directoras o reguladoras”, según sean su posición en
la maquinaria celular, y su menor o mayor plasticidad conformacional (tipo llave-cerradura, ajuste inducido,
proteínas alostéricas, chaperones, priones); es decir, su información biológica estructural. Este caos se entiende mejor si, en vez de
entidades que se expresan espontáneamente, los genes se consideran como textos
manejados por las proteínas; de la misma manera que un escritor maneja sus
notas, sus borradores y sus libros, para editar un texto.
La plasticidad de formas que estas proteínas
pueden adquirir en sus interacciones con el ambiente molecular (incluyendo a
otras proteínas) compete a un tipo de información epigenética, basada -con o
sin priones- en cambios conformacionales proteicos.
Hipótesis del protocarionte formador de semillas acariotas
Siguiendo la lógica de la
paleontología clásica –esto es, cuanto mayor sea la diferencia entre individuos
actuales, más antiguas serán las características comunes- la biología molecular
intenta reconstruir la filogenia celular comparando las secuencias de sus
genes.
Así, al plantear el origen de la
célula eucariota mediante endosimbiosis entre un hospedador arquea –actualmente,
tras los trabajos del grupo de Ettema, los phyla Lokiarchaeota y Asgard parecen
ser los mejores candidatos- y un huésped antecesor de la mitocondria
(alfaproteobacteria), se buscan genes y proteínas consideradas específicas de
los eucariotas.
El problema es que la evolución
celular no se ajusta bien al esquema de la evolución en árbol -más apropiado
para una herencia predominantemente vertical- ya que, además de la herencia
horizontal, puede haber muchas “idas y vueltas”, donde lo más simple no tiene
necesariamente que ser lo primero. De hecho, mirando bien los datos más
importantes, resulta más difícil explicar el origen de los eucariotas a partir
de los procariotas que al revés.
Así, en el origen filogenético de
los eucariotas no debemos tanto comparar genes individuales como subsistemas
genéticos completos, al servicio de los tres sistemas exclusivos de los
eucariotas (sus tres marcas de fábrica anteriormente señaladas); donde la continuidad
de información conformacional -desde los priones-proteinoides ancestrales hasta
el origen de las primeras células- está presente.
Conectando esto último con las singularidades –tanto genéticas como estructurales y
funcionales- de los eucariotas, en una entrada anterior esbocé una hipótesis
alternativa, un atrevido giro copernicano, donde la primera célula tuviese ya las
características básicas de los eucariotas y un particular sistema de
evolucionabilidad: aumento contingente, sin dirección ni propósito alguno, de
la capacidad de evolucionar.
Esta célula primitiva presentaría un
metabolismo heterótrofo elemental, orientado a la replicación de ARN, ADN y
proteínas; y sería básicamente un núcleo con un sistema membranoso reticular y
vesicular, por lo que podría denominarse protocarionte
o protocariota. Esta célula
produciría -sin ningún propósito, sólo
como resultado de distintos fenómenos de escisión celular asimétrica, previos a
su posterior selección- arqueas, bacterias y virus, a modo de semillas de evolucionabilidad. De este
manera, al no ser células anteriores en la evolución a la aparición del núcleo
genuino sería mejor denominarlas acariotas.
Aunque he empleado el término semillas
–fundamentalmente para darle fuerza expresiva a la idea de siembra acariota- es obvio que no tienen nada que ver con las
formas reproductivas de las plantas espermafitas; serían más bien un tipo de
yemas.
Las arqueas, probablemente,
surgirían primero, serían más imperfectas como semillas y portarían más características del protocariota.
Probablemente serían más independientes y menos diversificadas (de hecho, actualmente
se agrupan en dos grandes superphyla). Con el paso del tiempo, la selección
natural fue mejorando la producción de semillas
y aparecieron las bacterias, con menos independencia y más especificidad entre
sus membranas y las de los protocariotas. Esto exaltaría su producción y su
diversidad (actualmente se calculan más de cincuenta phyla). Muchos acariotas
carecerían de los genes mínimos para sobrevivir y desaparecerían, mientras que
otros sobrevivirían tras establecer relaciones simbióticas de algún tipo,
fundamentalmente con el protocariota, pero también con otros acariotas. Desde
este punto de vista evolutivo, las mejores semillas
acariotas serían las que fueran más dependientes del protocariota, que así las pastorearía mejor. También es muy probable
que el origen y la evolución de los virus acompañara desde el inicio a la
evolución celular, favoreciendo la transferencia genética horizontal. Este
contínuo intercambio genético también propició la relativa independencia de
muchos linajes acariotas.
Las semillas acariotas se irían formando y seleccionando a lo largo de
millones de años de evolución -a partir de la actividad de splicing del
spliceosoma primigenio, y del resto de la factoría del núcleo- de manera
coherente con la información priónica conformacional
seleccionada anteriormente. Es decir, en el modelo proteocéntrico, el fenotipo
precedería al genotipo en sus orígenes: la estructura y función de las
proteínas gobernó la estructura y la función catalítica del ARN y,
posteriormente, vino la información secuencial; primero del ARN y luego del
ADN/ARN.
Así, el protocariota iría formando
paulatinamente, por una parte, el primordio de los grandes complejos proteicos
o nucleoproteicos –la mayoría de la factoría del núcleo y característicos de
los eucariotas- como, por ejemplo: spliceosoma, ribosomas, replisoma,
cromosomas, proteosoma y virus, entre otros. Por otra parte, el protocariota
produciría, mediante reordenaciones généticas al azar, sistemas genéticos experimentales,
incluidos en las semillas y sometidos
a la selección natural. Las semillas
carecerían de los sistemas genéticos característicos de los protocariotas,
aunque podrían portar algún que otro gen de ellos, adquirido por transferencia
genética horizontal.
Todo esto podría dar cuenta del
hallazgo –por parte de diversos grupos, como el de Radhey Gupta (2001) y E.
Koonin (2010)- de que los genes eucariotas supuestamente aportados por las
bacterias, bien por endosimbiosis o por transferencia génica horizontal, tienen
una función muy distinta de los aportados por las arqueas. Las bacterias
aportarían genes relacionados con el metabolismo, mientras que las arqueas
aportarían genes relacionados con el procesamiento y transmisión de la
información genética (replicación, transcripción y traducción) centrados en la
factoría del núcleo. Son muchos los datos que aproximan evolutivamente a
arqueas y eucariotas, y ya he dicho anteriormente que las arqueas serían menos
eficaces como semillas que las
bacterias. Podría ser que las arqueas resultasen de divisiones celulares
iniciales con un reparto más o menos igualitario de genes, más que de
mecanismos de gemación, pero las diferencias con los eucariotas son tan
grandes, y sin formas intermedias, como para llevarnos a pensar que la célula
protocariota, que postulo en mi hipótesis, fuera el ancestro común de arqueas y
eucariotas, por una parte, y de bacterias (como semillas metabólicas), por otra; todas las formas celulares experimentando fenómenos de transferencia
genética horizontal mediada por virus.
La hipótesis del protocariota podría
explicar también la desconcertante conclusión sobre LUCA –del grupo de William
Martin sobre el análisis metagenómico, desechando los genes heredados
horizontalmente, de casi 2000 especies de arqueas y bacterias para clarificar
la identidad genética de LUCA - de que éste no dispondría de los genes
implicados en la síntesis de aminoácidos, fundamentales para la producción de
proteínas. Esto garantizaría la domesticidad de las semillas acariotas, al
menos inicialmente: tanto las que tuvieran algún inesperado éxito metabólico
como las que no terminarían, muy probablemente, siendo endocitadas por el
protocariota.
El protocariota sería una célula muy
particular, especializada en la producción de proteínas que gobiernan a los
ácidos nucleicos; con los que experimentaría, por selección natural, todo tipo de
asociaciones e interacciones -grandes complejos proteicos o nucleoproteicos-
produciendo, así, de forma contingente, todo tipo de semillas de evolucionabilidad. El resultado de esta forma de
evolucionar, desde el protocariota, son los tres grandes dominios: Archaea,
Bacteria y Eucarya. Los eucariotas serían los únicos descendientes con
representación genómica de los tres: los únicos herederos de los sistemas
genéticos singulares de los protocariotas; y portando, además, los genes
adquiridos por transferencia genética horizontal desde sus semillas de evolucionabilidad, en su peripecia evolutiva. Como ya hemos señalado, es posible que las
arqueas estén a mitad de camino entre ser descendientes imperfectos del
protocariota y buenas semillas como
las bacterias; pero, en cualquier caso, participarían en los sistemas de
evolucionabilidad que la selección natural iría estableciendo entre
protocariotas, arqueas, bacterias y virus. Esto no quiere decir que todas las
células y virus formen los mismos tipos de sistemas: las posibles fórmulas de
supervivencia son numerosas y cambiantes.
Con el surgimiento de los primeros
protocariotas, se produciría el afinamiento de la especificidad de los módulos
proteicos complementarios, resultantes de los nuevos mecanismos genéticos
conquistados por las proteínas en el manejo del ARN y ADN. Se conseguiría, así,
una exaltación en la producción y selección de proteínas más o menos plásticas
(priones, chaperones, de ajuste inducido y llave-cerradura) que experimentarían
todo tipo de interacciones complementarias.
Estas proteínas, ensayarían su
complementariedad -en ocasiones con cambios conformacionales- y seleccionarían
sus funciones, tanto en un sistema de transducción de señales, como sobre las
membranas y cubiertas de protocariotas y sus semillas, estableciendo un baile
continuo de interacciones.
Tendríamos, también, un sistema de
producción de vesículas de exocitosis, portadoras de cápsulas de proteínas
complementarias y de una carga mayor o menor de ADN. Algunas de estas cápsulas
proteicas serían semejantes a los virus actuales. Estas cápsulas podrían salir
de la célula sin envuelta celular, por mecanismos de exocitosis, o con envuelta
mediante mecanismos de gemación. Según fuese su estructura, y el mayor o menor
contenido de ARN o ADN de las cápsulas, éstas evolucionarían hacia virus o
hacia células acariotas.
Lógicamente, muchas de estas cápsulas
podrían retornar al protocariota, mediante mecanismos específicos de
endocitosis o fusionarse entre sí, según los casos. Esto apoyaría la opinión de
algunos autores acerca de que LUCA –los protocariotas y sus semillas acariotas, en mi hipótesis- sería,
más bien, una comunidad de especies que intercambiaban sus genes.
Evolución exógena del metabolismo energético
Quizá la principal ventaja evolutiva
de las semillas de evolucionabilidad
pudo ser la exaltación de mecanismos de herencia
horizontal, que propiciaran una evolución exógena al protocarionte, con la
consiguiente diversificación y complejización modular de las células.
Esto implicaría que las estructuras
y funciones celulares pudieron evolucionar por separado, en una primera etapa,
pero coevolucionando con cierta autonomía: diversificación y selección de
proteínas, por una parte, y metabolismo por otra. La primera a cargo de los
protocariotas, y la segunda a cargo de sus semillas,
fundamentalmente las bacterias.
La actividad protobióntica esencial,
de la que surgieron los protocariotas, debió consistir en la organización de la
maquinaria de síntesis y reordenación de las proteínas con el establecimiento
del código genético y el splicing. En este periodo se debieron seleccionar las
reordenaciones de los módulos conformacionales esenciales, por su capacidad
para interaccionar entre sí y manejar el metabolismo.
Una vez seleccionadas conformaciones
proteicas, splicing y código genético (el primordio de la factoría del núcleo),
los protocariotas pudieron formar, al azar, “semillas o yemas”;
algunas de las cuales portasen un equipamiento enzimático fundamental capaz de
realizar un metabolismo básico. Estas yemas acariotas (fundamentalmente
bacterias) irían interiorizando el primitivo metabolismo inorgánico del
exterior, diversificándolo ampliamente y colonizando todos los ambientes
posibles.
Así pues, el metabolismo se
desarrollaría desde las células acariotas, expulsadas y endocitadas
sucesivamente por las protocariotas. Sería un metabolismo externo al
protocariota y realizado en el acariota con las proteínas y genes que, al menos
inicialmente, le proporcionara el protocariota. La externalización tendría como
ventaja inicial la selección exterior, en ambientes muy diversos, de las adaptaciones
más ventajosos, y que esto fuese más fácil que el desarrollo interno de un
complejo sistema de integración de módulos en el protocariota.
Los eucariotas se formaron mediante el baile continuo de interacciones entre protocariotas y acariotas
Por su parte, los precursores
protocariotas más eficaces serían los que comenzaran una actividad fagocítica
cada vez más específica, de la que dependería su nutrición, ya que la sopa se iría esquilmando. Es probable
que la aparición del oxígeno -tras la fotosíntesis oxigénica- y su toxicidad
para los protocariotas, promoviera en éstos el paso de la fagocitosis a la
endosimbiosis, fundamentalmente para aprovechar los sistemas enzimáticos de adaptación
al 02, de las bacterias precursoras de las mitocondrias.
Inicialmente, al menos, todas las
proteínas complementarias procederían del protocariota.
Así, durante este largo periodo, la
selección natural favorecería la capacidad de los protocariotas para:
- Producir -a partir de la factoría del núcleo- exomódulos acariotas (yemas) con un metabolismo cada vez más eficaz que interiorizara los metabolitos más apropiados y los transformara convenientemente. Esto constituiría una especie de cultivo celular.
- Expulsar –por exocitosis y gemación- y endocitar, de forma continua, los exomódulos con especificidad creciente, y seleccionarlos por su eficacia metabólica, desarrollando así un sistema de transducción de señales. Este proceso culminaría con la adquisición de mitocondrias y la consiguiente formación de la célula eucariota.
- Desarrollar los mecanismos genéticos que exaltasen la variabilidad y especificidad: virus, elementos genéticos móviles y otros mecanismos de herencia genética horizontal.
En diversos momentos, determinadas células
acariotas y virus pudieron emprender una evolución relativamente independiente.
En cualquier caso, tras un largo
proceso de evolución conjunta, la expansión
eucariota se debió producir con el aumento significativo de oxígeno en la atmósfera, que permitiera
la formación de la capa de ozono y
la consiguiente salida de las células eucariotas de sus escondrijos.
Los virus como semillas celulares con función de agentes genéticos móviles
Los virus -desde su posible origen,
no finalista, como semillas de la
célula protocariota, y su función de agentes genéticos móviles- tienen
tendencia a ser específicos del tipo celular que los produce, y a coevolucionar con él; pero, también sin
propósito alguno, pueden interaccionar de forma cruzada con otros tipos
celulares, ya que hay tantas especies víricas como especies celulares.
El hecho de que los virus sean
polifiléticos -con un origen diferente para cada familia, y sin compartir genes
entre ellas- apoyaría la hipótesis del protocarionte formador de semillas: cada célula coevolucionaría
con su virus.
Es muy probable que la selección
natural fuese estableciendo sistemas de coevolucionabilidad celular basados en
las interacciones proteicas específicas y en el consiguiente intercambio de
material genético. Al menos con cierta frecuencia, estos sistemas cooperativos
-cooperación sin propósito alguno, de forma involuntaria, sólo favorecida por
la selección natural- podrían incluir algún eucariota, algún acariota y sus
virus correspondientes. En este sentido, parece que se exaltaría la interacción
entre virus y protocariotas en algunos ambientes extremos.
Esto podría ayudar a entender cómo
en ambientes tan extremos como Río Tinto aparezcan perfectamente adaptados un
buen número de especies eucariotas (fundamentalmente algas y hongos): los
eucariotas dispondrían de sus mecanismos adaptativos exclusivos y, además, de
la cooperación acariota.
Con estas premisas, es probable que
primero apareciera el sistema protocarionte-virus ARN, primer ácido nucleico y
primera célula (que derivarían directamente de la relación inicial entre
proteínas y ARN, heredada del proceso de splicing). Con la conquista del ADN, probablemente
le seguirían los sistemas: protocarionte-virus ADN-arqueas, y
protocarionte-virus ADN-bacterias.
Existen relaciones evolutivas entre
los virus y otros elementos genéticos móviles: viroides, transposones, ARNs
satélites y plásmidos; pero, seguramente por su mayor simplicidad, todos estos
agentes sean posteriores a la aparición de las células protocariotas entorno al
splicing y el resto de la factoría del núcleo: gobierno enzimático del ARN -con
la selección de módulos proteicos- y los mecanismos de replicación,
transcripción y traducción (con ARNt, ribosomas y aminoacil-ARNt sintetasas).
En coherencia con lo expuesto hasta
ahora, las similitudes estructurales entre proteínas, con secuencias
diferentes, de las cápsidas de varias familias víricas; se pueden deber a
procesos de divergencia (más que de convergencia) evolutiva: se parte de los
mismos módulos proteicos básicos, pero –como ocurre con todas las proteínas-
con una deriva secuencial conservadora de la estructura.
Durante el ciclo de infección
vírica, se suele producir un significativo aumento de variabilidad genética y
de capacidad adaptativa, mucho mayor en los virus ARN.
La naturaleza de la célula eucariota a la luz de su origen
De
acuerdo con el paradigma proteocéntrico que propongo, la célula eucariota
surgiría, en línea directa, desde un protocariota, merced a la continuidad de
la información biológica estructural seleccionada en la etapa prebiótica. En
esta información estructural, las proteínas, con los priones-conformones a la
cabeza, llevarían la batuta: gobernarían el nivel molecular –destacando, por su
importancia informativa, el manejo del ARN en su función de ribozimas-
seleccionando, así, los módulos estructurales básicos, primero, y los exones correspondientes, después, con el
desarrollo del spliceosoma. El protocariota sería una auténtica fábrica de
proteínas, con módulos complementarios, que propiciarían una auténtica
explosión de interacciones, generadoras de toda suerte de estructuras –con proyección
intracelular o extracelular- sometidas a la selección natural. Con la producción contingente -sin propósito
alguno- de semillas acariotas; los
protocariotas crean un mundo desbocado
de interacciones y de propagación de información biológica –transferencia
génica horizontal, transposones, virófagos, entre otras posibilidades- del que,
inicialmente al menos, salen beneficiados. Sólo la selección natural pone algo
de coherencia en este proceloso mundo de interacciones.
Esta actividad de las proteínas –desde
la etapa prebiótica hasta el protocariota- constituye la base de la fisiología celular de todos los eucariotas
actuales: rutas de cambios conformacionales -que impliquen a conformones,
chaperones y proteínas alostéricas, entre otras posibles (estabilizando,
seleccionando y propagando las conformaciones de los polipéptidos producidos
genéticamente)- del núcleo a la membrana plasmática y de la membrana plasmática
al núcleo -donde la unión a un ligando condiciona las sucesivas uniones y
cambios conformacionales- integrando así, de forma única, los tres sistemas exclusivos de las células
eucariotas:
- La factoría del núcleo, con el spliceosoma incluido, que conlleva asociados la síntesis y procesamiento de las proteínas (recuerdo de los módulos proteicos prebióticos).
- El sistema de exocitosis y endocitosis.
- El sistema de transducción de señales.
Así, paulatinamente, se produciría
el origen único de la célula eucariota (origen
monofilético), con la posterior selección e incorporación de los exomódulos más
eficaces -ya que los protocariotas constituirían el único vórtice de esta
selección- y, al mismo tiempo, una auténtica explosión de diversidad acariota: arqueas, bacterias y virus.
En coherencia con esto, la función
general de los priones/conformones -como sistemas de memoria molecular, basados
en cambios conformacionales de proteínas- aparece, de momento que sepamos,
fundamentalmente asociada a estos tres sistemas exclusivos de las células
eucariotas:
· En levaduras, la mayoría de la docena
de priones conocidos están asociados a la regulación del procesamiento del ARN,
la transcripción y la traducción.
· En mamíferos, estarían implicados en
mecanismos de transducción de señales, inmunidad innata e inflamación.
· En los invertebrados Aplysia y Drosophila, aparecen relacionados con mecanismos de memoria molecular
en las sinapsis neuronales, que implican un ensamblaje de tipo priónico de
proteínas de unión al ARN.
· En las enfermedades priónicas, el
prión normal (la proteína celular no patógena PrPC) se halla fijada
a la superficie de la membrana externa de las neuronas, y parece actuar como
proteína receptora de una vía de señalización celular. Usando anticuerpos que
se unen al receptor PrPC, aparecen dos factores de traducción.
· En plantas, se asocian a la memoria
conformacional adaptativa -transmisible de generación en generación- frente a
cambios ambientales como la vernalización, y quizá otros, frecuentemente
caracterizados como epigenéticos. Así, en la planta Arabidopsis, la exposición prolongada al frío causa modificaciones
heredables de la cromatina -como metilación de histonas, entre otras- en los
que pueden estar implicados mecanismos de tipo priónico. Algunas de las
proteínas candidatas a este comportamiento, están implicadas en la unión al ARN
(procesamiento y terminación de la transcripción) o al ADN (regulación de la
transcripción).
La posible asociación de los priones
con procesos epigenéticos abre la posibilidad de encontrar explicación a muchos
procesos de información y herencia epigenéticas, por factores ambientales -en
varias especies de mamíferos, incluidos los humanos- que pueden influir en
ciertas enfermedades durante varias generaciones: obesidad, diabetes, cáncer,
enfermedades mentales, entre otras.
Aunque la ausencia de pruebas no
puede considerarse como prueba de la ausencia, no se han detectado ni priones
ni epigenoma en acariotas.
Las profundas diferencias, tanto
estructurales como funcionales, entre acariotas y eucariotas plantean, sobre la
evidencia de su coevolución, la inquietante incógnita de su relación evolutiva.
En términos generales, los acariotas
son más genéticos y dependen más de mutaciones al azar. Por su parte, los
eucariotas son más epigenéticos, y organizadores de complejas estructuras
proteicas relacionadas con los cambios ambientales.
Grosso modo, podemos decir que tanto
el origen de la vida como el tronco fundamental de la evolución biológica tiene
naturaleza eucariota, merced a la continuidad de la información biológica
estructural basada en las propiedades de las proteínas. Naturalmente, los
virus, pero, posiblemente, también las otras semillas acariotas (bacterias y
arqueas) aparecerían como ramas colaterales de una evolución no finalista, sin
dirección ni propósito alguno.
En cualquier caso, la selección natural actúa sobre
organismos distinguibles por un conjunto de caracteres fenotípicos, basados en
interacciones proteicas, que tienen un substrato heredable, tanto secuencial
(genético) como estructural (epigenético).
Epílogo
Después de la frase que encabezaba
este artículo, Pasteur daba un paso más en su neovitalismo: “ ¿Quién nos dice
que el progreso incesante de la ciencia no obligará a los sabios que vivan
dentro de un siglo, dentro de mil años,… a afirmar que la vida ha existido toda
la eternidad y no la materia?”
Aquí Pasteur desvinculaba, de forma
idealista, la vida de la materia; es decir, la evolución de los seres vivos
sería diferente de la evolución de los seres materiales del Universo.
Pero, volviendo a Erwin Schrödinger, y a su afirmación:
“la vida se alimenta de entropía negativa” -que implica la construcción de estructuras ordenadas, que se alejan
puntualmente del equilibrio que predice el Segundo Principio de la
Termodinámica- vemos que, en determinadas condiciones
termodinámicas, hay una tendencia universal a la complejidad estructural, fruto
de la continua interacción de la materia, y la vida es una de sus
manifestaciones. La vida no sólo es posible sino muy probablemente necesaria, como
resultado de la evolución de la materia en el Universo.
En este sentido, nos encontramos con definiciones de información que van
desde “dar forma o substancia a una cosa” a otras que conectan directamente con el pensamiento de Schrödinger: ”la expresión matemática de
información es idéntica a la expresión de entropía tomada con signo inverso. Y
así como la entropía de un sistema expresa el grado de su desorganización, la
información proporciona la medida en que dicho sistema está organizado. Así entendida, la información constituye un
estado interno del sistema, del proceso tomado en si mismo, y puede ser
denominada información estructural”.
Es decir, hace referencia a la organización establecida en un cuerpo, o en un conjunto, mediante determinadas distribuciones, disposiciones o relaciones espaciotemporales entre sus elementos o partes.
Es decir, hace referencia a la organización establecida en un cuerpo, o en un conjunto, mediante determinadas distribuciones, disposiciones o relaciones espaciotemporales entre sus elementos o partes.
Así, la información material en el
Universo viene determinada por la interacción y por la estructura o forma
resultante, que informa las sucesivas interacciones. Para entender la naturaleza de la información
en los seres vivos, la Biología debe plantearse conectar con este concepto de
información estructural de la materia, y no caer en una especie de neovitalismo
informativo centrado en la información secuencial, y en la proyección idealista
de los mensajes genéticos.
Para el paradigma proteocéntrico,
la información biológica estructural heredable -fundamentada en las proteínas,
donde la información genética es un instrumento- ha debido propagarse de forma
continua desde el origen de la vida hasta la actualidad.
Nota sobre las figuras: Las figuras 2, 3, 6, 7 y 8 son totalmente originales y diseñadas por el autor.
Nota sobre las figuras: Las figuras 2, 3, 6, 7 y 8 son totalmente originales y diseñadas por el autor.
Bibliografía:
Deconstruyendo a Darwin. Javier Sampedro (2002). Ed. Crítica. Drakontos.
Orígenes. El universo, la vida, los humanos. Carlos Briones, Alberto Fernández Soto y José María Bermudez de Castro (2015). Ed. Crítica. Drakontos.
Presentación antigénica y puzzle conformacional. Una hipótesis (I y II). Alfonso Ogayar en Inmunología, vol. 10, nº 1, págs. 19-23, enero-marzo de 1991; y vol. 10, nº 3, págs. 97-103, julio-septiembre de 1991.
Prions: an evolutionary perspective. Alfonso Ogayar, Miguel Sánchez-Pérez en International Microbiology, vol. 1, nº 3, págs. 183-190, septiembre de 1998.
Presentación antigénica y puzzle conformacional. Una hipótesis (I y II). Alfonso Ogayar en Inmunología, vol. 10, nº 1, págs. 19-23, enero-marzo de 1991; y vol. 10, nº 3, págs. 97-103, julio-septiembre de 1991.
Prions: an evolutionary perspective. Alfonso Ogayar, Miguel Sánchez-Pérez en International Microbiology, vol. 1, nº 3, págs. 183-190, septiembre de 1998.
Prions as adaptive conduits of memory and inheritance. James Shorter y Susan Lindquist en
Nature Reviews Genetics, vol. 6, nº 6, págs. 435-450, junio de 2005.
Luminidependens (LD) is an Arabidopsis protein with prion behavior. Sohini Chakrabortee et al. en PNAS,
vol. 113, nº 21, págs. 6065-6070, mayo de 2016.
Epigenética. Investigación
y Ciencia. Temas 81(tercer trimestre de 2015):
· El nacimiento de la epigenética. W. Wayt Gibbs.
· Un nuevo tipo de herencia. Michael K. Skinner.
· Evolución de la cromatina. Gregory A. Babbitt.
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