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martes, 3 de abril de 2018

EL AZAR, LA NECESIDAD Y LA CONTINGENCIA


El azar y la necesidad

En el prefacio de su célebre libro El azar y la necesidad (1970), Jacques Monod (1910-1976) –Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1965- reflexiona sobre el subtítulo del mismo: Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Al respecto, afirma: “Hoy en día resulta imprudente, por parte de un hombre de ciencia, emplear la palabra “filosofía”, aún siendo natural, en el título (o incluso en el subtítulo) de una obra. Se tiene la seguridad de que será acogida con desconfianza por los científicos y, a lo mejor, con condescendencia por los filósofos…Desde luego hay que evitar toda confusión entre las ideas sugeridas por la ciencia y la ciencia misma; pero también hay que llevar sin titubeos hasta sus límites las conclusiones que la ciencia autoriza, a fin de revelar su plena significación.” 
Más adelante añade: “Asumo la total responsabilidad de los desarrollos de orden ético, si no político, que no he querido eludir, por peligrosos que fuesen o por ingenuos o demasiado ambiciosos que puedan, a pesar mío, parecer: la modestia conviene al sabio, pero no a las ideas que posee y que debe defender.”
Ya antes del prefacio, Monod elige dos citas que anuncian sus intenciones. La primera, de Demócrito, da título al libro: “Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y la necesidad.” La segunda, más larga, es de Albert Camus, sobre el mito de Sísifo y el destino del ser humano, enfrentado a la necesidad de encontrar sentido a la propia existencia en un universo sin dueño.
Así, en el desarrollo de este ensayo, Monod intenta elevar el reduccionismo mecanicista de la naciente biología molecular a una perspectiva más metafísica, pero sin salirse del ámbito de la concepción materialista de la ciencia. Pero este reduccionismo viene de más lejos, y, con diversos matices, ha tenido efectos beneficiosos, algunas veces, y perjudiciales, las más, en el desarrollo de la biología. Sin entrar en el tema, entre los perjudiciales podemos destacar la profunda transformación de las ideas de Darwin, que comienza en la primera época del neodarwinismo y, sobre todo, con la posterior teoría sintética de la evolución y el denominado dogma central de la biología molecular.

Monod comienza su exposición a partir del postulado básico del método científico; el postulado de objetividad de Galileo y Descartes: “La naturaleza es objetiva y no proyectiva.” Esto es, no hay proyecto finalista o teleología alguna en la naturaleza. Pero, el postulado de objetividad entra en contradicción aparente con una propiedad que Monod considera fundamental para distinguir a los seres vivos de las demás estructuras del universo, la teleonomía: “Los seres vivos son objetos dotados de un proyecto que a la vez representan en sus estructuras y cumplen con sus performances.” Monod utiliza el término performances como logros o ejecuciones conseguidas, tales como, por ejemplo, lo que conocemos como funciones y subfunciones vitales, pero también la creación de artefactos. Es posible que, para Monod, el concepto de funciones vitales tenga una connotación teleológica (de proyecto con finalidad) y, en su lugar, prefiera utilizar performances que, asociado a la propiedad de la  teleonomía, serviría para describir un proyecto o propósito sin causa final.
Pero, precisamente, para distinguir un ser vivo de un artefacto, Monod plantea que hace falta algo más que el mero examen de la estructura acabada y el análisis de sus performances: además de identificar el proyecto hay que conocer a su autor.  Para ello, hay que estudiar “no sólo el objeto actual, sino su origen, su historia y su modo de construcción.” Así, por ejemplo, “la estructura macroscópica de un artefacto es el resultado de la aplicación de fuerzas exteriores al objeto mismo.” Por el contrario, afirma que: “la estructura de un ser vivo…no debe casi nada a la acción de las fuerzas exteriores, y en cambio lo debe todo…a interacciones morfogenéticas internas al objeto mismo. Estructura que atestigua pues un determinismo autónomo, preciso, riguroso que implica una libertad casi total respecto a los agentes o condiciones exteriores…”. Monod, al igual que la teoría sintética y el dogma central de la biología molecular, excluye totalmente la influencia informativa y hereditaria del ambiente en la evolución de los seres vivos.

Además de la teleonomía, Monod distingue otras dos “propiedades generales que caracterizan a los seres vivos y los distinguen del resto del universo: la morfogénesis autónoma y la invariancia reproductiva.”
Ya hemos visto que mediante la morfogénesis autónoma surge la estructura de un ser vivo, merced a fuerzas o interacciones internas al ser. Por su parte, mediante la invariancia reproductiva se asegura que “el emisor de la información expresada en la estructura de un ser vivo sea siempre otro objeto idéntico al primero.” Monod define “el proyecto teleonómico esencial como consistente en la transmisión, de una generación a otra, del contenido de invariancia característico de la especie… y considera que “estas tres propiedades están estrechamente asociadas en todos los seres vivientes…, aunque la estructuración espontánea debe más bien ser considerada como un mecanismo…que interviene tanto en la reproducción de la información invariante como en la construcción de las estructuras teleonómicas.”
A pesar de esta íntima asociación, Monod distingue perfectamente entre teleonomía e invariancia. Asocia a “las proteínas como responsables de casi todas las estructuras y performances teleonómicas, mientras que la invariancia genética está ligada exclusivamente a…los ácidos nucleicos.”
Para Monod, la única hipótesis coherente con el postulado de objetividad, “la única aceptable a los ojos de la ciencia moderna [debe considerar]: que la invariancia precede necesariamente a la teleonomía.”



Del azar y la necesidad, 

la necesidad y la contingencia 

Acabamos de ver como Monod, al poner a la invariancia delante de la teleonomía, plantea de hecho que el azar es prioritario a la necesidad. Además, en coherencia –y de acuerdo con la teoría sintética y con el dogma central de la biología molecular- plantea igualmente otras relaciones de prioridad: del ADN y el ARN sobre las proteínas, de la información secuencial sobre la información conformacional, de la estructura sobre la función y de la mutación al azar sobre la contingencia.
Antes de continuar con el análisis crítico de la filosofía natural de la biología molecular, conviene revisar que entendemos por azar, por necesidad y por contingencia.
El término azar se define como sucesos o fenómenos que no tienen una causa bien definida, y que por tanto se ignora. En este sentido, figuran como sinónimos: casualidad, caso fortuito y aleatorio.  Así, por aleatorio entendemos todo lo relativo a los juegos de azar, en los que, generalmente, todos los casos son equiprobables.
Aunque en algunos casos se utilizan como sinónimos de los anteriores, en los términos  eventualidad, accidente y contingencia puede averiguarse la causa; se puede contar de antemano con posibles contingencias, eventualidades o accidentes.
Así, tomando como contingencia la posibilidad de que una cosa suceda o no suceda, y pudiendo conocer la causa del suceso, podemos razonar que, a medida que aumenta la complejidad de los niveles de ser material en el universo -hasta llegar a los niveles de ser vivo- aumentan también los grados de libertad de los posibles sucesos, es decir, aumenta la contingencia.
Respecto a la necesidad -aunque algunos afirmen que lo contingente no es necesario, pero si posible- yo estoy entre los que piensan que, al menos desde el nivel atómico hacia los niveles superiores, todo lo posible es necesario y viceversa. Es decir, dadas unas determinadas condiciones iniciales necesariamente se dará un determinado suceso que, por lo tanto, será posible, con mayor o menor probabilidad, en función de la mayor o menor probabilidad de las condiciones iniciales. Precisamente, nuestra percepción de contingencia viene del desconocimiento de la probabilidad de dichas condiciones iniciales.
Leucipo, maestro de Demócrito, enunció el principio de causalidad: “Nada sucede porque sí, sino que todo sucede con razón y por necesidad.” Términos, estos que, respectivamente, encuentran su justificación no especulativa en el abordaje matemático de la física teórica; y en el experimental de la física, la química y, en lo posible, de la biología y de la geología. Podríamos decir que los científicos recrean en sus experimentos partes del experimento universal de la realidad, procurando apartar todo elemento subjetivo y observando sólo a los seres materiales y sus procesos.

El determinismo científico alcanza su mayor nivel de desarrollo con Laplace (matemático, físico, astrónomo y filósofo) que, entre otras cosas decía que: “Todas las cosas eran consecuencia de otras, y debían estar necesariamente regidas por leyes fijas e inmutables.” Laplace respondió a una pregunta de Napoleón sobre la presencia del creador en su obra, diciéndole que “Dios era una hipótesis no necesaria.” Igualmente, subrayando la predecibilidad de su concepción científica determinista, también contestó al respecto: “Aunque la hipótesis de Dios pueda explicar todo, no permite predecir nada.”
Monod, que enarbola el postulado de objetividad -intentando desterrar a Dios, dioses o cualquier otra concepción teleológica del origen, la naturaleza y la evolución de los seres vivos- encuentra en el azar la fórmula para seleccionar la invariancia reproductiva, prioritaria sobre las estructuras y performances teleonómicas, sobre las que opera la selección natural, ya en el reino de la necesidad. Pero tal como lo plantea Monod -y también el dogma central de la biología molecular- el problema se complica, pues hay que encontrar una larga clave o combinación única en las moléculas invariantes que dé cuenta, al menos, de unas muy complejas estructuras y funciones en las moléculas teleonómicas; esto sin entrar en como se establece la relación entre las primeras y las segundas. Además, la mera existencia de una clave permitiría también la posibilidad de una subjetividad creadora. 

No veo ningún problema teleológico para proponer que las performances (las interacciones necesarias que devendrán en funciones) y estructuras teleonómicas sean prioritarias a la invariancia reproductiva, y que ésta sea resultado de aquellas y no de una suerte de ruleta cósmica. Aunque en la mayoría de las entradas anteriores de este blog se ha tratado ampliamente de la relación entre los ácidos nucleicos y las proteínas, en las siguientes entradas volveré sobre ello, desde el punto de vista del planteamiento de Monod.

Después de descartar el Verbo, la Mente y la Fuerza, el Fausto de Goethe encuentra el principio explicativo de toda obra y creación: “En el principio era la Acción.”
El estado actual del conocimiento científico está de acuerdo con Goethe. Así, concebimos el universo como un todo material, en evolución no dirigida -sin proyecto alguno, pero sin saltarse las leyes naturales- resultante de interacciones energético materiales contingentes.
Es muy probable que, en determinados ambientes moleculares del universo conocido, las condiciones termodinámicas puedan permitir las interacciones necesarias -alejadas del equilibrio de las reacciones químicas convencionales- que conduzcan a la formación de protofunciones y protoestructuras cada vez más complejas. De esta manera, la función –producto de las interacciones necesarias del experimento de la realidad material- organizaría necesariamente estructuras que, tras ser seleccionadas, harían necesarias otras funciones… Estaríamos ante una concatenación universal, no programada, no dirigida, de evolución material en estructuración creciente y sometida a la selección natural: necesidad 1 (como lo inevitable o imperativo en determinadas condiciones), contingencia selectiva, necesidad 2 (como lo teleonómico)…O lo que es lo mismo: interacciones necesarias imperativas 1; estructuras 1; contingencia selectiva; nuevas interacciones sobre la base de las estructuras seleccionadas, que van tejiendo una red de interacciones necesarias cada vez más teleonómicas.

En el origen de la vida, la necesidad tiene que ver con la interacción de la materia y con la información estructural. La necesidad imperativa parte de lo que no puede, químicamente, dejar de ser y termina, tras un largo proceso evolutivo, generando un nuevo ser que, por sus estructuras y funciones, denominamos vivo. A lo largo de los procesos de filogenia evolutiva, cada ser vivo altera su entorno, durante su ontogenia, para satisfacer sus necesidades teleonómicas. Así, la necesidad imperativa y la necesidad teleonómica aparecen como las dos caras de una moneda indivisiblemente asociadas con los procesos evolutivos de la ontogenia y la filogenia.
En resumen, dadas unas determinadas condiciones iniciales y parafraseando a Goethe, en todo principio la acción (interacciones y funciones primordiales) creará estructuras y, así, poco a poco, se irán organizando los sistemas vitales (en torno a organismos) de forma necesaria imperativa primero, y con la recapitulación teleonómica, aparentemente proyectiva, de la acción estructurada después. De acuerdo con la ley biogenética de Haeckel: “La ontogenia recapitula la filogenia.”