El azar y la necesidad
En el prefacio de su célebre libro El azar y la necesidad (1970), Jacques
Monod (1910-1976) –Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1965- reflexiona
sobre el subtítulo del mismo: Ensayo
sobre la filosofía natural de la biología moderna. Al respecto, afirma:
“Hoy en día resulta imprudente, por parte de un hombre de ciencia, emplear la
palabra “filosofía”, aún siendo natural, en el título (o incluso en el
subtítulo) de una obra. Se tiene la seguridad de que será acogida con
desconfianza por los científicos y, a lo mejor, con condescendencia por los
filósofos…Desde luego hay que evitar toda confusión entre las ideas sugeridas por la ciencia y la ciencia
misma; pero también hay que llevar sin titubeos hasta sus límites las
conclusiones que la ciencia autoriza, a fin de revelar su plena significación.”
Más adelante añade: “Asumo la total
responsabilidad de los desarrollos de orden ético, si no político, que no he
querido eludir, por peligrosos que fuesen o por ingenuos o demasiado ambiciosos
que puedan, a pesar mío, parecer: la modestia conviene al sabio, pero no a las
ideas que posee y que debe defender.”
Ya antes del prefacio, Monod elige dos citas
que anuncian sus intenciones. La primera, de Demócrito, da título al libro:
“Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y la necesidad.” La
segunda, más larga, es de Albert Camus, sobre el mito de Sísifo y el destino
del ser humano, enfrentado a la necesidad de encontrar sentido a la propia
existencia en un universo sin dueño.
Así, en el desarrollo de este ensayo, Monod
intenta elevar el reduccionismo mecanicista de la naciente biología molecular a
una perspectiva más metafísica, pero sin salirse del ámbito de la concepción
materialista de la ciencia. Pero este reduccionismo viene de más lejos, y, con
diversos matices, ha tenido efectos beneficiosos, algunas veces, y
perjudiciales, las más, en el desarrollo de la biología. Sin entrar en el tema,
entre los perjudiciales podemos destacar la profunda transformación de las
ideas de Darwin, que comienza en la primera época del neodarwinismo y, sobre todo, con la posterior teoría sintética de la evolución y el denominado dogma central de la biología molecular.
Monod comienza su exposición a partir del
postulado básico del método científico; el postulado
de objetividad de Galileo y Descartes: “La naturaleza es objetiva y no
proyectiva.” Esto es, no hay proyecto finalista o teleología alguna en la
naturaleza. Pero, el postulado de objetividad entra en contradicción aparente
con una propiedad que Monod considera fundamental para distinguir a los seres
vivos de las demás estructuras del universo, la teleonomía: “Los seres vivos
son objetos dotados de un proyecto que a la vez representan en sus estructuras
y cumplen con sus performances.” Monod
utiliza el término performances como
logros o ejecuciones conseguidas, tales como, por ejemplo, lo que conocemos
como funciones y subfunciones vitales, pero también la
creación de artefactos. Es posible que, para Monod, el concepto de funciones
vitales tenga una connotación teleológica (de proyecto con finalidad) y, en su
lugar, prefiera utilizar performances
que, asociado a la propiedad de la teleonomía, serviría para describir un
proyecto o propósito sin causa final.
Pero, precisamente, para distinguir un ser vivo
de un artefacto, Monod plantea que hace falta algo más que el mero examen de la
estructura acabada y el análisis de sus performances:
además de identificar el proyecto hay que conocer a su autor. Para ello, hay que estudiar “no sólo el
objeto actual, sino su origen, su historia y su modo de construcción.” Así, por
ejemplo, “la estructura macroscópica de un artefacto es el resultado de la
aplicación de fuerzas exteriores al objeto mismo.” Por el contrario, afirma
que: “la estructura de un ser vivo…no debe casi nada a la acción de las fuerzas
exteriores, y en cambio lo debe todo…a interacciones morfogenéticas internas al objeto mismo. Estructura que atestigua
pues un determinismo autónomo, preciso, riguroso que implica una libertad casi total respecto a los
agentes o condiciones exteriores…”. Monod, al igual que la teoría sintética y el dogma
central de la biología molecular, excluye totalmente la influencia
informativa y hereditaria del ambiente en la evolución de los seres vivos.
Además de la teleonomía, Monod distingue otras dos “propiedades generales que caracterizan a los seres vivos y los
distinguen del resto del universo: la morfogénesis
autónoma y la invariancia
reproductiva.”
Ya hemos visto que mediante la morfogénesis
autónoma surge la estructura de un ser vivo, merced a fuerzas o interacciones
internas al ser. Por su parte, mediante la invariancia reproductiva se asegura
que “el emisor de la información expresada en la estructura de un ser vivo sea siempre otro objeto idéntico al
primero.” Monod define “el proyecto
teleonómico esencial como consistente en la transmisión, de una generación
a otra, del contenido de invariancia característico de la especie… y considera
que “estas tres propiedades están estrechamente asociadas en todos los seres
vivientes…, aunque la estructuración espontánea debe más bien ser considerada
como un mecanismo…que interviene tanto en la reproducción de la información
invariante como en la construcción de las estructuras teleonómicas.”
A pesar de esta íntima asociación, Monod
distingue perfectamente entre teleonomía e invariancia. Asocia a “las proteínas
como responsables de casi todas las estructuras y performances teleonómicas, mientras que la invariancia genética
está ligada exclusivamente a…los ácidos nucleicos.”
Para Monod, la única hipótesis coherente con el
postulado de objetividad, “la única aceptable a los ojos de la ciencia moderna
[debe considerar]: que la invariancia precede necesariamente a la teleonomía.”
Acabamos de ver como Monod, al poner a la
invariancia delante de la teleonomía, plantea de hecho que el azar es
prioritario a la necesidad. Además, en coherencia –y de acuerdo con la teoría sintética y con el dogma central de la biología molecular-
plantea igualmente otras relaciones de prioridad: del ADN y el ARN sobre las
proteínas, de la información secuencial sobre la información conformacional, de
la estructura sobre la función y de la mutación al azar sobre la contingencia.
Antes de continuar con el análisis crítico de
la filosofía natural de la biología molecular, conviene revisar que entendemos
por azar, por necesidad y por contingencia.
El término azar
se define como sucesos o fenómenos que no tienen una causa bien definida, y que
por tanto se ignora. En este sentido, figuran como sinónimos: casualidad, caso
fortuito y aleatorio. Así, por aleatorio
entendemos todo lo relativo a los juegos de azar, en los que, generalmente,
todos los casos son equiprobables.
Aunque en algunos casos se utilizan como sinónimos
de los anteriores, en los términos
eventualidad, accidente y contingencia
puede averiguarse la causa; se puede contar de antemano con posibles contingencias,
eventualidades o accidentes.
Así, tomando como contingencia la posibilidad de que una cosa suceda o no suceda, y
pudiendo conocer la causa del suceso, podemos razonar que, a medida que aumenta
la complejidad de los niveles de ser material en el universo -hasta llegar a
los niveles de ser vivo- aumentan también los grados de libertad de los
posibles sucesos, es decir, aumenta la contingencia.
Respecto a la necesidad -aunque algunos afirmen que lo contingente no es
necesario, pero si posible- yo estoy entre los que piensan que, al menos desde
el nivel atómico hacia los niveles superiores, todo lo posible es necesario y
viceversa. Es decir, dadas unas determinadas condiciones iniciales necesariamente se dará un determinado
suceso que, por lo tanto, será posible, con mayor o menor probabilidad, en
función de la mayor o menor probabilidad de las condiciones iniciales.
Precisamente, nuestra percepción de contingencia viene del desconocimiento de
la probabilidad de dichas condiciones iniciales.
Leucipo, maestro de Demócrito, enunció el principio de causalidad: “Nada sucede
porque sí, sino que todo sucede con razón
y por necesidad.” Términos, estos que,
respectivamente, encuentran su justificación no especulativa en el abordaje matemático
de la física teórica; y en el experimental de la física, la química y, en lo
posible, de la biología y de la geología. Podríamos decir que los científicos
recrean en sus experimentos partes del experimento universal de la realidad, procurando
apartar todo elemento subjetivo y observando sólo a los seres materiales y sus
procesos.
El determinismo
científico alcanza su mayor nivel de desarrollo con Laplace (matemático,
físico, astrónomo y filósofo) que, entre otras cosas decía que: “Todas las
cosas eran consecuencia de otras, y debían estar necesariamente regidas por
leyes fijas e inmutables.” Laplace respondió a una pregunta de Napoleón sobre la
presencia del creador en su obra, diciéndole que “Dios era una hipótesis no
necesaria.” Igualmente, subrayando la predecibilidad de su concepción
científica determinista, también contestó al respecto: “Aunque la hipótesis de
Dios pueda explicar todo, no permite predecir nada.”
Monod, que enarbola el postulado de objetividad
-intentando desterrar a Dios, dioses o cualquier otra concepción teleológica
del origen, la naturaleza y la evolución de los seres vivos- encuentra en el
azar la fórmula para seleccionar la invariancia reproductiva, prioritaria sobre
las estructuras y performances teleonómicas, sobre las que opera la selección
natural, ya en el reino de la necesidad. Pero tal como lo plantea Monod -y
también el dogma central de la biología molecular- el problema se complica,
pues hay que encontrar una larga clave o combinación única en las moléculas
invariantes que dé cuenta, al menos, de unas muy complejas estructuras y
funciones en las moléculas teleonómicas; esto sin entrar en como se establece
la relación entre las primeras y las segundas. Además, la mera existencia de
una clave permitiría también la posibilidad de una subjetividad creadora.
No veo ningún problema teleológico para
proponer que las performances (las interacciones necesarias que devendrán en
funciones) y estructuras teleonómicas sean prioritarias a la invariancia
reproductiva, y que ésta sea resultado de aquellas y no de una suerte de ruleta
cósmica. Aunque en la mayoría de las entradas anteriores de este blog se ha
tratado ampliamente de la relación entre los ácidos nucleicos y las proteínas,
en las siguientes entradas volveré sobre ello, desde el punto de vista del
planteamiento de Monod.
Después de descartar el Verbo, la Mente y la
Fuerza, el Fausto de Goethe encuentra
el principio explicativo de toda obra y creación: “En el principio era la Acción.”
El estado actual del conocimiento científico
está de acuerdo con Goethe. Así, concebimos el universo como un todo material, en
evolución no dirigida -sin proyecto alguno, pero sin saltarse las leyes naturales- resultante de
interacciones energético materiales contingentes.
Es muy probable que, en determinados ambientes
moleculares del universo conocido, las condiciones termodinámicas puedan
permitir las interacciones necesarias -alejadas del equilibrio de las
reacciones químicas convencionales- que conduzcan a la formación de protofunciones
y protoestructuras cada vez más complejas. De esta manera, la función –producto
de las interacciones necesarias del experimento de la realidad material-
organizaría necesariamente estructuras que, tras ser seleccionadas, harían
necesarias otras funciones… Estaríamos ante una concatenación universal, no
programada, no dirigida, de evolución material en estructuración creciente y
sometida a la selección natural: necesidad 1 (como lo inevitable o imperativo en
determinadas condiciones), contingencia selectiva, necesidad 2 (como lo
teleonómico)…O lo que es lo mismo: interacciones necesarias imperativas 1;
estructuras 1; contingencia selectiva; nuevas interacciones sobre la base de
las estructuras seleccionadas, que van tejiendo una red de interacciones
necesarias cada vez más teleonómicas.
En el origen de la vida, la necesidad tiene que
ver con la interacción de la materia y con la información estructural. La necesidad
imperativa parte de lo que no puede, químicamente, dejar de ser y termina, tras
un largo proceso evolutivo, generando un nuevo ser que, por sus estructuras y
funciones, denominamos vivo. A lo largo de los procesos de filogenia evolutiva,
cada ser vivo altera su entorno, durante su ontogenia, para satisfacer sus
necesidades teleonómicas. Así, la necesidad imperativa y la necesidad
teleonómica aparecen como las dos caras de una moneda indivisiblemente
asociadas con los procesos evolutivos de la ontogenia y la filogenia.
En resumen, dadas unas determinadas condiciones
iniciales y parafraseando a Goethe, en todo principio la acción (interacciones
y funciones primordiales) creará estructuras y, así, poco a poco, se irán organizando
los sistemas vitales (en torno a organismos) de forma necesaria imperativa primero,
y con la recapitulación teleonómica, aparentemente proyectiva, de la acción estructurada
después. De acuerdo con la ley biogenética de Haeckel: “La ontogenia recapitula
la filogenia.”