Desde
la perspectiva funcional, que introdujimos en la entrada anterior, observamos
cada vez más hechos acerca de la plasticidad adaptativa de la vida en todos sus
niveles de integración y complejidad. Como ya hemos señalado en diferentes
ocasiones, para Darwin la selección natural opera sobre los individuos,
caracterizados por la organización funcional de sus respectivos organismos,
acumulando las variantes somáticas o fenotípicas que han resultado más apropiadas
para sobrevivir en un determinado medio ambiente. La selección natural no opera
sobre las variantes de los genes, o alelos, sino sobre los organismos que,
entre otras cosas, portan cromosomas (que, entre otras cosas, llevan genes
codificadores de proteínas) que, a su nivel, se seleccionaran con ellos.
Así, para
abordar el problema de la plasticidad somática podemos empezar por el máximo
nivel de complejidad que conocemos, el cerebro y los procesos mentales
relacionados con este órgano, en la lógica de que aquí tendremos presentes
todos los niveles -supramolecular, celular y sistémico- en el mayor grado
posible de interacción dinámica con sus respectivos medios.
De
acuerdo con Eric R. Kandel, en su magnífico libro La nueva biología de la
mente, Descartes se equivocaba al pensar que “la mente está separada del
cuerpo y funciona con independencia de él”. Al separar la mente del cerebro, Descartes
tenía un planteamiento dualista, como lo tenía Alfred Wallace -el codescubridor
de la selección natural- que también pensaba lo mismo; pero no así Charles
Darwin, que tenía un pensamiento materialista monista: la mente es un producto del
cerebro, es decir, de la materia en evolución organizada en forma de cerebro.
Otro aspecto importante que debemos tener en cuenta es que la mente no emana
del cerebro sin más, respondiendo a algún tipo de programa genético. Denominamos
mente a una serie de procesos que resultan de la toma activa de noticias del
mundo exterior, por el organismo animal, del procesamiento por el cerebro de
los datos percibidos, de las acciones de respuesta y de la experiencia
encadenada en dicho proceso. Así, la mente surge de la interacción, y de la estructura
resultante, entre el organismo animal y su entorno, mediados por el cerebro.
Kandel destaca que Darwin -en su libro La expresión de las emociones en el
hombre y en los animales- desarrolla la idea del origen biológico de la
especie humana; y destaca de él que “nuestros procesos mentales
evolucionaron a partir de antepasados animales de manera similar a como se
desarrollaron nuestros rasgos morfológicos. Es decir, que la mente no es etérea
y tiene una explicación física”.
Nuestra mente -en sus diferentes
manifestaciones: aprendizaje, memoria, conciencia, pensamiento, etc.- resulta
de la plasticidad funcional y estructural del cerebro del organismo humano en
interacción con su medio. De esta manera, la fisiología y la anatomía cerebral
experimenta modificaciones que recorren -de abajo arriba- cambios
conformacionales en las proteínas implicadas en las redes de interacciones moleculares,
intra e intercelulares; cambios morfológicos en las neuronas y en las células
de la glía; y cambios en la red de comunicaciones entre neuronas, mediante el
establecimiento y reforzamiento de uniones muy precisas entre ellas,
denominadas sinapsis. Así pues, éstas se modifican como resultado adaptativo de
la acción y experiencia del organismo frente a su medio. En el límite negativo
de la fisiología, la patología cerebral también se caracteriza por exhibir
cambios significativos en estos tres niveles de organización: supramolecular,
celular y de organismo pluricelular.
Debemos
subrayar que la mente no es sólo un producto del cerebro aislado, sino que
resulta de la permanente interacción entre el cerebro y el medio, en continuo
cambio. En este sentido, y ante la complejidad de uno de los productos más especiales
de la mente, la conciencia, resulta pertinente citar una frase de K. Marx: “No es
la conciencia del hombre la que determina las condiciones materiales de su
existencia, sino estas últimas las que determinan su conciencia”. El
inmunólogo C. Janeway, Jr. parafrasea esta cita para describir la esencia del
sistema inmunitario, a saber: la selección de un repertorio linfocitario que
permita, por una parte, discriminar entre lo propio y lo no propio; y, por
otra, que éste pueda adquirir una memoria específica frente a lo ajeno
manteniendo una tolerancia frente a lo propio. Así, según Janeway: “no es
el repertorio de receptores T heredado genéticamente el que determina las
interacciones de los linfocitos; sino, por el contrario, las interacciones linfocitarias
(selección positiva y negativa en el timo) las que determinan el repertorio de
linfocitos”. No voy a abundar aquí sobre los paralelismos entre los
sistemas inmunitario y nervioso, pero, quizá lo más sorprendente sea encontrar
la esencia de las frases citadas en Lamarck: “No son los órganos, es
decir, la naturaleza y forma de las partes del cuerpo del animal, lo que ha
dado lugar a sus hábitos y facultades especiales, sino que son, por el
contrario, sus hábitos, su modo de vida y su entorno lo que ha controlado en el
curso del tiempo la forma de su cuerpo, el número y estado de sus órganos y,
finalmente, las facultades que posee”. Lamarck deja claro, en una
relación de causa efecto, la prioridad de la función sobre la estructura, y la
importancia del medio en el proceso de plasticidad somática adaptativa.
BIBLIOGRAFÍA
· Jacob,
F. (2014). La lógica de lo viviente. Metatemas. Tusquets Editores. Barcelona.
· Janeway,
C. y Travers, P. (1996). Immunobiology. Garland Publishing. New York.
· Kandel,
E. R. (2019). La nueva biología de la mente. Paidós. Editorial Planeta.
Barcelona.
· Lamarck,
J-B. (2017). Filosofía zoológica. La Oveja Roja. Madrid.