RESISTENCIA
AL SUFRIMIENTO DE LOS MORTALES
La
palabra resistencia tiene múltiples sinónimos relacionados con la acción y
efecto de resistir o resistirse: oposición, rebeldía, rechazo, contestación
renuencia, intransigencia, obstinación, negativa, repulsa…
A este
respecto, también tenemos antónimos como: abandono, renuncia y rendición.
En una
segunda acepción, la capacidad para resistir, encontramos sinónimos como: aguante,
fortaleza, fuerza, vigor, potencia, entereza, robustez, solidez, energía,
vitalidad, tenacidad, dureza…; pero también antónimos: debilidad, fragilidad,
blandura, ternura…
El
diccionario de la RAE nos presenta una tercera: “conjunto de las personas que,
generalmente de forma clandestina, se oponen con distintos métodos a los
invasores de un territorio o a una dictadura”. Y una cuarta referida al
psicoanálisis: “oposición del paciente a reconocer sus impulsos o motivaciones
inconscientes”.
Por
otra parte, también se aplica este término a conceptos de la Física:
electricidad, mecánica…
Las
acepciones primera, tercera y cuarta hacen referencia a conceptos relacionados
con los seres humanos; pertenecen, por tanto, a la naturaleza viva, pero
teniendo en cuenta que nosotros somos los únicos animales que, en nuestra
evolución cultural, realizamos acciones donde exhibimos un marcado propósito
que nos lleva peligrosamente al desequilibrio social. En el resto de los seres
vivos, la selección natural cristaliza, en cada instante del conjunto de la
ecósfera, el equilibrio entre sus factores bióticos y abióticos, en una
evolución sin propósito ni proyecto.
En la
segunda acepción, nos encontramos con la capacidad intrínseca para resistir,
tanto de la naturaleza inorgánica como de la viva. Así, hablamos de la
tenacidad y la dureza de los minerales –refiriéndonos a su resistencia, tanto a
la rotura como a ser rayados, respectivamente–, o del aguante, fuerza, vigor,
potencia… de atletas, gimnastas, nadadores, deportistas extremos, aventureros y
exploradores. En este sentido, todos conocemos auténticas gestas que rozan lo
increíble, en ellas se aúnan el carácter y las facultades de las dos primeras
acepciones del verbo resistir; pero donde sin duda se tensan al máximo es durante
las situaciones extremas de guerras, invasiones, asedios, torturas y exterminio…
Son famosas muchas ciudades que, a lo largo de la historia, sufrieron largas y penosas
situaciones de sitio: Sagunto, Numancia, Jerusalén, Constantinopla, Madrid, Stalingrado…
En estas terribles circunstancias aflora lo mejor y lo peor de la condición
humana: la generosidad y la resistencia heroica frente al egoísmo, la crueldad
y la opresión.
Pero
si hay alguna resistencia que afecte al común de los mortales es precisamente
esa, la resistencia a la enfermedad y la muerte.
En la
naturaleza, todo surge de las interacciones materiales que integran estructuras
ordenadas, pero por imperativo termodinámico los procesos necesariamente
tienden al desorden. La vida se resiste al desorden mediante la selección de
procesos que tienden al orden… Estos procesos son las funciones vitales, que
ralentizan la producción de entropía (como medida del desorden).
El
asedio a la vida comienza desde el nacimiento con el progresivo envejecimiento
y las enfermedades; tendencias, ambas, que, literalmente, resistimos con eso
que llamamos vitalidad.
En el
ámbito de lo sobrenatural, algunas religiones afirman que nuestra condición de
mortales aparece como una condena bíblica para Adán, Eva y sus descendientes por desobedecer la advertencia divina de no comer los frutos del árbol del
conocimiento… Pero ¿es realmente una condena la condición de seres mortales? ¿Deberíamos
añorar la inmortalidad como una bendición?
De
entrada, igualmente, la inmortalidad aparece también como una condena bíblica divina
en la figura del judío errante, castigado por Dios a errar por el mundo hasta
el retorno de Jesús a la Tierra, por reírse de él en el Calvario. Este relato
se ha considerado en ocasiones como una metáfora de la diáspora judía por
castigo divino. Entre los múltiples nombres que ha recibido esta figura errante
–en la literatura– está el de Joseph Cartaphilus. Este personaje –condenado a
vagar eternamente, sin descanso– aparece en El inmortal, un cuento de
Jorge Luis Borges en el que abunda en algunas de sus preocupaciones recurrentes:
la inmortalidad y el infinito, como manifestación laberíntica de todas las
contingencias posibles… “Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo
hombre todas las cosas”.
Efectivamente,
la inmortalidad no impide el sufrimiento: dolor, hambre, sed, soledad,
enfermedad…, motivos de padecimiento que, en muchos casos, conducen a la
liberadora muerte de cualquier ser humano; los cuales, precisamente por la
condición de mortales, procuran evitarlos y ofrecen resistencia a sus efectos,
conscientes de que el límite finito al daño es la muerte. Así pues, la
inmortalidad presenta una perspectiva infinita de sufrimientos inevitables.
Una
visión racional de la vida y de la historia de la humanidad nos aleja de
metáforas y prodigios, pero no por ello es necesariamente alentadora. La
semilla del mal florece en forma de egoísmo con demasiada facilidad en los
grupos humanos, y sus manifestaciones y consecuencias son terribles: opresión,
encarcelamiento, torturas…, y muerte; en ocasiones de pueblos, grupos o etnias en
su conjunto…, lo que denominamos genocidios. Sabemos por la historia de la
humanidad que no hay nadie que esté exento de ser potencialmente víctima, pero
tampoco de ser verdugo. Las víctimas, hoy, son los palestinos…, y frente a este
genocidio, muchos gobiernos manifiestan una resistencia cargada de impotencia,
mientras otros van desde una indolente neutralidad a una complicidad genocida. Admira
y duele la increíble resistencia del pueblo palestino desde el asentamiento
judío en 1947 hasta la actualidad… Todos los intentos de convivencia entre los
dos pueblos han sido dinamitados de las formas más diversas por fuerzas
poderosas… y, ahora, de nuevo, la crueldad y la muerte avanzan otra vez en la
historia de la humanidad: pronto añadiremos a nuestro calendario la solemne
celebración de otro holocausto.
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