DUERMEVELA CÓSMICO. DEL PENSAMIENTO
CIENTÍFICO A LA ENSOÑACIÓN
La Luna riela sobre el agua, pero no
es el mar de Espronceda sino el Lago de Sanabria de Unamuno –su “espejo de
soledades”–, que refleja trémula su luz, que es la del Sol; ambos astros tan
presentes en el agua como en el cielo… Nuestra estrella omnipresente y
generosa, repartiendo luz y calor. Qué distintos de esos otros que veo en la
misma bóveda celeste, tan distantes desde su nacimiento, que solo nos llega la
luz huérfana de su latir apagado…, como un recuerdo cósmico; pero el recuerdo
requiere un corazón que lo caliente y un cerebro que lo albergue en su
consciencia. ¿Cuántas consciencias del Cosmos hay en el Cosmos? Contemplamos un
misterioso universo material de luces y reflejos engañosos en atómico baile
continuo, del que surgen solitarios focos de reflexión en la distancia que va
desde su gestación hasta los ecos de su muerte…, la luz y el pensamiento unidos
por una palabra.
Miro los juegos mendaces de los
brillos que me rodean: el de la Luna en el lago, los de los planetas alineados
y de las estrellas en el firmamento…, y mi corazón se agita, y mi mente es un
torbellino de reflexiones sobre el universo ordenado y comprensible de los
jonios, el Cosmos y sus leyes; lo pasado y lo actual en el espacio y el tiempo
de un universo material en evolución.
Pienso en la Tierra y en la vida que
la puebla: su origen, naturaleza y evolución. Vuelvo a la luz del Sol… y al
agua, que es el espacio, el tejido de la vida, que emerge, segura de sí misma,
del baile triangular de dos hidrógenos y un oxígeno, en una solidaridad
electrónica que proporciona el necesario dos para para los primeros y un ocho
para el segundo. Pero las necesidades regladas de cada cual originan una
asimetría en la manera de compartir los electrones…, de manera que se forma un
dipolo, muy interactivo, que impulsa una sociedad reticular de moléculas de
agua mantenida por puentes de hidrógeno.
Sobre esta estructura, enormemente
dinámica, del agua se edifica la vida: las funciones vitales surgen de la
selección y ordenamiento de las porciones hidrofílicas e hidrofóbicas de las
biomoléculas… El celo del agua por mantener su estructura reticular –aceptando
el contacto con lo hidrofílico, y rechazando y empaquetando lo hidrofóbico–,
construye las estructuras moleculares que van a evolucionar hacia la vida: el
agua es necesaria en su origen y evolución; omnipresente en la ontogenia,
filogenia y fisiología de los seres vivos, forma el espacio y el tejido de la
vida favoreciendo la interacción de fuerzas débiles entre las biomoléculas.
El cielo raso se muestra exultante.
La vía láctea, también llamada “el espinazo de la noche”, contrasta con la
bóveda celeste que aparenta soportar. Extasiado, intento imaginar los confines
del universo, su infinitud… o, al menos, su expansión desde el Big Bang hasta
nosotros, con una incipiente materia en permanente interacción, evolucionando
en niveles de integración creciente bajo la acción de las cuatro fuerzas del
Cosmos. Pero la evolución no es una potencia activa que oriente su finalidad,
sino mera consecuencia de la interacción material incesante: la materia es
fundamentalmente masa, energía e interacción.
Embelesado con la contemplación de
los planetas visibles y de las estrellas que reconozco, mi mente recorre los
escasos conceptos de astrofísica que manejo, muchos difíciles de entender para
un lego en la materia como yo: ¿qué quiere decir Big Bang como fluctuación
cuántica en un vacío absoluto? Tampoco es fácil de comprender que “con el Big
Bang surgió todo de la nada”. Se originó la materia, la energía, el espacio y
el tiempo… El 5% de la materia que conocemos, la materia bariónica; y el 26% de
materia oscura y 69% de energía oscura, ambas desconocidas, pero detectadas por
su efecto sobre la materia bariónica.
Desde Einstein sabemos que el
espacio-tiempo está relacionado con el campo gravitatorio: la materia le dice
al campo como debe doblarse, y este a la materia como debe moverse. También,
gracias a su célebre fórmula E=mc2, conocemos la conversión entre
materia y energía. Mi mente sueña con viajar por el espacio: ¿podría darse
algún “diálogo” similar de la materia y la energía oscuras con la materia
bariónica? Igualmente, ¿podría darse una conversión entre ellas?
Asimismo, se dice que los campos
electromagnético y gravitatorio presentan afectación mutua con la materia…
¿Podrían la materia y la energía oscuras formar el tejido espaciotemporal del
universo? ¿Quizá la materia oscura el espacio, en interacción gravitatoria con
la materia bariónica, y la energía oscura los campos electromagnéticos? ¿Podría
existir un universo de materia bariónica donde se alternen procesos de
expansión hasta un límite, seguidos de procesos de contracción? Este universo
que, de forma aparente, surgiría y desaparecería alternantemente, ¿podría hacer
estos ciclos en interacción permanente con un universo eterno de materia y
energía oscuras, constituyente del espacio? Es decir, ¿se podría transformar el
tejido espacial en materia bariónica y viceversa, con surgencias y sumideros de
esta última?
Todas estas reflexiones me llevan a
imaginar el tejido espacial más como la estructura reticular del agua,
embebiendo la materia bariónica, que como una sábana que se deforma con la
interacción gravitatoria. Esta imagen de nuestro líquido vital como tejido
espacial, también me sitúa ante la paradoja de la naturaleza dual de la luz
como corpúsculo y onda: pienso en una piedra cayendo a un estanque.
Aturdido por este torbellino de
especulaciones cósmicas, mi mente se difumina de nuevo con las luces del
firmamento. Vienen a mi cabeza los versos de San Juan de la Cruz: “la noche
sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad
sonora…” Me inunda la paz rutilante que me rodea, el sosiego se apodera de mí…
¿En qué momento entré en ensoñación?