CATÁSTROFES,
CATASTROFISMO Y EVOLUCIÓN BIOLÓGICA
Vivimos
sobresaltados por las noticias de catástrofes de toda índole y magnitud, muchas
lejanas, pero algunas muy próximas: terremotos, volcanes, huracanes, DANAS, incendios
incontrolables, plagas, pandemias, desastres nucleares…, pero también otras más
lentas y silenciosas como el cambio climático, directamente relacionado con
algunas de las anteriores.
La
amenaza de un futuro incierto para buena parte del planeta, e incluso para el
conjunto de la humanidad, pende sobre nuestras cabezas. De hecho, sabemos que,
a lo largo de su historia, la vida sobre la Tierra ha sufrido varias extinciones
masivas; lo cual, entre otras cosas, ha debido tener una notable influencia en
la discontinuidad del registro fósil, hecho tozudo y de gran importancia en las,
a veces agrias, polémicas entre los biólogos evolucionistas, ya desde los
tiempos de Darwin.
La
cadena continua de los seres
En el
siglo XVI, la idea de una cadena continua de los seres mantenidos por
generación divina (especial o espontánea) marcaba un horizonte confuso en la
imagen de la naturaleza… En el incipiente conocimiento científico, las
preguntas de tipo “Qué”, referentes al inventario y clasificación de los seres
considerados vivos, se topaban con la teología natural de la escolástica…
En esta tarea tenemos a creacionistas fijistas como Linneo ‒ él plantea que hay tantas especies como formas creadas hubo en el principio‒, que aborda la clasificación de las plantas mediante la observación atenta, la descripción completa y rigurosa de las partes visibles y la extracción del carácter propio de cada una de ellas.
Por su parte, el transformismo de Lamarck (igualmente gradual) es de tipo progresivo, en una permanente tendencia a la perfección desde una continua generación espontánea. También establece una jerarquía funcional en las estructuras, que aplica a la clasificación: distingue entre la organización funcional interior y la forma exterior resultante de las adaptaciones singulares al entorno.
Desde
la contingencia catastrofista, Cuvier rompe con la cadena continua de los seres
Frecuentemente
se ignora, cuando no se simplifica y ridiculiza la aportación de muchos autores
al desarrollo de la ciencia, a menudo con Lamarck, pero también ocurre algo
parecido con su poderoso adversario Cuvier ‒considerado como el malvado que le
hizo la vida imposible‒, al que se le encasilla como catastrofista y
creacionista.
Pero él ve saltos insalvables entre los organismos y en el registro fósil, y los explica mediante una sucesión de extinciones catastróficas, seguidas por nuevas creaciones biológicas (no divinas) que conducirían de forma contingente a los grandes tipos actuales, que exhiben discontinuidades insalvables entre ellos. A diferencia de Lamarck, Cuvier ataca la idea de continuidad de los seres y la de su permanente generación espontánea. Así, introduce en la biología las ideas de contingencia en los sucesos y de discontinuidad en la cadena divina de los seres, ambas esenciales en los posteriores planteamientos evolucionistas de Darwin, aunque el biólogo inglés las consideró en el marco del gradualismo del geólogo Lyell (con gran disgusto de su amigo y gran defensor, Huxley).
En
cuanto a su perspectiva funcional, al igual que Buffon y Lamarck, Cuvier coloca
la función delante de la estructura: para él, el organismo animal es una unidad
de funciones integradas con una enorme posibilidad de diversidad estructural,
fundamentalmente en la parte más externa; ya no se comparan las partes aisladas
entre sí, sino en la coherencia de su dinámica funcional. Pero esta coherencia
interna en la esencia o naturaleza de cada gran grupo (plan básico de diseño, phylum
o filo) animal contrasta con la brecha insalvable entre los grupos. Esa es la
gran diferencia con Lamarck, aunque coincide en la coherencia funcional en
relación con el medio: «Las diferentes partes de cada ser deben coordinarse
para hacer posible el ser total, no solo en sí mismo, sino en sus relaciones
con el entorno». Así pues, para este paleontólogo existe una discontinuidad estructural,
debida a la contingencia, agrupada en cuatro planes o tipos básicos, y una
continuidad funcional debida a las condiciones de existencia en el entorno. La
armonía funcional hace que la diversidad estructural esté en consonancia con la
función que cada ser vivo realiza en su medio, lo que actualmente denominamos
nicho ecológico. Así, las catástrofes contingentes dejarían muchos nichos
ecológicos vacíos y una readaptación rápida para ocuparlos, que ocasionaría los
grandes tipos de animales con diseños inconexos entre sí. En este sentido, la gran
extinción del precámbrico que dio lugar a la explosión cámbrica debió de ser
especialmente importante. Hemos visto que solo las necesidades funcionales
básicas dan continuidad a la vida, y no la infinitud de pequeñas diferencias
graduales en los caracteres estructurales que contemplaba la idea de la cadena
continua de los seres.
La armonía funcional en la diversidad estructural se escapa a los planteamientos del programa genético, tanto en el dogma central de la biología molecular como en la nueva síntesis neodarwinista.
En estos planteamientos desaparece el organismo y reaparece el análisis reduccionista e incoherente de las partes, llegando hasta detallar las frecuencias alélicas, que generalmente solo responden a cambios en las secuencias del ADN sin manifestación fenotípica alguna. Además, las aventuradas correlaciones entre genotipo y fenotipo, que frecuentemente hace la genética, son especialmente graves cuando se identifica este último con una determinada enfermedad, ya que se olvida que correlación no significa causalidad. Muchas definiciones fenotípicas complejas –como ocurre con determinadas patologías‒ agrupan un conjunto de síntomas que están relacionados con intrincadas cadenas de reacciones de la fisiología celular e intercelular; en cada una de esas cadenas intervienen múltiples proteínas (codificadas por uno o varios genes, según los polipéptidos que las integren); por lo que resultan totalmente absurdas noticias como: “se ha aislado el gen responsable de…” Cada gen solo es responsable de codificar en su secuencia el orden de los aminoácidos de un polipéptido…, todo lo demás es bioquímica y fisiología.
Cuvier
hace una jerarquía entre los órganos más o menos esenciales, y sitúa a los
primeros en el interior de la estructura viva y a los segundos en el exterior.
Este
enfoque me parece muy profundo, en claro contraste con el Cuvier meramente
catastrofista y creacionista que nos suelen presentar. En primer lugar, la
distinción entre un núcleo interno esencial y una periferia variable está
profundamente arraigada a la estructura de los principales niveles de
organización de la materia: los átomos, las proteínas (como nivel biológico
supramolecular), las células y los individuos pluricelulares.
Los
átomos presentan un núcleo que caracteriza el elemento correspondiente en la
tabla periódica.
Las
células también se caracterizan por un núcleo portador de la información
genética y epigenética esencial del tipo celular, y una periferia definida por
una membrana con receptores proteicos específicos de cada célula y que
interaccionan con la información contingente del medio.
En
lo referente a los individuos pluricelulares me remito a lo expuesto por
Cuvier; quizá tan solo añadir que el cerebro también presenta una estructura
similar, donde en el núcleo está lo esencial automatizado, y en la periferia,
en vanguardia, lo nuevo en acción directa con el medio exterior.
En
general, podríamos concluir que, al menos en la evolución biológica, el
interior responde a lo seleccionado hace tiempo; mientras que la variabilidad
exterior responde al incesante juego entre la contingencia del entorno y la
inmediata necesidad en la respuesta adaptativa de las funciones y estructuras
previas. Probablemente, este juego –y no algunas simplificaciones deterministas
y reduccionistas‒ esté implicado en los procesos de evolución rápida tras las
catástrofes.
La
perspectiva funcional en Darwin. La contingencia del medio ambiente en la
ontogenia y en la filogenia
En
la embriología los descubrimientos de K. E. von Baer están en línea con los de
Cuvier respecto a la discontinuidad entre los grupos de seres vivos: observa
cuatro tipos de desarrollo embrionario que coinciden con los que el sabio
francés identifica en sus estudios de anatomía comparada. Pero, además, también
distingue entre interno y externo en el espacio y entre próximo y lejano en el
tiempo:
“Los
rasgos más generales de un grupo aparecen en el embrión antes que los rasgos
más especiales. Las estructuras menos generales nacen de las más generales,
hasta que finalmente aparecen las más especiales”.
Estas
conclusiones de Von Baer las llevaría más tarde E. Haeckel al campo de
la evolución en su expresiva ley biogenética: “la ontogenia recapitula la
filogenia”.
Antes
de que Haeckel enunciara la ley biogenética, el embriólogo von Baer ya tenía un
barrunto de la relación en el espacio y en el tiempo de la evolución
propia de la ontogenia (entendida como desarrollo), pero no estaba de acuerdo
con la teoría de la evolución filogenética de Darwin, donde bajo este término
se teje una compleja red de relaciones medioambientales de forma contingente,
sin dirección ni propósito alguno. No obstante, tanto von Baer con la embriología
como Cuvier con la anatomía comparada y la paleontología ponen los cimientos
para la construcción de la teoría darwiniana. Cada uno en su campo distingue
entre órganos más internos –los más importantes, los que aparecen en primer
lugar y definen a cada uno de los cuatro grandes grupos– y órganos más
superficiales, más variables, tardíos y definidores de los subgrupos y pequeñas
ramificaciones de los grandes taxones.
En
términos evolutivos la estructura interna de los animales respondería a la
adaptación a los cambios del entorno en el pasado, definidora de los grandes
tipos esenciales, mientras que la estructura más superficial estaría asociada a
la interacción contingente más reciente entre el organismo y su medio,
generadora de una explosión de diversidad adaptativa. El juego entre presente y
pasado, entre lo actual y la historia, entre ontogenia y filogenia, es también
el juego en interacción incesante entre las estructuras internas y externas.
Por lo tanto, es cada ontogenia particular la que durante la existencia del ser vivo va tejiendo la tela de araña de la filogenia; pero para ello, cual arácnido, la nueva ontogenia recorre desde su inicio embrionario la red tejida por sus ancestros en la filogenia. Así, paulatinamente, paso a paso, las nuevas conquistas epigenéticas mantenidas a lo largo de ontogenias sucesivas van tejiendo paulatinamente la reciente filogenia.
Ya
habíamos comentado que la búsqueda de armonía funcional en la diversidad
estructural está también muy presente en las teorías de Darwin. En el título de
su libro principal El origen de las especies por medio de la selección
natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida,
Darwin ya hace referencia a la variabilidad dentro de la constancia entre las
especies, y al papel selector de esta diversidad por el medio natural. Como ya
hemos visto, en aquel momento, además del cambio en el concepto de especie y de
la influencia del medio en la función y estructura del ser vivo, la medieval
idea de generación divina había sido sustituida por la fisiológica de
reproducción. Esta nueva concepción exigía algún tipo de información que pasara
mediante células, sexuales o no, de una generación a la siguiente, es decir,
algún tipo de herencia. Por tanto, la teoría de Darwin nacía, al igual que la
de Lamarck, con dos dimensiones de cambio: una en el espacio, de adaptación al
medio; y otra en el tiempo, de formación de nuevas especies por reproducción
diferencial de las más aptas.
La importancia de los genes relacionados con el
control del plan corporal u homeoboxes (que no presentan ninguna característica
genética distintiva respecto a los denominados genes estructurales) radica en
las proteínas que codifican y en la secuencia espaciotemporal de interacciones
que estas proteínas establecen durante el desarrollo. Quizá la diferencia esté
en la posible flexibilidad o plasticidad de las proteínas relacionadas con uno
u otro tipo de genes: menor para los estructurales y mayor para los reguladores,
donde la interacción entre proteínas desordenadas y estos genes está sometida a
mayores variaciones ambientales, tanto internas como externas.
En todos los niveles biológicos (supramolecular proteico, celular y pluricelular) se da cierta plasticidad fenotípica frente al ambiente, como la que hace que, bajo determinadas circunstancias ambientales, no se manifiesten las mutaciones en la conformación de las proteínas. En este fenómeno, la coherencia funcional y estructural de las proteínas que interactúan impone las conformaciones anteriores a las mutaciones, de manera que estas se acumulan de forma silente con la ayuda de proteínas de choque térmico (HSP), que actúan como “capacitors” (condensadores o almacenadores de mutaciones), y también con la intervención de priones que, además, actúan como propagadores de conformaciones, hasta llegar a un periodo de cambio ambiental drástico (estrés) donde todas las mutaciones almacenadas pueden liberarse y expresarse a la vez.
Este fenómeno podría considerarse como la explicación molecular de la teoría de los equilibrios intermitentes (Punctuated equilibria) de Gould y Eldredge, en la que proponen que las especies son estables durante la mayor parte de su existencia (estasis), salvo en momentos de crisis, donde se producen etapas de evolución rápida (a escala geológica) asociadas a la formación de nuevas especies.
Para
llegar a una teoría general de la información, debemos tener siempre en
cuenta que todos los niveles energético-materiales de la realidad están
interconectados y que no hay ningún ser que tenga una existencia independiente
en sí mismo. Los seres vivos no son sin su medio, y la vida es un auténtico telar
con su urdimbre y su trama.









