Estructura e información en el Universo
En la página 20 del libro La historia más bella del mundo, el
astrofísico Hubert Reeves nos cuenta, de forma didáctica, que: “El gran
descubrimiento de este siglo (el XX) es que el Universo no es inmóvil ni
eterno…., que tiene una historia, no ha cesado de evolucionar, enrareciéndose,
enfriándose, estructurándose…., esta evolución sucede desde un pasado
distante….Sólo es un caldo de materia informe a una temperatura de millones de
grados. Es lo que se ha llamado el “Big Bang”…. Lo consideramos el instante
cero de nuestra historia”….
Más adelante (pg. 34): “La historia
del Universo es la historia de la materia que se organiza”. Y en la pg. 36: “
En el inicio, el Universo es una crema espesa de partículas elementales:
electrones, fotones, cuarks, neutrinos…, gravitones, gluones, etc….Los cuarks
se asocian en protones y neutrones. Más tarde, estos se reunirán en átomos, que formaran moléculas simples,
que a su vez compondrán moléculas mas complejas, que….”. En la pg. 38: “ Las
cuatro fuerzas de la física han dirigido la reunión de partículas, átomos,
moléculas y de las grandes estructuras celestes…
Fue necesario, entonces, que el Universo
se enfriara para que las fuerzas pudieran actuar e intentar las primeras
combinaciones de la materia….
¿Por qué hay fuerzas? Hoy sabemos
que en todas partes son las mismas, de aquí a los confines del Universo, y que
no han cambiado en absoluto desde el Big Bang”.
Y en la pg. 41: “Se puede decir que,
en cierto modo, la complejidad, la vida y la conciencia ya estaban en potencia
desde los rimeros instantes del Universo, que estaban “inscritas” en la forma
misma de las leyes. Pero no como “necesidad”, sino como posibilidad”.
A continuación vamos a
apoyarnos en estos párrafos de Hubert
Reeves sobre la organización del Universo, para abordar el problema de la
información biológica desde un enfoque monista, teniendo en cuenta la necesidad
de conectar la biología con la evolución general del Universo y sus leyes. No
hay camino, no hay religión alguna, sólo es pura termodinámica (calor y
temperatura): según sea la temperatura, la materia se integra o se desintegra
en niveles de integración crecientes o decrecientes. En determinadas
condiciones termodinámicas hay una tendencia universal a la complejidad
estructural, fruto de la continua interacción de la materia, y la vida es una
de sus manifestaciones.
Dada la universalidad de las cuatro
fuerzas, y dada la estrecha relación entre materia y energía, podemos afirmar que
no hay fuerzas sin partículas materiales, y que las primeras se manifiestan
mediante interacción entre las segundas siempre que la temperatura lo permita.
La interacción entre partículas y las fuerzas resultantes son consustanciales a
la materia; y de ella emerge la estructuración de la materia en niveles de
complejidad creciente. Además de la estructuración de la materia, la
interacción determina las propiedades, procesos y fenómenos materiales. De todo
lo dicho hasta ahora, va asomando claramente una relación entre la interacción
y estructura de la materia con algún tipo de información.
Estructura e información biológica
Veamos que entendemos por
información en general, y por información biológica en particular.
Sabemos que el término estructura
atiende a la organización establecida en un cuerpo o en un conjunto, mediante
determinadas distribuciones, disposiciones o relaciones entre sus elementos o
partes. Por su parte, la acepción filosófica de información se refiere a dar
forma o substancia a una cosa.
Así, buscando en un diccionario de
filosofía, encuentro INFORMACIÓN: ….”La expresión matemática de información es
idéntica a la expresión de entropía tomada con signo inverso. Y así como la
entropía de un sistema expresa el grado de su desorganización, la información
proporciona la medida en que dicho sistema está organizado. Así entendida, la
información constituye un estado interno del sistema, del proceso tomado en si
mismo, y puede ser denominada información estructural”.
Así pues, podemos concluir
provisionalmente que desde, al menos, el Big Bang la materia se organiza en
niveles de integración y complejidad crecientes -merced a la constante
interacción mediante campos físicos de fuerzas- almacenando así información
estructural. Es decir, la información en el Universo está determinada por la
interacción (campo físico) y por la estructura o forma resultante, que informa
las siguientes interacciones.
Sin meterme a fondo en la teoría de
niveles, conviene resaltar que, a pesar del aparente caos de un Universo cambiante,
los individuos o entidades de cada nuevo nivel de integración
energético-material de la realidad, integran a todos los inferiores: partículas
elementales, nucleones, átomos, moléculas, células, individuos pluricelulares;
y no existe un nivel de integración con cualquier combinación al azar de los
inferiores.
Por este motivo, conviene distinguir
el concepto nivel de integración (constituido por individuos con unidad y
existencia independiente) del concepto nivel de organización o complejidad
(donde podemos admitir individualidades que nunca han existido libremente, como
orgánulos, tejidos, órganos, etc.) para definir procesos de diferenciación y
complejidad de las partes de un todo unitario (célula, individuo pluricelular).
Con estas premisas, quizá ya podamos
plantearnos: ¿Es la información biológica una singularidad en el Universo?
En una primera aproximación podría
parecer que si, ya que para el paradigma biológico actual, variacionista y
genocéntrico, la fuente de información es genética, ya que se almacena y emana
del ADN (mediante la ordenación secuencial de las cuatro bases nitrogenadas de
sus nucleótidos constituyentes), fluye unidireccionalmente al ARN, y termina
expresándose (mediante el código genético) en la estructura y función de las
proteínas.
En este punto conviene adelantar la
analogía que existe (de ahí su nombre) entre el código genético y el lenguaje
humano escrito, para plantearnos otra cuestión: ¿Es la información humana una
singularidad en el mundo animal?
Sabemos que si, que el lenguaje nos
hace singulares, pero ¿qué tenemos en común y qué de diferentes con los
animales? De momento sólo dejamos planteada la cuestión. Más adelante la
abordaremos de nuevo, pero debemos entender que el lenguaje humano, en todas sus formas, es un producto más de nuestra evolución biológica (no una creación especial) que se puede explicar por nuestro origen animal, nuestra naturaleza social y nuestra evolución cultural.
Así, volviendo al problema de la
información biológica, la Biología debe plantearse el conectar con el concepto,
más general, de la información de la materia en el Universo para entender tanto
el origen como la naturaleza de la información en los seres vivos, y además debe plantearse este
problema en el marco de la rampa de la evolución molecular que condujo a las
biomoléculas informativas (proteínas, ARN y ADN).
Es ampliamente admitido que, aunque
el ADN almacene la información genética, las proteínas son las biomoléculas
informativas que hacen cosas en el mundo de la biología molecular: determinan
la forma y la estructura de la célula, gobiernan el metabolismo y están
implicadas en los procesos de reconocimiento molecular. Y además hacen todas
esas cosas merced a la información conformacional que portan en la disposición
singular de sus átomos en su estructura tridimensional, lo que les permiten
acciones moleculares específicas, frente a sus ligandos, mediadas por enlaces
débiles (interacciones hidrofóbicas, enlaces de hidrógeno, enlaces iónicos y
fuerzas de Van der Waals).
Pero además, las proteínas son
estructuras muy plásticas. Muchos de los enlaces covalentes presentes en una
cadena polipeptídica tienen libertad de giro, lo que confiere una gran dinámica
conformacional al esqueleto peptídico. Las proteínas vibran, se dice que parece
que “respiran”. Cualquier proteína puede potencialmente adoptar un gran número
de formas diferentes o conformaciones, dependiendo, entre otras cosas, del
ambiente molecular y de su dinámica funcional.
La función biológica de una proteína depende de los grupos funcionales, expuestos en su superficie, agrupados en los centros de unión a los ligandos (cavidades que la proteína forma según sea su particular dinámica de plegamiento y conformación). Así, por ejemplo, las proteínas alostéricas cambian reversiblemente de forma cuando los ligandos se unen a su superficie. Los cambios conformacionales producidos por un ligando pueden condicionar la unión de otro ligando, y así sucesivamente, formando rutas o circuitos funcionales de cambios conformacionales.
La función biológica de una proteína depende de los grupos funcionales, expuestos en su superficie, agrupados en los centros de unión a los ligandos (cavidades que la proteína forma según sea su particular dinámica de plegamiento y conformación). Así, por ejemplo, las proteínas alostéricas cambian reversiblemente de forma cuando los ligandos se unen a su superficie. Los cambios conformacionales producidos por un ligando pueden condicionar la unión de otro ligando, y así sucesivamente, formando rutas o circuitos funcionales de cambios conformacionales.
Así pues, como ya vimos en entradas
anteriores, no es cierto que la información genética contenida en la secuencia
de aminoácidos determine inexorablemente ni el plegamiento ni la conformación
de las proteínas, como bien saben los bioinformáticos que intentan encontrar
programas para su predicción a partir de sus secuencias.
Del genocentrismo al proteocentrismo
El problema que se plantea es
similar al clásico del huevo y la gallina: ¿qué fue antes? Es decir, aquí
debemos plantearnos si la información conformacional de las proteínas es
expresión de la información genética secuencial del ADN o si, como pienso, ésta es un instrumento que utilizan las proteínas en los distintos niveles y etapas de
la evolución biológica (precelular, celular y pluricelular). Esta es una
polémica antigua en la Biología, con diversos matices que, por ahora no voy a
abordar en su perspectiva histórica. Sólo quiero plantear que la Biología
necesita un cambio: pasar del paradigma
genocéntrico actual a un paradigma proteocéntrico.
En este cambio, el ADN aparecería como el resultado escrito de la evolución
“cultural” molecular de las proteínas (por seguir con la analogía lingüística
de la información genética), con unos pocos textos editados (los genes) y
muchos borradores (pseudogenes y otras secuencias metidas en el “saco” de lo
denominado como ADN basura).
A continuación voy a presentar
algunos argumentos a favor de esta hipótesis:
· De la información conformacional a la secuencial
De forma coherente con la evolución
de la información material en el Universo, asociada a la estructuración en
niveles de integración creciente, la evolución de las proteínas debió pasar por
una primera etapa, prebiótica, donde se seleccionaron muy pocas estructuras
secundarias y los módulos básicos de las estructuras tridimensionales (que,
posteriormente, irían evolucionando a las estructuras terciarias y cuaternarias
conocidas). En esta etapa, como ya ampliaremos en otra entrada posterior,
tendrían un papel especial los conformones (priones con actividad fisiológica).
En este nivel de información tridimensional aumenta el número de estructuras
seleccionadas. Pero donde se dispara el número es en la estructura primaria
(información secuencial), que aparecería en una etapa ya biológica con la
interacción espacial proteínas/ARN, primero, y, posteriormente, con la
formación del ADN. Desde este momento las tres moléculas coevolucionan.
En esta etapa de la evolución la
multiplicación de información secuencial es similar a la de los textos de la
humanidad. El ADN almacenaría la “cultura” molecular de las proteínas.
· Código genético conformacional y código genético secuencial
Sabemos que el código genético es
degenerado, y que se da el denominado balanceo de la tercera base en los
tripletes o codones del ARNm. Este es un código secuencial, mediante el cual se
descifra la información genética almacenada en el ADN, para traducirla en la
secuencia de aminoácidos de una cadena polipeptídica. De nuevo, y en coherencia
con lo anteriormente dicho, este código secuencial sería un resultado
posterior, y más acabado, de la coevolución inicial entre proteínas y ARN.
Esta
interacción inicial produciría un código conformacional primitivo, que no es
degenerado, y se manifiesta en las interacciones específicas entre cada uno de
los veinte aminoácidos con sus ARNt correspondientes, mediadas por veinte
enzimas aminoacil-ARNt-sintetasas específicas de ambos (ARNt y aminoácidos).
Cada sintetasa reconoce específicamente un aminoácido y el bucle D de su ARNt correspondiente. Es decir, si en el código genético secuencial a un determinado aminoácido le pueden codificar hasta seis tripletes distintos, los seis ARNt correspondientes (cada uno con su anticodón) tendrán todos el mismo bucle D que reconocerá la aminoacil-ARNt-sintetasa específica.
Modelo de ARNt |
Cada sintetasa reconoce específicamente un aminoácido y el bucle D de su ARNt correspondiente. Es decir, si en el código genético secuencial a un determinado aminoácido le pueden codificar hasta seis tripletes distintos, los seis ARNt correspondientes (cada uno con su anticodón) tendrán todos el mismo bucle D que reconocerá la aminoacil-ARNt-sintetasa específica.
· Análisis genómico y proteómico
El análisis de los genomas
investigados, especialmente el del genoma humano, nos revela, entre otras
cosas, que el tamaño del genoma de un organismo no está directamente relacionado
con su complejidad biológica. Así, mientras que, sorprendentemente, en humanos
se han detectado entre 20.000 y 25.000 genes, la planta Arabidopsis tiene
25.706, el nematodo C. elegans 18.266, la mosca Drosophila 13.338 y la levadura
Saccharomyces aproximadamente 6.000.
Además, el genoma humano se asemeja
un 98% al del chimpancé y un 60% a la mosca Drosophila melanogaster. Por otra
parte, se estima que el 95% del genoma es ADN basura, aunque pudiera tener
alguna función.
Pero lo más desconcertante, desde un
punto de vista genómico, es que hay más proteínas que genes. Esto es, más
mensajes funcionales que genes; y aún más mensajes si tenemos en cuenta el aumento de
información causal y casual (contingente) contenida en las rutas o circuitos
funcionales de cambios conformacionales de algunas proteínas.
Por su parte, el análisis proteómico
nos revela que el conjunto de proteínas expresadas por un genoma experimenta un
gran dinamismo:
Ø Dirigen y regulan la expresión
génica.
Ø Son modificadas, después de su
síntesis, por otras proteínas.
Ø Interaccionan entre si, formando
estructuras proteicas complejas (rutas o circuitos funcionales de cambios
conformacionales, complejos enzimáticos, máquinas proteicas).
La Biología actual explica que
varios fenómenos pueden generar mayor complejidad en las proteínas expresadas
en los eucariontes superiores de la anticipada a partir del análisis genómico:
1. El corte y empalme alternativo
(splicing) de un pre-ARNm da lugar a diferentes ARNm a partir de un mismo gen,
en diferentes tipos de células o en distintas etapas del desarrollo. El corte y
empalme alternativo puede estar regulado por proteínas de unión al ARN que se
unen a secuencias específicas cerca de los sitios de corte y empalme regulados.
2. Variaciones en la modificación
postraduccional de algunas proteínas.
3. Diferencias cualitativas en las
interacciones entre proteínas y su integración pueden contribuir
significativamente a las diferencias en la complejidad biológica entre los
organismos.
4. Además existe el proceso denominado
edición del ARN (RNA editing) que cambia las secuencias del pre-ARNm en el
núcleo. De estos cambios resulta un ARN maduro con una secuencia diferente a la
de los exones correspondientes en el ADN genómico. La consecuencia final de
este proceso es una proteína funcionalmente diferente.
Parece claro que todos estos
procesos implican a proteínas manejando
ARN, modificando, interaccionando y, en definitiva, organizando estructuras con
otras proteínas; esto es creando genuina información
biológica.
El agente y el objeto: La proteína y el gen
Desde esta perspectiva
proteocéntrica, los genes deben ser considerados como instrumentos que utilizan
las proteínas para garantizar la formación de polipéptidos que sean coherentes
con otros de su “población molecular” y con su función. Para ello, los
polipéptidos deben conservar determinados aminoácidos en sus secuencias,
denominados motivos, que garanticen
la interacción con otros polipéptidos específicos (especificidad de especie) y con sus moléculas ligandos (especificidad de función).
Por otra parte, los genes también
son un instrumento importante para lo que podríamos denominar “baraje” modular, que implicaría la
construcción de nuevas proteínas a partir de los módulos proteicos o dominios
codificados en los exones. Por
duplicación y baraje genético también se consiguen nuevas pautas en el
desarrollo ontogénico, como los genes Hox.
No obstante la importancia que tiene
para la evolución biológica la
progresiva complejidad y variabilidad que va adquiriendo el objeto genético
(los genes como instrumento de las proteínas), la genuina variación fenotípica surge de la interacción entre proteínas y su
medio molecular, de la que la variación genética es resultado y punto de
partida sucesivo, a la vez.
En este sentido, ocurre igual con
los avances tecnológicos y la evolución
humana, donde los principales saltos de nuestra evolución cultural tienen
que ver con avances en la información:
desde la aparición del lenguaje oral (con la que nos distinguimos como especie
social) hasta los sucesivos avances de la comunicación escrita, de los que
destacaremos la imprenta y la informática. Aunque aquí es, a primera vista, más
fácil distinguir el agente (el sujeto) del objeto, no olvidemos algunas
acepciones del concepto de alienación o enajenación, donde el producto se
vuelve ajeno a su productor y lo domina, esto es, el objeto (producto de la
actividad humana) aparece con vida propia. Más adelante volveremos sobre esto.
La evolución biológica
requiere variación y herencia de esa variación que le dé
coherencia evolutiva. Esto es consecuencia de una de las características
fundamentales de la teoría de niveles de
integración: todo nivel emergente debe evolucionar sobre la estabilidad de
las conquistas evolutivas del nivel inferior. Así, aunque el surgimiento de la
célula se hizo sobre la conquista de los mecanismos genéticos de síntesis de
proteínas, condicionantes de la evolución posterior, no debemos dejar de situar
el carro detrás de los bueyes para poder avanzar.
El proceso evolutivo avanza merced a las interacciones entre proteínas y entre éstas y su medio molecular, del que los ácidos nucleicos forman parte. En este sentido, el denominado “ADN basura” vendría a ser el resultado evolutivo de la peripecia de las proteínas que evolucionan, entre otros factores ambientales, sobre la plantilla genética que asegura su producción coherente. Sería algo así como las notas o borradores de los textos, producidos por las proteínas, y que la selección natural editará como genes.
El proceso evolutivo avanza merced a las interacciones entre proteínas y entre éstas y su medio molecular, del que los ácidos nucleicos forman parte. En este sentido, el denominado “ADN basura” vendría a ser el resultado evolutivo de la peripecia de las proteínas que evolucionan, entre otros factores ambientales, sobre la plantilla genética que asegura su producción coherente. Sería algo así como las notas o borradores de los textos, producidos por las proteínas, y que la selección natural editará como genes.
Esta idea instrumental y
proteocéntrica del genoma permite entender muchas paradojas de la genética.
Así, por ejemplo, sabemos que algunos genes pequeños de una hebra del ADN
pueden, en realidad, estar situados dentro de los intrones de otros genes más
largos de la otra. En este caos genético, ¿cómo puede una mutación mejorar ciegamente
un producto si, además, influye en otras proteínas de la misma hebra y de la
complementaria? Este caos se entiende mejor si, en vez de entidades que se
expresan espontáneamente, los genes se consideran como textos manejados por las proteínas; de la
misma manera que un escritor maneja sus notas, sus borradores y sus libros,
para editar un texto.
Genotipo y fenotipo. Mérito y alcance de la Genética
El fenotipo no es la mera
manifestación de un genotipo sino la consecuencia de un proceso más o menos
complejo de interacciones y actividad proteica. La única relación directa
genotipo-fenotipo es la secuencial, ni siquiera la conformacional, donde se
relacionan, mediante el código genético, la secuencia lineal de bases
nitrogenadas del ADN (genotipo) con
la secuencia lineal de aminoácidos de un polipéptido (fenotipo).
El gran mérito de Mendel fue el desentrañar el mecanismo
de transmisión de los factores de herencia (posteriormente denominados genes)
con una concepción de herencia particulada, como si fueran dados o monedas.
Cuando lanzamos un dado o una
moneda, podemos calcular la probabilidad teórica de un suceso determinado con
ellos: sacar cara, cruz, cinco, par, impar, etc. Posteriormente se puede ver
que para que los resultados observados se aproximen a los esperados es
conveniente realizar un número muy alto de experiencias. Mendel eligió muy bien
los organismos y los caracteres heredables observados y, a ciegas, sin saber
qué tipo de “dado” o “moneda” tenía entre manos, realizó sus cruces y observó.
De estas observaciones sacó sus leyes, y lo universal de sus leyes tuvo que ver
con su hipótesis de que cada carácter estaba determinado por dos factores
hereditarios (paterno y materno) que, posteriormente se vio se transmitían
igual que lo hacen los cromosomas durante la meiosis gametogénica. Con la
posterior determinación de que el ADN de los cromosomas es el material genético
se averiguó la naturaleza química del “dado” o “moneda” genética. Pero también
se vio que todo era más complejo que un simple juego de azar.
Con las leyes de Mendel se
estableció la relación “un gen un carácter” sin precisar la naturaleza del
mismo: estructural, funcional, de comportamiento, patológico, etc.
Prácticamente se estableció una relación, teleológica y casi teológica, del
tipo: “dado un carácter hereditario cualquiera, detrás de él alguien habrá
colocado el gen correspondiente”.
Aquí la Genética, en vez de abandonar su posición genocéntrica, se encerró
en dogmas centrales y en abstracciones matemáticas, asfixiando el alma viva de
la Biología (fundamentalmente la biología evolucionista que acababa de nacer
con Darwin).
Estas abstracciones matemáticas
estaban justificadas en Mendel y poco más, pero desde que se averiguó que la
relación directa entre genotipo y fenotipo es secuencial, todo lo demás debe
ser bioquímica y fisiología, sensu lato, nada más.
Sobran, pues, todos los artificios
complejos para seguir manteniendo el genocentrismo: epistasias, mendelismo
complejo, herencia no mendeliana, entre otros, donde los genes tienen el
carácter substantivo de “mensaje fenotípico”, cuando realmente sólo son
portadores de una información secuencial para construir un polipéptido. Además,
como vimos anteriormente, los números de los análisis genómicos cantan: no sólo
compartimos el 99% de la secuencia de genes con el chimpancé, sino que tenemos
prácticamente el mismo número de genes que el nematodo Caenorhabditis elegans.
La evidente desproporción entre la complejidad del nematodo y la de los humanos
no favorece la importancia que, actualmente, le damos a los genes como
determinantes biológicos de casi todo. Está claro que ni la complejidad humana
ni la del nematodo viene determinada por los genes.
Estructura cuaternaria de un anticuerpo |
En consonancia con el dogma central de la Biología molecular,
la corriente mayoritaria de pensamiento, en Inmunología, mantenía que la línea
germinal debía contener un gen para cada uno de los polipéptidos que integran
los anticuerpos, y que con los 3.000 millones de pares de bases del ADN había
suficiente para ello.
En 1965, William J. Dreyer y J.
Claude Bennett propusieron la hipótesis somática, donde se postulaba que, para
formar los polipéptidos de los anticuerpos, la línea germinal contendría muchos
genes V (uno por cada una de las posibles regiones variables) y un solo gen C
para la región constante. A medida que la célula madurara, se seleccionaría al
azar uno de los genes V, que se combinaría con el gen C para crear un fragmento
único de ADN que codificaría el polipéptido completo de un determinado
anticuerpo. Estos postulados chocaban frontalmente
con los principios doctrinales de la época. Se consideraba que el genoma debe permanecer
intacto a lo largo de todo el desarrollo del organismo, y que tan sólo se
produce recombinación durante el proceso de la meiosis.
Sin embargo, en la década de los
años 70, la aplicación de las técnicas del ADN recombinante al estudio de los genes de las inmunoglobulinas demostró
que estos sufren reordenación somática y que ésta es mucho más complicada de lo
que Dreyer y Bennett suponían. Así pues, el grupo de P. Leder (1974) y sobre
todo el de S. Tonegawa (1976) descubrieron en los procesos de reordenación somática de minigenes V D
y J del ADN, de los linfocitos B, los responsables de la enorme diversidad que
exhiben las regiones variables de los anticuerpos.
Teoría de niveles y fenotipos
En el enfoque proteocéntrico estos
“mensajes” son el resultado de las interacciones proteína-proteína (rutas de
interacciones conformacionales y máquinas proteicas) y proteína-ligando (incluidos
el ADN y el ARN) en una suerte de ecología
molecular.
Desde una perspectiva de niveles de
integración, conviene distinguir tres niveles
de desarrollo y tres niveles de
fenotipo: proteico (secuencial y conformacional), celular y pluricelular.
Hay que correlacionar los tres
niveles de desarrollo con lo que va en vanguardia y lo que está automatizado en
la evolución. Así, por ejemplo, en la evolución del cerebro en capas, donde la
capa más externa es la más abierta a las fluctuaciones ambientales, mientras
que las más internas son las más automatizadas.
En estos niveles, más determinados
genéticamente o más abiertos a alternativas celulares más complejas, deben
actuar proteínas con menor o mayor jerarquía de plasticidad conformacional: tipo
llave-cerradura, ajuste inducido, proteínas alostéricas, chaperones, priones).
Pero además de la coherencia de los
niveles biológicos, y de su información intrínseca, hay que prestar atención a
la coherencia entre cada nivel y su medio ambiente, determinante de su
particular evolución.
Así, por ejemplo, en la evolución humana, que
presenta un gran número de conquistas en poco tiempo, no sólo no hay un gen del
habla, sino que tampoco hay un gen del lenguaje escrito, del cálculo
infinitesimal, de la mecánica cuántica ni de ninguna de las grandes conquistas
culturales; lo que hay es una base biológica de especie (evidentemente no sólo
genética) que interacciona con el medio humano social y cultural. De estas
interacciones resultan nuevas conquistas culturales que complejizan el medio
humano y permiten interacciones más complejas, y así sucesivamente.
Es decir, en general, las
interacciones entre el ser vivo y su medio van tejiendo una red de relaciones causales
y contingentes (auténtica información estructural), cuya coherencia histórica
constituye uno de los polos de la herencia biológica sobre la que opera la
selección natural.
En definitiva, la genética debería
rendirse a la evidencia de que los organismos vivos tienen muchos menos genes
que mensajes funcionales, y que éstos tienen otra naturaleza.
Celebro la inauguración del blog. Promete buenas discusiones. Pronto habrá comentarios.
ResponderEliminarMuchas gracias Alberto. Sé que serán muy provechosos.
EliminarQuerido Alfonso,
ResponderEliminar¡Cuánto voy a aprender! Gracias por tu blog.
Gracias a ti Laura. Hagamos del aprendizaje una tarea colectiva.
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