Priones-conformones y evolución prebiótica
En coherencia con lo expuesto hasta ahora, relativo
al paradigma proteocéntrico, la
información biológica conformacional debe aparecer ya en el escenario del
origen de la vida.
En este sentido, la capacidad que manifiestan
los priones, de propagación de sus conformaciones proteicas, podría haber sido
muy útil durante la etapa de evolución química prebiótica (ver Ogayar,
Sánchez-Pérez. Prions: an evolutionary
perspective. International Microbiology. Vol.1, number 3. Sep. 1998). Con sólo poner ogayar-prions, sale el artículo completo.
Los estudios cristalográficos de la estructura
de las proteínas sugieren que éstas sólo utilizan un número corto de
conformaciones de plegamiento. Este número limitado de estructuras terciarias,
o módulos proteicos, se eleva sobre
un número mucho menor de estructuras secundarias y supersecundarias.
Por el contrario, encontramos una gran
explosión de diversidad al analizar las secuencias de las proteínas. No
obstante, el examen de los patrones de variabilidad de diversas familias
proteicas nos muestra fuertes restricciones estructurales a dicha variabilidad.
Es ampliamente admitido que los segmentos
génicos codificadores (exones),
sobre los que operan mecanismos de generación de diversidad, se corresponden,
básicamente con las unidades
estructurales proteicas (módulos proteicos o dominios) seleccionadas a lo largo de la evolución. De hecho, los
genes “fundamentales”, que están presentes en los exones de todas las células,
debieron establecerse en las primeras etapas de la evolución celular, y siempre
respetando las conquistas de los módulos estructurales básicos.
· Etapas de la evolución proteica
Todos estos datos estructurales nos llevan a
pensar que las proteínas pudieron haber evolucionado en dos grandes etapas:
1.
Una
primera etapa de evolución prebiótica conformacional donde, a partir de
secuencias polipeptídicas formadas al azar, se produce la selección de un
número corto de conformaciones (unidades estructurales proteicas), que son las
que actualmente encontramos en todas las proteínas.
2.
Una
segunda etapa donde la evolución conformacional sigue llevando la batuta pero
permitiendo una dimensión de evolución secuencial. En esta etapa, a partir de
polipéptidos ya codificados genéticamente –y utilizando los mecanismos de
generación de diversidad desplegados en la evolución biológica- se va
acumulando una enorme variabilidad en las secuencias de las proteínas, pero
siempre condicionada por la continuidad de las conformaciones seleccionadas
durante la etapa anterior.
· Origen del código genético
Durante la larga etapa de evolución
química prebiótica la estructura de las
proteínas (en esta etapa, proteinoides) debió moldearse y seleccionarse por
interacción directa con el medio. A partir del establecimiento del código genético (origen de las primeras
células, y comienzo de la evolución por selección natural), toda modificación
adaptativa de las proteínas (de las unidades estructurales seleccionadas en la
etapa prebiótica) se produce por el nuevo camino que, paradójicamente, supone
tanto estabilidad y conservación como una fuente de variabilidad:
- PROTEÍNASàPROTEÍNASàARN (código genético)
- ARNàPROTEÍNAS
- ADNàARNàPROTEÍNAS
Así pues, parece que en el tránsito
de la evolución prebiótica a la evolución biológica por selección natural, el
medio pudo pasar, de jugar un papel moldeador directo, a jugar también un papel
selector de las variantes proteicas codificadas genéticamente, aunque siga
informando (interaccionando instante a instante) y propiciando los cambios
conformacionales que están permitidos en el rango de plasticidad de cada
proteína.
De este modo, la producción genética de las proteínas -además de garantizar la estabilidad y la conservación conformacional- permite, mediante una exaltación de variabilidad, aumentar el despliegue evolutivo de interacciones específicas proteína proteína y proteína ligando. Esta variabilidad debe evolucionar coherentemente en lo relativo a la especificidad:
De este modo, la producción genética de las proteínas -además de garantizar la estabilidad y la conservación conformacional- permite, mediante una exaltación de variabilidad, aumentar el despliegue evolutivo de interacciones específicas proteína proteína y proteína ligando. Esta variabilidad debe evolucionar coherentemente en lo relativo a la especificidad:
- Especificidad de especie, de forma que la variabilidad secuencial acumulada permita las interacciones fisiológicas entre las proteínas de la especie a la hora de formar máquinas y rutas de interacción proteicas cada vez más complejas.
- Especificidad de función, de forma que las funciones celulares más elementales se vayan desdoblando en otras nuevas mediante duplicación genética, que permita la unión específica a nuevos ligandos de forma coherente.
Durante la etapa prebiótica, alguna
capacidad para propagar información conformacional proteica por contacto directo, similar
a la que actualmente manifiestan los priones, pudo ser fundamental en el camino
desde lo inorgánico hacia el mundo de lo vivo. Desde un punto de vista
evolutivo, los proteinoides que adquiriesen esta capacidad (a los que en el
artículo del 98 denominamos conformones)
serían estructuras proteicas seleccionadas, esencialmente, por su capacidad
para inducir cambios conformacionales –acordes con su estructura y función (la
capacidad de propagación)- en determinados polipéptidos que presenten
secuencias compatibles con el cambio.
De esta manera, los conformones actuarían como selectores de los cambios favorables
(cambios de especificidad permisivos con las unidades estructurales esenciales
o módulos proteicos), favoreciendo su propagación. Es decir, del conjunto de
polipéptidos -formados al azar en la sopa primigenia, y compatibles con la
capacidad para propagar sus conformaciones, que manifiestan los conformones- se
seleccionarían positivamente aquellos que tuviesen sitios activos más adecuados
para realizar actividades útiles cada vez más específicas. Pero éstos, aunque
resultasen eficaces y duraderos en esta función, no dispondrían de mecanismos
de herencia genética, rápidos y precisos, para transmitir estos cambios finos.
En este punto, sólo mencionar
que el paradigma de respuesta adaptativa
rápida mejor conocido es el sistema inmunitario, del que ya hemos mencionado
someramente los mecanismos de generación de diversidad de los anticuerpos. Más
adelante volveremos sobre el tema, mencionando también la producción de
anticuerpos catalíticos, donde se muestra la generación de cambios de
especificidad y afinidad por los sustratos.
En esta etapa prebiótica se irían
acumulando, y asociando, estas estructuras proteicas más eficaces, formando
protobiontes con un metabolismo y una capacidad reproductora elementales.
Paradójicamente, a partir del
establecimiento del código genético -después de un “mundo de ARN autocatalítico” y un “mundo de proteínas-conformones”
coexistiendo y evolucionando independientemente- aparece el nuevo marco de la
evolución biológica, en el que las proteínas se sintetizan genéticamente, y los
ácidos nucleicos son gobernados por las proteínas para ejercer su función. Conviene
señalar que en estos dos “mundos” la información es conformacional: las
ribozimas y el ARNt debieron preceder al ARNm, y el primer código genético
debió ser conformacional,
seleccionado por la actividad aminoacil-ARNt-sintetasa, y no degenerado (como
ya vimos en la entrada anterior).
Es obvio que, en algún momento de la
evolución prebiótica, se debió establecer una coevolución entre estos dos
mundos, en la que las proteínas, dada su mayor potencialidad estructural y
funcional, comenzaron a utilizar el ARN (y posteriormente, en la evolución
biológica, también el ADN) para garantizar la estabilidad de sus conquistas estructurales y una variabilidad secuencial coherente con
ellas.
Así, a lo largo de la evolución:
- Primero se establecería una información conformacional proteínas-ARN.
- Posteriormente se incorporaría la primera información secuencial proteínas-ARNm (código genético).
- Por último, esta información secuencial se almacenaría en la molécula del ADN.
Como expuse en la entrada anterior, los ácidos nucleicos serían un instrumento de las proteínas y la información secuencial (tan importante como lo es la cultura para los humanos) estaría supeditada a la información conformacional.
Sin plantear siquiera muchos de los
aspectos relativos al origen de la vida,
que de momento dejamos aparcado, sólo señalar que, en esta coevolución
prebiótica, las unidades estructurales proteicas se fueron seleccionando por su
capacidad de interaccionar entre ellas, mediante interacciones débiles no
covalentes, formando así estructuras más o menos complejas. De igual manera
interaccionarían con el ARN formando ribonucleoproteínas, y seleccionando estructuras
de uno y otro “mundo” fueron elaborando el código
genético.
Este proceso permitiría la formación de polipéptidos cada vez mas
largos y eficaces.
El aumento de eficacia vendría dado, entre otras cosas, por
la mejora funcional que suponía la transición de una estructura proteica
formada por varios péptidos pequeños (unidos por interacciones débiles) a un
polipéptido formado por la unión secuencial covalente de éstos.
Este proceso
iría permitiendo la coselección de dominios
proteicos (estructurales y funcionales) junto con determinados fragmentos
salteados de las cadenas del ARN ambiental, monocatenario y lineal, compatibles
con dichos dominios, que, de esta manera, devendrían en exones.
Esta conquista evolutiva permitiría la posterior evolución modular. En este sentido,
buena parte del denominado ADN basura vendría de entonces.
La paradójica universalidad del
código genético, más que revelar un único origen celular procariota (parece
absurda una única solución en este nivel de complejidad), revela un origen
precelular seleccionado por los módulos proteicos.
Antes de abordar la evolución
celular, tan solo apuntar que las interacciones conformacionales iniciales en
un marco de péptidos pequeños (módulos esenciales que interaccionarían formando
complejos puzzles proteicos, anteriores a la aparición de polipéptidos más largos formados
genéticamente) podrían estar representadas en la función de reconocimiento
antigénico de los linfocitos T, basada en la discriminación entre lo propio y
lo ajeno a través de la interacción específica entre el TCR y el complejo
proteína del MHC y péptido antigénico (ver Ogayar, A. Presentación antigénica y
puzzle conformacional. Una hipótesis (I). Inmunología 1991; 10: 19-23; y (II)
10: 97-103.
Conformones y evolución celular
No obstante la enorme ventaja
evolutiva que supuso la aparición del código genético (primero sólo
conformacional y luego secuencial-conformacional); para el modelo proteocéntrico, la primacía evolutiva debió seguir en manos
de las proteínas y en la continuidad de su información conformacional, desde el
origen de la vida a lo largo de toda la evolución biológica. Esta continuidad de información conformacional sería
anterior a la continuidad del plasma
germinal postulada por August Weissmann, y cuya versión molecular moderna es
el denominado “dogma central de la
biología molecular”. Sin embargo, no podemos mermar en absoluto la enorme
importancia del ADN y el ARN como instrumentos de información y modificación de
la síntesis de proteínas. Constituyen una suerte de programa informático, pero
no pueden considerarse ni un informático ni un usuario de la informática.
En la continuidad de información
conformacional de las proteínas tendrían una gran relevancia, entre otras, dos
tipos de proteínas frecuentemente relacionadas en su función:
1.
Las
proteínas de choque térmico (HSPs), entre las que se encuentran las proteínas
acompañantes o chaperones.
2.
Los
priones.
En el artículo anteriormente
mencionado (Prions: an evolutionary perspective) se plantean dos posibles
marcos teóricos, no del todo incompatibles entre sí, para definir el posible
grado de participación de los priones/conformones en la evolución biológica:
- · Los priones como atavismo evolutivo de los conformones ancestrales que, como entidades independientes, coevolucionan con las células (comportándose de forma semejante a los virus).
- · Los conformones como proteínas celulares selectoras y propagadoras de información conformacional.
Como ya se ha indicado, este segundo
marco (que me parece el más plausible) no excluye la posible existencia de
priones como entidades relativamente independientes, aunque no vamos a abordar
este problema aquí.
Este marco teórico encuentra apoyo en investigaciones
acerca de la utilidad evolutiva de mecanismos moleculares semejantes a los de
los priones, en eucariotas inferiores (en levaduras, en el hongo Podospora
anserina, y recientemente también en plantas y en la mosca de la fruta,
Drosophila melanogaster). Estos mecanismos implicarían la propagación de cambios
conformacionales en proteínas, de un modo semejante al postulado en la
hipótesis de la proteína sola, para la replicación priónica.
Para la investigadora puntera en
este campo, Susan Lindquist, los priones de levaduras se comportan como
elementos genéticos heredables: “tanto en los priones de mamíferos como en los
de levaduras, la estructura de las proteínas actúa de una manera que se creía
exclusiva de los ácidos nucleicos:
- En un caso como agentes trasmisibles de enfermedades.
- En el otro, como determinantes heredables del fenotipo”.
Es decir, como un virus y como un gen, respectivamente.
Los priones se encuentran en
levaduras sanas, y representarían, junto a algunas HSPs, un mecanismo para
acumular variantes genéticas, que son suprimibles bajo determinadas circunstancias
naturales, para posteriormente poder desplegarlas repentinamente en situaciones
de estrés ambiental. En concreto, Hsp90 es un chaperón que actúa como un
condensador (capacitor) molecular que permite mantener oculta una determinada
cantidad de mutaciones del genoma.
Estos fenómenos proporcionan el
primer mecanismo molecular plausible para que una célula responda a su ambiente
con un cambio fenotípico heredable. En este sentido, se ha visto que algunas
proteínas, incluyendo priones y amiloide, pueden ser plegadas por chaperones en
dos isoformas, una de las cuales puede ser capaz de propagar y amplificar su malformación
actuando como un molde sobre las isoformas normales.
Así, en la mosca de la fruta, la
acumulación de proteínas de tipo priónico podría ayudar a formar o estabilizar
la memoria a largo plazo, mediante la creación de grupos de proteínas de larga
vida en las sinapsis.
Las últimas investigaciones
publicadas (PNAS, 2016 May 24; 113(21):6065-70) por el grupo de S. Lindquist
muestran el hallazgo de 500 proteínas en plantas con un comportamiento
priónico. Pero no se trata de un fenómeno patológico sino de adaptación al
ambiente a largo plazo, mediante la generación de un tipo de memoria
conformacional, transmisible de generación en generación, de las condiciones
ambientales.
Lindquist opina que estos cambios
conformacionales de tipo priónico están conservados evolutivamente y pueden
funcionar en una amplia variedad de procesos biológicos normales.
Así, para Lindquist, estos casos
proporcionan argumentos convincentes de que la herencia fenotípica puede, a
veces, estar basada sobre la herencia de
diferentes conformaciones de proteínas más que sobre la herencia de ácidos
nucleicos.
Visto el papel fisiológico que
tienen tanto el cambio como la propagación de conformaciones de estas
proteínas, en células sanas, propuse el ya citado término conformón para denominar a las proteínas que, utilizando estos
mecanismos, no tienen un papel infeccioso:
1.
Ni
en su posible origen prebiótico.
2.
Ni
en su evolución celular.
3.
Ni
en su fisiología.
Así, un conformón sería un agente proteico celular capaz de propagar
una de sus posibles conformaciones (mediante contacto directo) en otras
proteínas compatibles con este cambio. La proteína capaz de sufrir este cambio
conformacional puede ser otra conformación distinta de la misma proteína, u otra estrechamente
relacionada, tanto estructural como funcionalmente, en el marco de una
respuesta a cambios ambientales.
Origen de la célula eucariota
La Biología actual considera, con
pequeñas variantes según autores, que la célula eucariota (literalmente la
célula con núcleo verdadero) es posterior y está emparentada con los grupos de
células más sencillas (bacterias y arqueas) denominados genéricamente procariotas,
por ser células anteriores a la aparición de las células nucleadas. Las células
procariotas tampoco tienen sistemas internos membranosos, entre otras cosas
diferentes. No pretendo tratar aquí a fondo ninguno de los abordajes posibles
de la sistemática celular. Tan sólo plantear una posible solución a la
intrincada paradoja que aparece en algunas de esas "otras cosas" que diferencian
a las células procariotas de las eucariotas.
Para ver algunas de estas
diferencias, en un planteamiento más amplio del problema, recomiendo consultar
el magnífico y estimulante libro de Javier Sampedro, “Deconstruyendo a Darwin” (Crítica. Drakontos), del que brevemente
resumo aquí lo relativo a esta cuestión.
En este libro nos encontraremos con
el enfrentamiento entre dos concepciones acerca del origen de la célula
eucariota, y de la evolución en general. Por un lado tenemos la teoría endosimbiótica de Lynn Margulis,
y, por el otro, la teoría de los tres
dominios (Bacteria, Archaea y Eukarya) de Carl Woese, principalmente.
De la teoría endosimbiótica tenemos
la versión más radical de Margulis, donde se afirma que “la fuerza evolutiva
que generó a la célula eucariota no fue la selección natural, sino la
simbiosis, la suma constructiva de funciones complejas y completas –bacterias
enteras de hecho- previamente existentes. Luego está una versión más suavizada,
que es la más probada y aceptada por el mundo académico, donde “las
mitocondrias y los cloroplastos provienen, por simbiosis, de antiguas bacterias
de vida libre”. En esta versión académica se compatibilizarían el gradualismo
darwiniano con la simbiosis.
Por su parte Woese, entre otros, analizando
ARNr 16S de diferentes estirpes celulares, mantiene que “el cuerpo central de
la célula eucariota evolucionó gradualmente a partir de un solo microbio de la
familia de las arqueas”.
Sampedro nos cuenta, también, que nuevos métodos en el campo de la
evolución molecular, en particular el aplicado por Radhey Gupta, revelan que
“de los centenares de genes eucariotas analizados, más o menos la mitad provienen
de una antigua arquea. Pero la otra mitad proviene de otra bacteria totalmente
distinta, una gram negativa. Estos resultados muestran que la célula eucariota
ancestral no se originó directamente de una arquea o de una bacteria, sino que
es una quimera formada por la fusión y la integración de los genomas de ambas,
arquea y bacteria”.
Pero hay más: “Los datos de Gupta
nos revelan….. que muchos genes aportados por la bacteria gram negativa a la
fusión inicial están relacionados con el metabolismo,…………Y muchos genes
aportados por la arquea están relacionados con el procesamiento de la
información genética (replicación, transcripción y traducción)”.
“….la célula eucariota se formó una
sola vez…., todos los eucariotas provenimos de la misma célula eucariota
original”.
En otro capítulo de su libro,
Sampedro apunta algunas limitaciones de la teoría de Margulis “basándose en tres desconcertantes misterios revelados
por la biología molecular”.
· Misterio 1. El splicing
Aquí se plantea la hipótesis de
Doolittle y Gilbert de “que cada exón, es decir, cada segmento de gen
comprendido entre dos intrones, corresponde a un segmento especializado de las
proteínas” “¿Qué mejor forma de evolucionar que barajando de vez en cuando los
exones, obteniendo así nuevas proteínas, nuevas combinaciones de viejos
módulos, nuevos dispositivos biológicos formados sin necesidad de empezar desde
cero todo el trabajo de diseño? La maquinaria del splicing (el spliceosoma) se encargaría luego de
eliminar el chapucero intrón y pegar los dos exones vecinos en un gen por
primera vez en la historia…, es muy parecido en todos los eucariotas, y es
obvio por ello que debió inventarse antes de que los protistas, los hongos, los
animales y las plantas emprendieran sus caminos evolutivos en solitario. Pero
ningún procariota conocido tiene nada parecido a un spliceosoma. El splicing no
parece provenir ni de una molesta chapuza añadida secundariamente al esencial
dispositivo de la transcripción, ni de un inevitable accidente al que la
evolución encontró después la utilidad de la evolucionabilidad: el splicing
está integrado hasta el cuello en el mismísimo centro lógico de la factoría
para leer genes que utilizan todas las especies de protistas, hongos, plantas y
animales, seguramente desde la mismísima invención de la célula eucariota. Al
menos en este caso, la evolucionabilidad es una propiedad de un sistema
complejo, inventado una sola vez en la historia, sin formas transitorias
obvias, integrado en el mismísimo epicentro de una factoría esencial del núcleo
eucariota, y que ha permanecido esencialmente íntegro desde su aparición”.
Todos estos hechos ponen en dificultad la teoría de Margulis.
· Misterio 2. El cronocito
Aquí Sampedro analiza que, según la
teoría de Margulis, “los genes compartidos por los cuatro reinos eucariotas
debían estar ya presentes en el ancestro común de todos ellos, y cabría esperar
que hubieran sido aportados bien por la arquea, bien por la bacteria”. De la
comparación de genomas de bacterias, arqueas y eucariotas (Hartman y Fedorov,
2002), surge que “347 genes del genoma fundamental eucariota no tienen
equivalentes en los grupos procariotas”.
El problema mayor viene cuando se
averigua que estos “347 genes son los necesarios para construir las tres marcas de fábrica eucariotas (la
endocitosis, el sistema de transducción de señales y la factoría del
núcleo)”.
Sampedro concluye: “Si la célula
eucariota se formó por simbiosis, ¿cómo se traga que la esencia de la eucariotez haya conseguido escapar tan
nítidamente del mecanismo simbiótico que dio origen a la mismísima eucariotez? No tiene sentido, y para mi
es obvio que se nos está escapando algo muy fundamental”.
La solución propuesta por Hartman y
Fedorov es que estos 347 genes fueron aportados, a la simbiosis, por una
tercera célula denominada por ellos cronocito.
A Sampedro le parece “una hipótesis
muy traída por los pelos,…., y del cronocito nadie tiene la menor noticia”.
· Misterio 3. Las máquinas
“Del análisis de 1400 genes de la
levadura Saccharomyces cerevisiae, se encontró que las 1400 proteínas
fabricadas por ellos no vagan en solitario por la célula, sino que todas están
formando parte de máquinas multiproteicas…, y la mitad de las máquinas están
implicadas en la manipulación y utilización del material genético”.
“Pero las redes de interacciones no
se limitan a los componentes de una máquina. Hay numerosas proteínas que
pertenecen a varias máquinas a la vez. La gran mayoría de las máquinas están
asociadas entre sí, directa o indirectamente, a través de proteínas comunes…,
toda la célula es una sola máquina”.
Según Luis Serrano, “cada proteína
está implicada en tantas interacciones con las otras proteínas de la máquina, o
con las proteínas de otras máquinas, que prácticamente no queda sitio
disponible en la superficie de la proteína para añadir nuevos componentes”.
“En el seno de una máquina
multiproteica, las lentas variaciones neodarwinianas de una proteína no tienen
más remedio que venir compensadas por alteraciones en la proteína de al lado,
de modo que la interacción entre las dos proteínas se mantenga y la máquina no
se deshaga en pedazos. Si todas las células eucariotas están basadas en
máquinas multiproteicas complejas, y si esas máquinas son en gran medida las
mismas en todas las especies animales, lo más probable es que la materia prima
de la innovación evolutiva no sea el gen, en su constante fluir acumulativo de
cambios de aminoácidos, sino la máquina en su conjunto, que puede ser reclutada
como tal en un nuevo lugar, tiempo o situación, tal vez mediante la mera
sustitución de uno de sus componentes”.
Ø Hipótesis del Protocarionte
Después de este sugerente
planteamiento del problema acerca del surgimiento de la célula eucariota,
tomado del libro de Sampedro -del que tengo que elogiar la honradez intelectual
de intentar entender todos los cabos sueltos, sin otros compromisos o ataduras-
me propongo enunciar una posible hipótesis
alternativa, radicalmente distinta de las actuales, coherente con mis
planteamientos anteriores relativos a la primacía de la información
conformacional, y que pueda dar alguna explicación a los misterios arriba expuestos.
Se trata de una hipótesis muy
revolucionaria, un arriesgado giro copernicano, donde el ancestro de los
eucariotas fuese la primera célula en surgir (anterior a los procariotas), y con
un particular sistema de evolucionabilidad (aumento sin dirección ni propósito alguno de la capacidad de evolucionar).
Esta célula primitiva sería básicamente un núcleo, por lo que podría
denominarse protocarionte o protocariota, y las bacterias y las
arqueas serían producidas por ella a modo de semillas de evolucionabilidad. De este manera, al no ser células
previas en la evolución a la aparición del núcleo genuino sería mejor
denominarlas acariotas.
Así, en esta hipótesis, que podemos
bautizar como hipótesis del protocarionte,
los acariotas (bacterias y arqueas) se
irían formando, a lo largo de millones de años de evolución, como organismos
mínimos (semillas de evolucionabilidad) a partir de la actividad de
splicing del spliceosoma primigenio, y del resto de la factoría del núcleo. Todo
este proceso se desplegaría de manera coherente con la información conformacional seleccionada desde la etapa prebiótica.
Otras semillas de evolucionabilidad,
formadas de forma semejante, serían los virus,
los cuales, desde su origen, son específicos de cada tipo de células y
coevolucionan con ellas.
Evolución exógena del metabolismo energético
Quizá la principal ventaja evolutiva
de todo esto pudo ser la exaltación de mecanismos
de evolución horizontal, exógena al protocarionte.
Esto implicaría que las actividades
y funciones celulares pudieron evolucionar, en una primera etapa, por separado,
pero coevolucionando con cierta autonomía: multiplicación de proteínas y
metabolismo elemental; tomándolo todo (aminoácidos, nucleótidos y otros
metabolitos) de la sopa primigenia. Hay que tener en cuenta que arrancábamos de
una etapa prebiótica con un “metabolismo inorgánico” (con actividad catalítica
mineral en el seno de arcillas) pero cada vez más organizado por actividad
enzimática protobióntica inicial, seleccionada por los conformones.
La actividad protobióntica esencial,
de la que surgieron los protocariotas, debió consistir en la organización de la
maquinaria de síntesis y reordenación de las proteínas con el establecimiento
del código genético y el splicing. En este periodo se debieron seleccionar los
módulos conformacionales esenciales, por su capacidad para interaccionar entre
sí y manejar el metabolismo, nucleótidos inclusive.
Una vez seleccionadas conformaciones
proteicas y código genético (el primordio de la factoría del núcleo), los protocariotas
pudieron formar, al azar, “yemas”, algunas de las cuales portasen
un equipamiento enzimático fundamental capaz de realizar un metabolismo básico.
Estas yemas con estructura acariota canalizarían internamente, con mayor o
menor eficacia a lo largo de la evolución, el metabolismo inorgánico del
exterior, interiorizando progresivamente la sopa.
Los eucariotas se formaron seleccionando exocitosis y endocitosis
Por su parte, los precursores
protocariotas más eficaces serían los que comenzaran una actividad fagocítica
cada vez más específica, de la que dependería su nutrición, ya que la sopa se iría esquilmando, y su metabolismo sería bastante más elemental que el desarrollado por las semillas de evolucionabilidad (conquistando ambientes muy diversos). Naturalmente
esta especificidad estaría basada en la interacción entre proteínas de las
membranas de los protocariotas y de los acariotas.
Así, durante este largo periodo, la
selección natural favorecería la capacidad de los protocariotas para:
1)
Producir
exomódulos acariotas con un metabolismo cada vez más eficaz que interiorizara
los metabolitos más apropiados y los transformara convenientemente. Esto sería
una especie de cultivo celular.
2) Fagocitar
los exomódulos con especificidad creciente, y seleccionarlos por su eficacia,
desarrollando así un sistema de transducción de señales.
3) Desarrollar
los mecanismos genéticos que exaltasen la variabilidad y especificidad: virus,
elementos genéticos móviles y otros mecanismos de herencia genética horizontal.
En algún momento, tanto los
acariotas como los virus seleccionados emprendieron una evolución relativamente
independiente.
En cualquier caso, tras un largo
proceso de evolución conjunta, la expansión
eucariota no se debió producir antes del aumento significativo de oxígeno en la atmósfera, que permitiera
la formación de la capa de ozono y
la consiguiente salida de las células eucariotas de sus escondrijos.
La naturaleza de la célula eucariota a la luz de su origen
De esta manera, paulatinamente, se
iría formando y seleccionando una célula
eucariota única, a partir de la selección e incorporación de los exomódulos
más eficaces -ya que los protocariotas constituirían el único vórtice de esta
selección- y, al mismo tiempo, una auténtica explosión de diversidad acariota (bacterias y arqueas) emparentadas
por su origen y evolución desde los protocariotas.
Así pues, el metabolismo energético se
desarrollaría desde las células acariotas, exocitadas y endocitadas por las
protocariotas. Sería un metabolismo externo al protocariota y realizado en el
acariota con las proteínas que, al menos inicialmente, le proporcionara el
protocariota. La exportación tendría como ventaja inicial la selección
exterior, en ambientes muy diversos, de los tipos más ventajosos, y que esto
fuese más fácil que el desarrollo interno de un complejo sistema integrado.
Esta actividad primitiva del
protocariota es la base de la fisiología
celular de todos los eucariotas actuales: del núcleo a la membrana
plasmática y de la membrana plasmática al núcleo, integrando los tres sistemas exclusivos de las células
eucariotas:
1.
La
factoría del núcleo, con el spliceosoma incluido, que conlleva asociados la
síntesis y procesamiento de las proteínas.
2.
El
sistema de exocitosis y endocitosis.
3.
El
sistema de transducción de señales.