Translate

martes, 14 de octubre de 2025

 AZAR Y CONTINGENCIA EN LA VIDA

 Azar y contingencia en la vida (Match point)

Ella deambula abatida por el cuidado césped de una gran mansión. Ha comenzado a llover, y él observa a través del cristal de una ventana como desaparece tras un seto… Corre hacia ella, la lluvia acentúa el relieve de sus agitados torsos y el agua que chorrea por sus rostros parece avivar la pasión que se desata con sus besos; mientras ella balbucea un “no podemos hacer esto”, caen rodando sobre un campo de espigas…

Ella es Nola Rice, y él Christ Wilton, los personajes principales de la película Match point –una de las mejores de Woody Allen–, interpretados por Scarlett Johansson y Jonathan Rhys-Meyers.

¿Qué contingencias favorecieron ese tormentoso encuentro? ¿Cuáles fueron las consecuencias de hacer lo que ella temía hacer?

El término azar se suele utilizar para definir sucesos o fenómenos que no tienen una causa bien definida, y que, por tanto, se ignora. En este sentido, figuran como sinónimos caso fortuito y aleatorio, también relacionados con los juegos de azar, en los que generalmente todos los casos son equiprobables.

Aunque en ciertas ocasiones los términos eventualidad, accidente y contingencia se utilizan como sinónimos de azar, en estos tres puede averiguarse la causa; se puede contar de antemano con posibles contingencias, eventualidades o accidentes. De esta forma, tomando como contingencia la posibilidad de que una cosa suceda o no, y siendo potencialmente conscientes de su causa, podemos razonar que a medida que aumenta la complejidad de los niveles de ser material en el universo, hasta llegar a los de ser vivo, aumentan también los grados de libertad de los sucesos y, por lo tanto, la contingencia; esta implica relaciones sistémicas, como las que se dan en las continuas interacciones de la ecósfera entre los agentes bióticos y abióticos.

Venimos al mundo rodeados de contingencias. Ya antes de nacer la contingencia, pero también el azar, condicionan nuestra existencia: ¿qué contingencias hicieron posible que nuestros padres se conocieran? ¿Por qué de los millones de espermatozoides paternos y de los cientos de miles de óvulos maternos –todos diferentes en sus combinaciones de carga genética y epigenética– fueron, precisamente, aquellos dos los que formaron el cigoto del que surgimos… Además, siendo rigurosos en el análisis, tendríamos que remontarnos a nuestros orígenes filogénicos en una infinitud de contingencias y azares –ascendiendo por nuestro árbol genealógico, primero, y por el evolutivo, después– para seguir el hilo de la información biológica que recibimos al nacer; el punto de partida para enfrentar la vida. Pero no son menos importantes para nuestro futuro otras circunstancias: nacemos en un país, dentro de una sociedad y en el seno de una familia con un determinado nivel económico, social y cultural, coyunturas todas que marcan nuestro desarrollo.

Nola y Christ sienten atracción mutua…, si se hubiesen conocido en otras circunstancias, su relación hubiese podido transcurrir de una forma más convencional… de acuerdo a su clase social; pero la contingencia de su encuentro –lo que no era necesario que ocurriera, pero sí posible– los situó frente a frente en el seno de una rica familia londinense. Ella es la novia de Tom –el hijo de la familia Hewett–, y él, su reciente amigo íntimo. De nuevo, los posibles caminos de la vida conducen a ambos a distintas situaciones dentro del ecosistema familiar: mientras que Christ es bien aceptado y se empareja con Chloe –la hermana de Tom–, Nola sufre el rechazo familiar –sobre todo de la madre– y termina yéndose a Estados Unidos cuando su novio comienza una nueva relación con una joven de su misma posición, con la que contrae matrimonio. La causa del abatimiento de Nola la tarde lluviosa en la mansión de los Hewett –cuando se produjo el apasionado encuentro con Christ– fue precisamente el humillante rechazo que acababa de sufrir por parte de la madre de Tom.

A diferencia de Nola, la situación de Christ con los Hewett es inmejorable…, se siente afortunado. De origen irlandés, se gana la vida en Londres como profesor de tenis. Ha sido un profesional destacado –que ha llegado a jugar con cierta brillantez con algún número uno como André Agassi–, pero odia el circuito profesional por el estrés que le genera y porque sabe que el talento es más transpiración que inspiración. Pero sus referencias y buenas formas le han llevado a dar clase en un club de tenis para gente rica. Allí tuvo la suerte de entablar amistad con Tom, y, así, introducirse en la familia Hewett. También enseña a jugar a Chloe –y le comenta a su hermano, de forma desapasionada, que le parece una chica inteligente–, por su parte, ella se siente rápidamente atraída por él, y decide ser su cicerone en museos y teatros; Christ se deja llevar en todo. El noviazgo y posterior matrimonio colman todas sus ambiciones. No puede aspirar a más… Le facilitan un trabajo en la empresa del patriarca familiar, acompañado de un plan de formación empresarial. Christ se siente fascinado con su nueva vida, está de suerte, es su gran oportunidad.

Nola y Christ se conocieron alrededor de una mesa de ping pong en la mansión de campo de los Hewett. Ella seductora, retadora y segura de sí misma –acaba de infringir una derrota aplastante a otro invitado–, dice: ¿quién es mi próxima víctima? ¿tú?, y le propone jugar a mil libras el partido… Él responde: ¿en dónde me he metido? Nola realiza un saque con efecto, difícil de responder…, Pero él devuelve la bola con un sonoro mate… Ella, algo desconcertada, pronuncia un más conciliador: y, ¿en dónde me he metido yo? Christ continúa el ataque con un, ¿me permites?, para, ciñéndola por la cintura y aproximándola a su cuerpo, enseñarle el manejo de la raqueta. Woody Allen muestra, en la escena de su primer encuentro, la química, casi agresiva, que hay entre ellos –tan distinta de la que Christ siente por Chloe–, y también la coincidencia en la frase, ¿en dónde me he metido?, quizá premonitoria de algunas desgracias posteriores.

Las claves del carácter de Christ y Nola se desvelan en sus respectivas confesiones posteriores.

En la primera cena que realizan las dos parejas, Christ plantea la importancia de la suerte, quizá mayor que el talento, frente al “trabajo duro” que defiende Chloe. Él cree en un azar sin propósito, y lo ilustra con: “los científicos confirman, cada vez más, que toda la existencia es fruto del puro azar, sin un fin ni designio”. Nola, que parece darle la razón con su cálida mirada, sigue atentamente la exposición de Christ, quien concluye, rebatiendo a Tom, que “la fe es el camino más fácil” –él ha confesado que su padre se refugió en Jesús tras perder las dos piernas–. Christ y Nola se miran sonrientes, su atracción mutua se ve ahora reforzada por la comprensión.

Por su parte, Nola se confiesa con Christ en un encuentro casual cuando ella va –insegura y contrariada– a un casting… A la salida, después del desastre, Nola necesita tomar una copa. En el bar, se desnuda anímicamente: ella solo era una mujer sexy, que despertaba el deseo de los hombres a su paso, mientras su hermana era la verdaderamente bella: una belleza “clásica” que sus padres presentaban en todos los concursos que podían. También confiesa los problemas de pareja de los padres y las adicciiones de su madre a la bebida y la de su hermana a las drogas. Realmente, Nola solo se muestra segura practicando su voluptuoso juego de seducción, sobre todo con una copa de más. De hecho, Christ –que ha entrado agresivamente en este juego desde la partida de tenis de mesa–, se lo recuerda cuando va a su encuentro la tarde lluviosa: “me gusta cuando bebes, te vuelves coqueta y más segura”.

Tras estos primeros encuentros pasionales, se suceden una serie de altibajos emocionales… En la ópera ella quiere hacer que él frene su impulso y razone: no pueden seguir con esto, ambos están comprometidos y, además, dentro de la misma familia. Poco después, ella se va a los Estados Unidos sin avisar, y él se casa, sin ninguna pasión, con Chloe, que quiere abordar inmediatamente la maternidad. Christ, busca a Nola sin encontrar el medio de ponerse en contacto con ella.

Poco después, durante una visita de Christ, Chloe y una amiga a una galería de arte, reaparece Nola, que acaba de volver a Londres. Él está bajo una gran presión por el trabajo y por las continuas demandas de Chloe para ser madre, pero destila una pasión en la mirada, difícil de disimular, que inquieta a su esposa…                

Desde entonces, Nola y Christ comienzan una tórrida relación con encuentros frecuentes en la casa de ella, en los que contrasta el incansable deseo del fogoso Christ con la desgana y las escusas frente a su esposa, cada vez más exigente por quedarse embarazada. Todo esto se junta con el estrés en el trabajo y algún conocido que dice haberle visto por un barrio poco habitual para los de su estatus social (casualmente el de Nola) … Pero Christ está enloquecido con esta relación, y no repara en nada más, le dice a Nola que se aburre con Chloe y que no sabe que haría sin poder verla…, incluso que podría llegar a dejar a su esposa, cualquier cosa con tal de pasar unas horas más con ella.

El entusiasmo de Christ se desinfla cuando, disfrutando de un puente con toda la familia en la mansión de campo de los Hewitt, Nola comienza a llamarle –primero al móvil y luego al fijo de la casa– de una forma agobiante y peligrosa para él. Cuando se ven, le dice que está embarazada…, no llevaba protección y él no pudo esperar. Christ brama por su “puntería” con Nola, mientras no hay manera de dejar embarazada a Chloe: ¡menuda mala suerte! Ella dice que es porque es un hijo fruto de la verdadera pasión y no de un programa de fertilidad. Él, preocupado por el peligro que se cierne sobre su futuro, le propone abortar, pero ella se niega, dice que no quiere abortar por tercera vez, la última fue con Tom. Ella quiere tenerlo y criarlo con amor junto a él. A Christ, esto le parece imposible.

Al mismo tiempo, Chloe, que ha notado tanto el paulatino distanciamiento de Christ como la acumulación de irregularidades y excusas, le acusa de infidelidad. Él se mantiene firme en su negación; pero se da cuenta de que la situación es insostenible –por la creciente tensión de las continuas mentiras a una y a otra–, sobre todo con Nola que está decidida a hablar con Chloe. En ese momento, decide acabar definitivamente con ella.

Christ comienza a planificar el crimen, cuenta con que Nola vive en un barrio que tiene algunos problemas de delincuencia, fundamentalmente robos relacionados con las drogas. Sabe que la vecina de Nola –una mujer mayor con joyas y que consume algunas drogas– le conoce, y no será difícil que le abra la puerta con alguna excusa…; una vez dentro de su casa la matará y robará joyas y drogas para que parezca obra de delincuentes habituales. El asesinato de Nola debe parecer accidental, un encuentro contingente de los ladrones con ella en su huida. También tiene como coartada, la asistencia con Chloe a una obra de teatro inmediatamente después de los asesinatos.

Para ejecutar su acción, Christ toma una escopeta de caza del armero de su suegro y la porta desarmada en una bolsa de raquetas de tenis, junto a los cartuchos; más tarde, podrá dejar todo en el guardarropa del teatro.

Un día después, cuando salta la noticia en todos los medios, Christ retorna el arma a su sitio, y lanza al Támesis las joyas robadas…, pero un anillo de oro queda en su bolsillo, Christ se da cuenta cuando se está alejando ya, se da la vuelta y lo tira con fuerza al río… Él no lo ve, pero –como tantas veces si vio en los partidos de tenis con las pelotas sobre la red– el anillo choca contra la valla y desafía burlón en el aire hacia qué lado caerá… La película nos muestra que no cae al agua sino al suelo. ¿Está Christ en una racha de mala suerte, tras el embarazo de Nola?

El espectador piensa que sí, a Christ Wilton se le ha acabado la buena suerte, y su crimen irá seguido del consiguiente castigo. Crimen y castigo, la gran novela de Fiódor Dostoyevski, a la que Woody Allen hace referencia en Match point; de una manera explícita en un par de escenas: la primera, en el piso recién alquilado, Christ está en la cama leyendo Crimen y castigo, luego también ojea un libro sobre Dostoyevski; la segunda, en una reunión familiar de los Hewett, los padres y los hijos hablan de Christ, y el patriarca dice que es un tipo interesante y que mantuvo con él una conversación sobre Dostoyevsky. Pero más interesantes aún son las referencias implícitas, aunque con algunos planteamientos diferentes en la psicología y creencias de los personajes: a diferencia de los remordimientos del criminal en Crimen y castigo (que le llevan primero a la cárcel y luego a la redención), Christ resiste las pesadillas en las que dialoga con sus víctimas. En ellas, le dice a Nola:

No fue fácil, pero al llegar el momento pude apretar el gatillo; no conoces a tus vecinos hasta que hay una crisis, aprendes a esconder la conciencia bajo la alfombra y a seguir para dar paso a un orden mayor. Lo correcto sería ser descubierto y castigado, al menos habría una mínima señal de justicia, una mínima cantidad de esperanza de imposible sentido…

Para él, el bien, el mal, la conciencia y Dios son relativos… No hay Dios, y, como plantea Camus, estamos solos en el universo. Recordemos que Christ muestra esa creencia en varias escenas de la película: “los científicos confirman, cada vez más, que toda la existencia es fruto del puro azar, sin un fin ni designio”.

Por su parte, Allen comienza la película con una partida de tenis en la que una pelota rebota en la red, y la escena queda congelada con ella bailando burlona en el aire (igual que pasa con el anillo que choca en la valla sobre el Támesis); la suerte del partido dependerá de hacia qué lado caiga. Poco después, Allen introduce una voz en off que dice: “Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida”. Esta es la posición de Allen en Match point.

La peripecia de Christ Wilton pasa por un momento crítico. La policía le llama para interrogarle por Nola, él reconoce que la conocía de los tiempos en que era novia de Tom…, que la vio por última vez en el museo, junto a su mujer y la amiga…; pero no esperaba que la policía sacara a relucir un diario de Nola donde esta contaba toda su relación con él, hasta la víspera de su trágico fin. Christ aguanta bien el golpe, y argumenta que ha mentido por no hacer daño a su esposa, que van a tener un hijo, y no puede jugarse la felicidad de toda la familia por una sospecha sin fundamento.

No obstante, uno de los inspectores continúa sospechando de Christ. Aquí es donde se produce el golpe de suerte, la bola de partido sobre la red cae de nuevo del lado de Christ: el anillo delator fue recogido por un vagabundo drogadicto que ha sido encontrado muerto (al parecer asesinado por unos colegas) con él en un bolsillo. Este hecho termina con las sospechas del inspector. Christ Wilton puede decir que la suerte le sonríe de nuevo.

 

Las posibilidades del universo y los mundos posibles

A través de su personaje, nihilista y atormentado, Woody Allen nos acerca al paradigma genocéntrico, vigente en la biología, y frecuentemente representado por el libro de Jacques Monod (1971) El azar y la necesidad, donde el científico francés nos dice, entre otras cosas, que la vida en la Tierra es un suceso único, un acierto en la ruleta cósmica. Naturalmente, esto supone la existencia de una información previa y una fórmula o clave informativa que acertar, que incluye una información secuencial (ADN), o mensaje invariante que nos lleva a unas estructuras y performances teleonómicas (esto es, finalismo sin propósito fruto del azar, en la jerga de Monod).

Antes del prefacio, Monod elige dos citas que anuncian sus preocupaciones filosóficas. La primera, de Demócrito, da título al libro: “Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y la necesidad”. La segunda, más larga, es de Albert Camus, en El mito de Sísifo, sobre el destino del ser humano enfrentado a la necesidad de encontrar sentido a la propia existencia en un universo sin dueño. En esta obra, Camus se enfrenta al nihilismo cuando dice: “Sísifo ha comprendido que la vida no tiene ningún sentido en ningún lugar”.

Pero debemos salir del pesimismo implícito en este mito y en sus diferentes interpretaciones, como vimos con Christ Wilton. La ciencia no busca el sentido de las cosas sino cómo son. El universo es, y nos interesa conocer cómo es: descubrir su funcionamiento, sus leyes y su evolución.

Si el universo fuese infinito, en él se podrían realizar continuamente todos los mundos posibles: las infinitas necesidades particulares de los fenómenos materiales y las infinitas contingencias que marquen todas las historias de los sucesos posibles. Así, se podría decir que en la evolución del universo todo está escrito, pero no todo de una vez ni nunca en una historia única. Esta interpretación parece lógica aun en un universo finito, aunque inmenso y con las alternativas de la física cuántica; pero si además existiesen los multiversos, infinitas veces se podrían repetir todas las posibles interacciones materiales, y cada particularidad, cada contingencia, sería una de las infinitas posibilidades más o menos parecidas. Cuesta imaginar esta especulación: un sinfín mareante de interacciones materiales en un espacio-tiempo sin límites. En este escenario, nuestra propia existencia podría repetirse infinitas veces con todas las posibles variantes a partir del nacimiento. El curso de la historia de la humanidad –tal como la conocemos– podría repetirse paso a paso o con variantes mayores o menores según la importancia relativa de los personajes afectados: no sería lo mismo que, en algunas de estas alternativas, muriesen en la infancia Julio César, Napoleón o Hitler a que les sucediera a cualquiera de sus soldados. Y lo mismo podríamos decir de la historia geológica y de la evolución biológica que conocemos. La vida en la Tierra podría haber desaparecido totalmente en alguna de las extinciones masivas de las que tenemos noticia sin que necesariamente hubiesen surgido muchas especies, la humana entre otras.

Pero, además, debemos tener en cuenta que la influencia de las contingencias posibles en nuestra historia y en la evolución biológica marca algunas diferencias con el desarrollo de un proceso físico o de una reacción química. En los niveles de integración inferiores (átomos y moléculas), los fenómenos necesarios –esto es, los que no pueden dejar de ocurrir porque tienen una probabilidad altísima de que se produzcan– dependen aparentemente del azar del movimiento de sus partículas; aunque presentan una tendencia casi finalista a su realización. Por el contrario, en los niveles de integración propios de los seres vivos observaremos una influencia creciente de la contingencia, a pesar de que en ocasiones podamos observarlos como algo parecido a un fenómeno fisicoquímico. En este sentido, desde el siglo XIX se aplica un nuevo método –desarrollado por Boltzmann y denominado termodinámica estadística– al análisis de los procesos de estos niveles inferiores, donde están implicados grandes números de átomos y moléculas y la peripecia individual no importa: solo se tienen en cuenta los valores medios del número de colisiones y la probabilidad de choque. La universal segunda ley de la termodinámica da una apariencia teleológica a la necesidad de todos los fenómenos materiales, incluida la vida, con su imperativo aumento de la entropía. Así, en un fenómeno como la expansión de un gas analizaremos el movimiento de sus moléculas y los choques aleatorios entre ellas –asociados a parámetros físicos como el calor, la presión y la temperatura; de acuerdo con esta ley–, sin importarnos ni las trayectorias ni los cambios de velocidad de estas partículas tras cada impacto. La necesidad de los fenómenos la vemos igualmente en una reacción química como, por ejemplo, la de un ácido y una base: imperativamente se va a producir una sal y agua, independientemente de cuál sea la sucesión de choques fortuitos entre las moléculas concretas. Si pudiésemos numerar las 6,022ּ 1023 moléculas de cada mol de ácido y base, e igualmente pudiéramos seguir el curso de sus choques y transformaciones, veríamos que este es distinto en cada reacción, pero el resultado final es el mismo: sal y agua.

Más parecido a la historia humana, pero intermedio entre esta y las reacciones químicas, es el caso de las migraciones anuales de los ñúes atravesando sabana y ríos. Aunque en estos sucesos aumenta mucho la contingencia, en su estudio no nos importa la vida anterior ni la peripecia de cada ñu en la travesía; el resultado final es parecido cada año en el número de fallecidos y supervivientes.

No obstante, en el análisis de fenómenos que implican grandes números de individualidades la mera observación siempre puede producir cierta confusión. Así, por ejemplo, al contemplar desde una ventana a una multitud moviéndose por una ciudad podríamos pensar que sus desplazamientos son al azar, aunque por experiencia directa sabemos que, en muchos casos, no son simples paseantes sin rumbo: entre ellos hay personas que caminan con una motivación, con una intencionalidad; pero, es más –y aquí aparece la contingencia–, para algunos, una llamada inesperada o un encuentro fortuito puede producir no solo un cambio de dirección sino incluso un giro copernicano en su vida.

En cualquier caso, sea finito o infinito el universo, todas las historias posibles de su evolución material están potencialmente escritas, y, centrándonos en los seres vivos, hay dos formas de escribirlas, de llegar a realizarlas:

·      Del azar a la necesidad finalista de encontrarla codificada en un juego fortuito con las claves informativas de la historia, como propone Monod.

·   De la necesidad imperativa de los fenómenos naturales (interacciones materiales, físicas y químicas), a su selección contingente e integración orgánica funcional como necesidades fisiológicas.

 

Los dos modelos aquí expuestos pueden ilustrarse con un experimento mental. Imaginemos una escena a partir de nuestros monos ancestrales, y con ellos intentemos recrear dos posibles maneras de llegar a escribir todos los libros producidos por la humanidad. En el modelo del azar dispondríamos de muchos monos aporreando teclas de ordenadores para producir escritos; los monos pueden seguir escribiendo en el mismo ordenador sobre el mismo escrito, o en otros ordenadores con nuevos textos…, es difícil calcular cuánto tiempo necesitarían los monos en conseguirlo. Por el contrario, el modelo de la contingencia es el de la evolución de los homínidos a los humanos, con la adquisición del lenguaje y la consiguiente cerebralización, la conquista del medio humano social y la evolución cultural con todos los avances en la comunicación escrita… y todas las contingencias históricas que han llevado a Homero, Cervantes, Darwin… y a todos y cada uno de los autores que han escrito el acervo de libros atesorados por la humanidad, en muy poco tiempo, sin determinismo ni propósito alguno. Todos los escritores y sus obras, pero también todos los humanos y sus particulares historias, aún más, todos los seres vivos que han existido en el planeta Tierra son contingentes: posibles, pero no necesarios; tan posibles e innecesarios como los que resultarían de otras infinitas combinaciones de genes e interacciones desde el origen de la vida… cada individuo con una existencia real tenía una probabilidad cero de existir en un planeta donde las condiciones fisicoquímicas conceden una probabilidad uno a la vida. Así pues, Christ Wilton, junto a los otros personajes de Match point… y todos los seres vivos que habitan o han habitado la Tierra, han tenido un acierto único en este rincón del universo.

En el Cosmos infinito se pueden dar todas las contingencias posibles, pero no todas a la vez.

 Bibliografía

·    Monod, Jacques (1981). El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Tusquets. Barcelona.

·     Ogayar, Alfonso (2024). Evolución: Del árbol de Darwin al telar de la vida. Ensayo sobre la filosofía natural de la información biológica. Caligrama. Sevilla.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

 

DEL INSTINTO AL PENSAMIENTO Y LA CONCIENCIA

 

El impulso animal

Pocas escenas de la naturaleza en plena acción ilustran mejor el impulso animal que la carrera de un guepardo persiguiendo a una gacela… En su frenético avance el felino alterna las extensiones y contracciones de su vigoroso cuerpo: con los músculos tensados al máximo apoya sucesivamente, en rítmica danza, las patas delanteras y traseras –1, 2, izquierda-derecha; 3, 4, derecha izquierda, y viceversa– mientras el cuerpo se encoge cruzando las extremidades anteriores y posteriores para volver a tomar impulso…; esto es, moverse súbitamente con un deseo vehemente exento de reflexión –en este caso, por instinto, tras una presa.

Literalmente, instinto quiere decir impulso o motivación, que se define como una pauta específica y hereditaria de comportamiento adaptativo libre de conciencia, y sin aprendizaje previo en la ontogenia, o desarrollo del individuo. Para llegar a generar un instinto en la filogenia (la historia de la especie), el animal tiene que mantener un comportamiento repetido. El aprendizaje de acciones funcionales repetidas durante un determinado número de generaciones acumula cambios genéticos, epigenéticos y, en general, estructurales que constituyen el sustrato del instinto.

 

Del instinto animal al conocimiento humano

La evolución adaptativa divergente de las extremidades de los mamíferos despliega un abanico de estructuras según sea la funcionalidad específica frente a su medio: lo más frecuente son las extremidades terminadas en uñas, garras, pezuñas… para desplazarse por el suelo; pero también tenemos las alas de los murciélagos, adaptadas al vuelo, y las aletas de las ballenas, delfines, focas… como adaptación al medio acuático.

Dentro de los animales que se mueven por la tierra firme abunda la pentadactilia (con cinco dedos en las extremidades), como, por ejemplo, primates, carnívoros y roedores; aunque también hay grupos, como por ejemplo los jabalíes, ciervos y caballos, que han reducido el número de dedos. En los primates podemos destacar las manos de monos y humanos por su capacidad prensil, gracias a su pulgar oponible, que les permite el desplazamiento por las ramas de los árboles y la manipulación de objetos.

El tránsito desde el impulso animal (meramente instintivo) a la motivación humana hacia el conocimiento está cinematográficamente representado en la, ya clásica, película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio. En la primera parte, titulada El amanecer del hombre, vemos dos grupos de homínidos sedientos que se enfrentan por la posesión de una charca mínima en el lodo. El conflicto se resuelve cuando el líder de uno de los grupos coge un hueso del suelo y golpea al jefe del otro en la cabeza; tras la victoria, lanza el hueso al aire y, en un fundido, este se transforma en una espectacular plataforma espacial donde los tripulantes entran en conflicto con la IA del superordenador HAL. ¡Qué magnifica forma de sintetizar la evolución humana! Desde la mano liberada, que maneja útiles, al desarrollo científico y técnico, pasando por el origen y desarrollo de la palabra y el lenguaje. Kubrick acompaña esta escena con la música del Así hablo Zaratustra, de Richard Strauss.

En el tránsito desde los grandes simios antropoides a los seres humanos, asistimos a una evolución inicialmente biológica, pero que da paso a otra cultural, creadora de ideas y conocimiento de la realidad. En este proceso, partiendo de las capacidades cerebrales de los grandes simios para registrar, asociar y transformar las informaciones del entorno en consciencia individual, pasamos al cerebro humano con nuevas conexiones neuronales asociadas al lenguaje, el pensamiento y la potencial conciencia social sobre el medio que nos rodea.

Podemos imaginar a nuestros antepasados homínidos expulsados del entorno protector del dosel arbóreo, recorriendo desamparados la amplia sabana; presionados por los depredadores que acechan escondidos tras la alta hierba tienden a erguirse y mirar por encima de ella, pero también a juntarse…; aquí, en este momento, no se seleccionan demasiado las capacidades individuales: el “buscavidas” tiene difícil dejar descendencia. La presión selectiva de este entorno hostil motiva principalmente la adopción de la postura erecta y una socialización creciente. Estos comportamientos generaron estructuras que, así, se irían reforzando mutuamente en un progresivo bucle genético-epigenético.

La postura erecta propició la liberación y transformación anatómica de las manos, lo que trajo consigo el manejo de útiles y la complejidad de las acciones humanas. El medio humano es desde sus inicios eminentemente social, y la necesidad de comunicar las acciones supuso un aumento exponencial de significados, lo que, junto a la especialización del aparato fonador, constituyó el sustrato para el origen de la palabra y el desarrollo del lenguaje; todo ello en paralelo al despliegue estructural de las nuevas áreas de la corteza cerebral.  

De acuerdo con Chomsky, la estructura profunda de todas las lenguas sería la misma; no se conocen lenguas primitivas. Además, la adquisición del lenguaje en los niños es un proceso universal, cronológicamente idéntico para todas las lenguas.

Estamos ante el proceso evolutivo que se produjo desde la consciencia primitiva de los homínidos –con cerebros capaces de integrar en escenas mentales toda la información sensorial– a la consciencia humana, donde el lenguaje pasa a ser el director de toda la orquesta sensitiva, organizándola en pensamiento. Esta evolución filogénica está automatizada en la ontogenia humana. Todos los niños nacen con unas capacidades mentales similares y, en cualquier caso, suficientes para su pleno desarrollo en la sociedad. Lo que nos hace humanos son los contenidos de nuestra conciencia social, que tejidos de conocimiento y pensamiento –sobre la base de la consciencia primaria animal– nos deben elevar sobre el instinto, pero también –y eso es más difícil– sobre el egoísmo.

La humanidad ha acumulado conocimiento y cultura que deben estar al alcance de todos. Por ello, impulsemos el pleno cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

lunes, 28 de julio de 2025

 

DUERMEVELA CÓSMICO. DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO A LA ENSOÑACIÓN

La Luna riela sobre el agua, pero no es el mar de Espronceda sino el Lago de Sanabria de Unamuno –su “espejo de soledades”–, que refleja trémula su luz, que es la del Sol; ambos astros tan presentes en el agua como en el cielo… Nuestra estrella omnipresente y generosa, repartiendo luz y calor. Qué distintos de esos otros que veo en la misma bóveda celeste, tan distantes desde su nacimiento, que solo nos llega la luz huérfana de su latir apagado…, como un recuerdo cósmico; pero el recuerdo requiere un corazón que lo caliente y un cerebro que lo albergue en su consciencia. ¿Cuántas consciencias del Cosmos hay en el Cosmos? Contemplamos un misterioso universo material de luces y reflejos engañosos en atómico baile continuo, del que surgen solitarios focos de reflexión en la distancia que va desde su gestación hasta los ecos de su muerte…, la luz y el pensamiento unidos por una palabra.

Miro los juegos mendaces de los brillos que me rodean: el de la Luna en el lago, los de los planetas alineados y de las estrellas en el firmamento…, y mi corazón se agita, y mi mente es un torbellino de reflexiones sobre el universo ordenado y comprensible de los jonios, el Cosmos y sus leyes; lo pasado y lo actual en el espacio y el tiempo de un universo material en evolución.

Pienso en la Tierra y en la vida que la puebla: su origen, naturaleza y evolución. Vuelvo a la luz del Sol… y al agua, que es el espacio, el tejido de la vida, que emerge, segura de sí misma, del baile triangular de dos hidrógenos y un oxígeno, en una solidaridad electrónica que proporciona el necesario dos para para los primeros y un ocho para el segundo. Pero las necesidades regladas de cada cual originan una asimetría en la manera de compartir los electrones…, de manera que se forma un dipolo, muy interactivo, que impulsa una sociedad reticular de moléculas de agua mantenida por puentes de hidrógeno.

Sobre esta estructura, enormemente dinámica, del agua se edifica la vida: las funciones vitales surgen de la selección y ordenamiento de las porciones hidrofílicas e hidrofóbicas de las biomoléculas… El celo del agua por mantener su estructura reticular –aceptando el contacto con lo hidrofílico, y rechazando y empaquetando lo hidrofóbico–, construye las estructuras moleculares que van a evolucionar hacia la vida: el agua es necesaria en su origen y evolución; omnipresente en la ontogenia, filogenia y fisiología de los seres vivos, forma el espacio y el tejido de la vida favoreciendo la interacción de fuerzas débiles entre las biomoléculas.

El cielo raso se muestra exultante. La vía láctea, también llamada “el espinazo de la noche”, contrasta con la bóveda celeste que aparenta soportar. Extasiado, intento imaginar los confines del universo, su infinitud… o, al menos, su expansión desde el Big Bang hasta nosotros, con una incipiente materia en permanente interacción, evolucionando en niveles de integración creciente bajo la acción de las cuatro fuerzas del Cosmos. Pero la evolución no es una potencia activa que oriente su finalidad, sino mera consecuencia de la interacción material incesante: la materia es fundamentalmente masa, energía e interacción.

Embelesado con la contemplación de los planetas visibles y de las estrellas que reconozco, mi mente recorre los escasos conceptos de astrofísica que manejo, muchos difíciles de entender para un lego en la materia como yo: ¿qué quiere decir Big Bang como fluctuación cuántica en un vacío absoluto? Tampoco es fácil de comprender que “con el Big Bang surgió todo de la nada”. Se originó la materia, la energía, el espacio y el tiempo… El 5% de la materia que conocemos, la materia bariónica; y el 26% de materia oscura y 69% de energía oscura, ambas desconocidas, pero detectadas por su efecto sobre la materia bariónica.

Desde Einstein sabemos que el espacio-tiempo está relacionado con el campo gravitatorio: la materia le dice al campo como debe doblarse, y este a la materia como debe moverse. También, gracias a su célebre fórmula E=mc2, conocemos la conversión entre materia y energía. Mi mente sueña con viajar por el espacio: ¿podría darse algún “diálogo” similar de la materia y la energía oscuras con la materia bariónica? Igualmente, ¿podría darse una conversión entre ellas?

Asimismo, se dice que los campos electromagnético y gravitatorio presentan afectación mutua con la materia… ¿Podrían la materia y la energía oscuras formar el tejido espaciotemporal del universo? ¿Quizá la materia oscura el espacio, en interacción gravitatoria con la materia bariónica, y la energía oscura los campos electromagnéticos? ¿Podría existir un universo de materia bariónica donde se alternen procesos de expansión hasta un límite, seguidos de procesos de contracción? Este universo que, de forma aparente, surgiría y desaparecería alternantemente, ¿podría hacer estos ciclos en interacción permanente con un universo eterno de materia y energía oscuras, constituyente del espacio? Es decir, ¿se podría transformar el tejido espacial en materia bariónica y viceversa, con surgencias y sumideros de esta última? 

Todas estas reflexiones me llevan a imaginar el tejido espacial más como la estructura reticular del agua, embebiendo la materia bariónica, que como una sábana que se deforma con la interacción gravitatoria. Esta imagen de nuestro líquido vital como tejido espacial, también me sitúa ante la paradoja de la naturaleza dual de la luz como corpúsculo y onda: pienso en una piedra cayendo a un estanque.

Aturdido por este torbellino de especulaciones cósmicas, mi mente se difumina de nuevo con las luces del firmamento. Vienen a mi cabeza los versos de San Juan de la Cruz: “la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora…” Me inunda la paz rutilante que me rodea, el sosiego se apodera de mí… ¿En qué momento entré en ensoñación?

 

jueves, 12 de junio de 2025

 

RESISTENCIA AL SUFRIMIENTO DE LOS MORTALES

 

La palabra resistencia tiene múltiples sinónimos relacionados con la acción y efecto de resistir o resistirse: oposición, rebeldía, rechazo, contestación renuencia, intransigencia, obstinación, negativa, repulsa…

A este respecto, también tenemos antónimos como: abandono, renuncia y rendición.

En una segunda acepción, la capacidad para resistir, encontramos sinónimos como: aguante, fortaleza, fuerza, vigor, potencia, entereza, robustez, solidez, energía, vitalidad, tenacidad, dureza…; pero también antónimos: debilidad, fragilidad, blandura, ternura…

El diccionario de la RAE nos presenta una tercera: “conjunto de las personas que, generalmente de forma clandestina, se oponen con distintos métodos a los invasores de un territorio o a una dictadura”. Y una cuarta referida al psicoanálisis: “oposición del paciente a reconocer sus impulsos o motivaciones inconscientes”.

Por otra parte, también se aplica este término a conceptos de la Física: electricidad, mecánica…

Las acepciones primera, tercera y cuarta hacen referencia a conceptos relacionados con los seres humanos; pertenecen, por tanto, a la naturaleza viva, pero teniendo en cuenta que nosotros somos los únicos animales que, en nuestra evolución cultural, realizamos acciones donde exhibimos un marcado propósito que nos lleva peligrosamente al desequilibrio social. En el resto de los seres vivos, la selección natural cristaliza, en cada instante del conjunto de la ecósfera, el equilibrio entre sus factores bióticos y abióticos, en una evolución sin propósito ni proyecto.

En la segunda acepción, nos encontramos con la capacidad intrínseca para resistir, tanto de la naturaleza inorgánica como de la viva. Así, hablamos de la tenacidad y la dureza de los minerales –refiriéndonos a su resistencia, tanto a la rotura como a ser rayados, respectivamente–, o del aguante, fuerza, vigor, potencia… de atletas, gimnastas, nadadores, deportistas extremos, aventureros y exploradores. En este sentido, todos conocemos auténticas gestas que rozan lo increíble, en ellas se aúnan el carácter y las facultades de las dos primeras acepciones del verbo resistir; pero donde sin duda se tensan al máximo es durante las situaciones extremas de guerras, invasiones, asedios, torturas y exterminio… Son famosas muchas ciudades que, a lo largo de la historia, sufrieron largas y penosas situaciones de sitio: Sagunto, Numancia, Jerusalén, Constantinopla, Madrid, Stalingrado… En estas terribles circunstancias aflora lo mejor y lo peor de la condición humana: la generosidad y la resistencia heroica frente al egoísmo, la crueldad y la opresión.

Pero si hay alguna resistencia que afecte al común de los mortales es precisamente esa, la resistencia a la enfermedad y la muerte.

En la naturaleza, todo surge de las interacciones materiales que integran estructuras ordenadas, pero por imperativo termodinámico los procesos necesariamente tienden al desorden. La vida se resiste al desorden mediante la selección de procesos que tienden al orden… Estos procesos son las funciones vitales, que ralentizan la producción de entropía (como medida del desorden).

El asedio a la vida comienza desde el nacimiento con el progresivo envejecimiento y las enfermedades; tendencias, ambas, que, literalmente, resistimos con eso que llamamos vitalidad.

En el ámbito de lo sobrenatural, algunas religiones afirman que nuestra condición de mortales aparece como una condena bíblica para Adán, Eva y sus descendientes por desobedecer la advertencia divina de no comer los frutos del árbol del conocimiento… Pero ¿es realmente una condena la condición de seres mortales? ¿Deberíamos añorar la inmortalidad como una bendición?

De entrada, igualmente, la inmortalidad aparece también como una condena bíblica divina en la figura del judío errante, castigado por Dios a errar por el mundo hasta el retorno de Jesús a la Tierra, por reírse de él en el Calvario. Este relato se ha considerado en ocasiones como una metáfora de la diáspora judía por castigo divino. Entre los múltiples nombres que ha recibido esta figura errante –en la literatura– está el de Joseph Cartaphilus. Este personaje –condenado a vagar eternamente, sin descanso– aparece en El inmortal, un cuento de Jorge Luis Borges en el que abunda en algunas de sus preocupaciones recurrentes: la inmortalidad y el infinito, como manifestación laberíntica de todas las contingencias posibles… “Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas”.

Efectivamente, la inmortalidad no impide el sufrimiento: dolor, hambre, sed, soledad, enfermedad…, motivos de padecimiento que, en muchos casos, conducen a la liberadora muerte de cualquier ser humano; los cuales, precisamente por la condición de mortales, procuran evitarlos y ofrecen resistencia a sus efectos, conscientes de que el límite finito al daño es la muerte. Así pues, la inmortalidad presenta una perspectiva infinita de sufrimientos inevitables.

Una visión racional de la vida y de la historia de la humanidad nos aleja de metáforas y prodigios, pero no por ello es necesariamente alentadora. La semilla del mal florece en forma de egoísmo con demasiada facilidad en los grupos humanos, y sus manifestaciones y consecuencias son terribles: opresión, encarcelamiento, torturas…, y muerte; en ocasiones de pueblos, grupos o etnias en su conjunto…, lo que denominamos genocidios. Sabemos por la historia de la humanidad que no hay nadie que esté exento de ser potencialmente víctima, pero tampoco de ser verdugo. Las víctimas, hoy, son los palestinos…, y frente a este genocidio, muchos gobiernos manifiestan una resistencia cargada de impotencia, mientras otros van desde una indolente neutralidad a una complicidad genocida. Admira y duele la increíble resistencia del pueblo palestino desde el asentamiento judío en 1947 hasta la actualidad… Todos los intentos de convivencia entre los dos pueblos han sido dinamitados de las formas más diversas por fuerzas poderosas… y, ahora, de nuevo, la crueldad y la muerte avanzan otra vez en la historia de la humanidad: pronto añadiremos a nuestro calendario la solemne celebración de otro holocausto.

miércoles, 30 de abril de 2025

HISTORIA DE LA IDEA DE NATURALEZA

 

HISTORIA DE LA IDEA DE NATURALEZA

 

Desde el siglo XVII, en el mundo científico se debate acerca de la prioridad o precedencia de las principales ideas que, desde los griegos, han intentado explicar la naturaleza: materialismo, idealismo, metafísica, monismo, dualismo, vitalismo, animismo, mecanicismo, fijismo, evolucionismo, estructura, función, entre otras.

En palabras de su Fausto, Goethe nos ofrece una respuesta: “en el principio fue la acción” … o, aun mejor, desde un enfoque materialista, la interacción: materia, energía e interacción, como claves de bóveda de la naturaleza como un todo en evolución. La interacción de la materia constituye la esencia de las leyes fisicoquímicas, que necesariamente se deben cumplir. Por una parte, las interacciones materiales generan estructuras, esto es, la organización interna de un ser o conjunto de seres, mediante determinadas distribuciones o relaciones entre sus elementos o partes. Por otra, por imperativo termodinámico, los procesos necesarios (los que no pueden dejar de ser) tienden al desorden (con un aumento de la entropía). La información estructural, depositada en la disposición de las unidades materiales, es lo contrario al desorden.

La vida se opone al desorden mediante la selección de procesos que tienden al orden: las funciones vitales. De acuerdo con Schrödinger, en los seres vivos la producción de entropía se ralentiza. En general, la necesidad imperativa de las interacciones materiales genera estructuras espontáneas que tienden al desorden; pero, en ambientes adecuados, algunas de esas estructuras realizan interacciones contingentes que, a su vez, producen otras estructuras que pueden ser seleccionadas funcionalmente por su oposición al desorden… Son las funciones vitales, esenciales de la vida. Estas estructuras integran organismos que presentan una coherencia y plasticidad funcional frente al medio moldeador y selector, favoreciendo, así, la independencia del individuo respecto a la incertidumbre del entorno.

En resumen, la función sería prioritaria o precedente a la estructura: las estructuras se moldean y seleccionan funcionalmente, y, así, albergan información biológica.

Del Caos al Cosmos

En el principio fue el Caos…, el primer ser de los primitivos griegos, que no tenía forma y le atribuían la creación de un universo de naturaleza impredecible bajo el dominio de dioses caprichosos.

Posteriormente, la ciencia griega alcanza su cénit en Jonia (entre el 600 y el 400 a. C.), planteando un universo ordenado y comprensible, el Cosmos. La racionalidad filosófica de los Jonios les llevó a conocer el orden interno del universo, la regularidad de sus procesos y la necesidad reglada de sus fenómenos: el Cosmos es un universo ordenado, predecible y experimentable.

Quizá el filósofo más representativo de este momento de esplendor sea Demócrito de Abdera, que expone un pensamiento muy próximo al de la mejor ciencia actual: “Nada existe, aparte de átomos y el vacío”. Su concepción de un universo material, en constante interacción dinámica, es compatible con la actual del espacio-tiempo.

El brutal asesinato de Hipatia, y la posterior destrucción de la Biblioteca de Alejandría, en el 415 de nuestra era, abre paso a la ignorancia irracional del medievo en lo relativo a las ideas filosóficas y científicas (Aristóteles reaparece, pero teñido por la escolástica). Hasta finales del siglo XVI, la naturaleza volvió a ser caprichosa e impredecible, mero agente de la voluntad divina: no se distinguían bien los organismos vivos, ni entre sí ni entre la totalidad de los seres, todo formaba parte de una cadena continua de entes creados por Dios, y mantenidos por generación (especial para los superiores y espontánea para los inferiores).

 

Las leyes de la naturaleza

Las leyes de la naturaleza empezaran a asomar en la mente de los científicos en el siglo XVII, pero inicialmente en la física, poco después en la química y mucho más tarde en la biología. Los naturalistas comienzan con el análisis de las estructuras visibles y la clasificación de los seres vivos.

Galileo, Descartes, Leibniz, Lavoisier y Newton, entre otros, se plantean descubrir el orden, el código, las causas de los fenómenos, y unirlos entre sí mediante leyes que sustituyan el sistema de signos divino por el sistema de signos de las matemáticas. Pero este nuevo abordaje limita el ámbito de las ciencias naturales a la física. Con la mecánica, todo en la naturaleza funciona como una máquina, es más, toda la naturaleza es una máquina. Esta concepción mecanicista afecta fundamentalmente a la naciente fisiología médica, que aún no distingue las funciones vitales, solo órganos que funcionan dentro de la mecánica universal. Pero una máquina obedece a un diseño y a una inteligencia diseñadora exterior, esto es, a un proyecto, a una finalidad…, propias de una concepción teleológica, ajena al método científico.

Por su parte, el inventario de los seres naturales se fue organizando en una disciplina denominada Historia natural, basada en el análisis de las estructuras visibles y su clasificación según su grado de organización y sus capacidades de movimiento: animales, vegetales y minerales, inicialmente sin separaciones netas.

En el tránsito de la teología al materialismo monista, nos encontramos con toda clase de situaciones intermedias de naturaleza metafísica: materialismo dualista, como el de Descartes; animismos y vitalismos, opuestos al mecanicismo… La Biología surge como ciencia con la idea de organización funcional. Esta nueva perspectiva, que comienza con Buffon y Lamarck, plantea que los organismos surgen de la integración orgánica de funciones previas. Además, con Cuvier y, sobre todo, con Darwin, estos se enfrentan a las contingencias ambientales, y, por lo tanto, evolucionan en un ajuste continuo sin perseguir finalidad alguna. Estas características no las cumple ningún mecanismo, por muy complejo que sea.

Una vez deslindados los seres orgánicos de los inorgánicos, ¿qué pasa con el inventario y clasificación de la ingente cantidad de ellos? Y, sobre todo, lo que Herschel llamó “el misterio de los misterios”: ¿cómo se originan las especies? Por un lado, tenemos a Linneo, que, mediante el análisis de las partes visibles de las plantas, extrae sus rasgos más característicos, y, así, establece jerarquías de clasificación o taxones, atendiendo a lo esencial o unitario de cada grupo. Por otro lado, Buffon, dice que en la naturaleza no existen más que individuos, y los géneros, los órdenes y las clases solo existen en nuestra imaginación… Pero la unicidad extrema (las características únicas de cada individuo), nos llevaría a una clasificación infinita e inoperante para la actividad científica. Para Buffon, los organismos pueden exhibir una gran diversidad mediante la combinación de partículas vivientes, que él denomina moléculas orgánicas. Buffon tiene presentes las teorías físicas y químicas de Newton acerca de la atracción y de la afinidad, respectivamente, como resultado de interacciones invisibles entre las partículas que componen la materia.

 

La perspectiva funcional en Lamarck: la importancia del medio para los seres vivos

Lamarck establece una jerarquía funcional de las estructuras, que aplica a la clasificación, distinguiendo entre la organización interior de un animal, que responde al sistema integrado de relaciones funcionales, y su forma exterior. No solo las partes de un ser vivo no están separadas en su funcionamiento, sino que los organismos tampoco están aislados de la naturaleza que los rodea, hay una continua interacción adaptativa entre cada uno de ellos y su medio. La revolución de Lamarck reside en el principio del uso y desuso, que eleva la idea popular de su época sobre la herencia de los caracteres adquiridos a teoría evolutiva: la inducción del cambio corporal por alteraciones previas del comportamiento (del entorno alterado al cambio de hábitos y a la modificación corporal). Merece la pena citar el enunciado de este principio que hace Lamarck en las Recherches (1802) y en la Philosophie zoologique (1809):

No son los órganos, es decir, la naturaleza y forma de las partes del cuerpo del animal, lo que ha dado lugar a sus hábitos y facultades especiales, sino que son, por el contrario, sus hábitos, su modo de vida y su entorno lo que ha controlado en el curso del tiempo la forma de su cuerpo, el número y estado de sus órganos y, finalmente, las facultades que posee.

Esta hermosa frase recuerda la posterior y célebre de Marx:

No es la conciencia del hombre la que determina las condiciones materiales de su existencia, sino estas últimas las que determinan su conciencia.

Lamarck establece así una relación de causa efecto, una prioridad de la función sobre la estructura, y subraya la importancia del medio sobre el ser vivo.

Hemos visto que para saltar de la idea medieval de generación a la de evolución por selección natural de Darwin fue fundamental la intervención de Linneo y su concepción filiativa de las especies, pero ha sido aún más importante la concepción funcional y organicista de los seres vivos de la mano de científicos tan diversos como Buffon, Lamarck y Cuvier.

 

La perspectiva funcional en Cuvier. Armonía funcional y discontinuidad estructural

Los enormes conocimientos de Cuvier en anatomía comparada y en paleontología lo llevaron a refutar la idea medieval de la cadena continua de los seres y la de su permanente generación espontánea. Él ve saltos insalvables entre los organismos y el registro fósil, que explica mediante una sucesión de extinciones catastróficas seguidas por nuevas creaciones (pero biológicas, no divinas), que conducirían a los grandes tipos actuales, que exhiben discontinuidades abismales entre ellos. Cuvier introduce, de esta forma, en la biología la idea de contingencia en los sucesos y de discontinuidad en la cadena de los seres, ambas esenciales para los posteriores planteamientos evolucionistas de Darwin.

Pero tanto o más importante es la perspectiva funcional en Cuvier, que sitúa la función delante de la estructura. Para este célebre anatomista, el organismo animal es una unidad de funciones integradas con una enorme posibilidad de diversidad estructural, fundamentalmente en la parte más externa. Se abre un mundo de semejanzas funcionales y de diferencias estructurales. En la anatomía comparada ya no se miran las estructuras aisladas entre sí, sino en la coherencia de su dinámica funcional.

Por otra parte, Cuvier distingue una discontinuidad estructural, debida a la contingencia, agrupada en cuatro planes o tipos básicos, y una continuidad funcional debida a las condiciones de existencia en el entorno. Además, Cuvier, hace una jerarquía entre los órganos más o menos esenciales, y sitúa a los primeros en el interior de la estructura viva y a los segundos en el exterior. Esta distinción estructural de Cuvier, entre un núcleo interno esencial y una periferia interactiva y variable, es muy profunda y alcanza a varios de los niveles de organización de la materia: los átomos, las proteínas (como nivel biológico supramolecular), las células y los individuos pluricelulares.

 

La perspectiva funcional en Darwin. La contingencia del medioambiente en la ontogenia y en la filogenia

Darwin no utilizó el término «evolución» en su Origen de las especies, sino la idea de «herencia con modificación», y, aunque actualmente el primer término, fundamentalmente si hablamos de evolución darwiniana, tiene otro significado, etimológicamente –y, sobre todo en aquella época– significa “despliegue” (del latín evolvere), más propio del desarrollo embrionario, finalista y progresivo.

En la embriología, los descubrimientos de von Baer están en línea con los de Cuvier respecto a la discontinuidad entre los grupos de seres vivos: observa cuatro tipos de desarrollo embrionario que coinciden con los que el sabio francés identifica en sus estudios de anatomía comparada. Pero, además, también distingue entre interno y externo en el espacio y entre próximo y lejano en el tiempo, respecto a las estructuras y rasgos más o menos generales. Este embriólogo no estaba de acuerdo con la teoría de la evolución filogenética de Darwin –donde bajo este término se teje una compleja red de relaciones medioambientales de forma contingente, sin dirección ni propósito alguno–, pero, sin embargo, ya tenía un barrunto de la relación en el espacio y en el tiempo de la evolución propia de la ontogenia.

Estas conclusiones de von Baer las llevaría más tarde Haeckel al campo de la evolución en su expresiva ley biogenética: «La ontogenia recapitula la filogenia».

No obstante, tanto von Baer con la embriología como Cuvier con la anatomía comparada y la paleontología ponen los cimientos para la construcción de la teoría darwiniana. Cada uno en su campo distingue entre órganos más internos –los más importantes, los que aparecen en primer lugar y definen a cada uno de los cuatro grandes grupos– y órganos más superficiales, más variables, tardíos y definidores de los subgrupos y pequeñas ramificaciones de los grandes taxones.

En términos evolutivos, la estructura interna de los animales respondería a la adaptación a los cambios del entorno en el pasado, definidora de los grandes tipos esenciales, mientras que la estructura más superficial estaría asociada a la interacción contingente más reciente entre el organismo y su medio, generadora de una explosión de diversidad adaptativa. El juego entre presente y pasado, entre lo actual y la historia, entre ontogenia y filogenia, es también el juego en interacción incesante entre las estructuras internas y externas.

Recapitulando, al llegar a Darwin, además del cambio en el concepto de especie y de la influencia del medio en la función y estructura del ser vivo, la medieval idea de generación divina había sido sustituida por la fisiológica de reproducción. Esta nueva concepción exigía algún tipo de información que pasara mediante células sexuales, o no, de una generación a la siguiente, es decir, algún tipo de herencia. Por lo tanto, la teoría de Darwin nacía, al igual que la de Lamarck, con dos dimensiones de cambio: una en el espacio, de adaptación al medio, y otra en el tiempo, de formación de nuevas especies por reproducción diferencial de las más aptas. Algunas de las grandes diferencias con Lamarck no tienen tanto que ver con la idea de herencia de los caracteres adquiridos –que, con matices, estaba en la teoría de la pangénesis de Darwin–, sino fundamentalmente en la orientación teleológica del francés de tendencia a la perfección frente a la absoluta falta de dirección y propósito en la evolución temporal dentro de la teoría darwiniana.

En Darwin, el cambio en las especies producido a lo largo del tiempo no busca ningún fin ni es el resultado de ningún programa de desarrollo, como ocurre en la ontogenia. De acuerdo con Haeckel, la ontogenia recapitula la filogenia, pero esta es impredecible –no hay camino, solo estelas de lo ya navegado– y está a merced de la contingencia medioambiental. En el concepto de selección natural hay que subrayar la continua interacción entre los organismos y sus medios. Los seres vivos mantienen un equilibrio dinámico y armónico con sus medios cambiantes, pero de forma contingente, sin propósito alguno.

 

 

Del árbol de Darwin al telar de la vida

En su libro, El origen de las especies, Darwin eleva el Sistema Natural de clasificación de Linneo a árbol evolutivo. En el primero, las especies se relacionan por parentesco filiativo, aunque con un trasfondo creacionista; en el segundo, vemos un único origen del ancestro común de los seres vivos, y una ramificación progresiva que lleva hasta los organismos actuales. Así, en su obra cumbre, Darwin plantea, como uno de sus conceptos principales, lo que denomina descendencia con modificación, mediante evolución por selección natural, donde el medio ambiente juega un importante papel en la información biológica.

Con Mendel nace la Genética, que postula una herencia interna codificada en secuencias de ADN denominadas genes, que están en los cromosomas de las células. Esta herencia genética se transmite verticalmente de padres a hijos, pero también horizontalmente entre especies, sobre todo con la intervención de bacterias y virus. Con la irrupción de la genética, la biología se centra en la información que pasa de una generación a la siguiente (dimensión de cambio temporal) y abandona la información adaptativa (espacial) basada en la plasticidad fenotípica frente al medio.

Teniendo en cuenta todos estos elementos, el árbol de la vida se puede transformar en un telar, con su urdimbre celular y su trama vírica, donde los organismos aparecen como diferentes estados informativos en permanente interacción dinámica, integrando la biósfera.

Aquí, la novedad reside en que la información biológica no es solo genética (almacenada en las secuencias del ADN y ARN). Además de la, ya conocida, epigenética, también presente en los cromosomas, incorpora una información, que podemos considerar pregenética, basada en la versatilidad y adaptabilidad intrínseca de algunas proteínas frente a su entorno molecular.

En el mundo de las proteínas, podemos encontrar desde las muy estructuradas, que se aproximan a los conocidos dogmas deterministas de la biología molecular –a una determinada secuencia, le corresponde una única estructura y una función–, hasta las total o parcialmente desestructuradas, que violan estos dogmas. Mientras que en las primeras la interacción ligando/proteína funciona como una llave y su cerradura, para las segundas se propone un ajuste inducido, como una mano con todas las posibilidades funcionales según el utensilio que maneje.

Las proteínas parcial o totalmente desestructuradas (IDP) constituyen el 50% de las proteínas de eucariotas y presentan dificultades para poder dilucidar su estructura tridimensional, tanto con los métodos clásicos de estudio como con programas de IA, como AlphaFold, ya que carecen de estructura terciaria estable.

Las IDP solo adquieren una estructura tridimensional estable cuando interaccionan con algún ligando funcional de los varios posibles. Aquí es la función la que impone la estructura tridimensional.

Vemos, claramente, que la selección funcional produce información biológica conformacional: una proteína desordenada con varias funciones y varias conformaciones, propiedades muy convenientes para las rutas reguladoras y de señalización celular donde actúan estas proteínas frente a los cambios ambientales.

La biología tiene que elegir entre la lógica del azar y la necesidad –donde la estructura es acertada en la ruleta de la mutación al azar y precede a una necesidad funcional finalista–, o la de la necesidad y la contingencia concatenadas. Se trata de explicar la historia de interacciones coherentes que va de la formación del tejido espaciotemporal del universo al telar de la vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 14 de marzo de 2025

 

LO GRANDE Y LO PEQUEÑO EN LA NATURALEZA

 

Las distintas formas de ver la naturaleza

¿Quién no ha quedado alguna vez embelesado ante las fascinantes manifestaciones de la naturaleza?: volcanes en erupción, grandes ríos y cascadas, montañas, desiertos, la lujuriante vegetación de las selvas tropicales, el trepidante dinamismo de las especies animales en la sabana y en los océanos; o la plácida observación de la grandeza del universo una noche estrellada, con un buen telescopio… Pero también los seres y estructuras minúsculas que podemos ver con el microscopio.

Los instrumentos que nos permiten visualizar la inmensidad del universo y lo diminutamente pequeño, no bastan; necesitamos también una forma de ver, una nueva mirada, esto es, una teoría. Erwin Schrödinger resumía la importancia de la teoría en la ciencia con una expresiva frase: «Se trata no tanto de ver lo que aún nadie ha visto como de pensar lo que todavía nadie ha pensado sobre aquello que todos ven». Esta recomendación es parecida a otra previa de J. W. von Goethe: «Todo ha sido ya pensado. El problema es pensarlo de nuevo». Las dos marcan la diferencia entre los hechos –la descripción formal de lo que cualquiera puede ver– y la teoría, la visión mental, la elaboración conceptual e interpretativa de los hechos.

Así, pues, para que un objeto pueda ser analizado y conocido no es suficiente con descubrirlo, hace falta una teoría que lo interprete; como se ilustra perfectamente con los descubrimientos que el telescopio y el microscopio ponen delante de nuestros ojos, ambos instrumentos nos ayudan a ver, pero siempre es una teoría –como la teoría heliocéntrica– la que nos permite observar e interpretar.

 

Lo grande y lo pequeño tienen distinta consideración

Las observaciones llevadas a cabo por pioneros como A. Leeuwenhoek y R. Hooke del universo microscópico, pero carentes de explicación teórica, solo pusieron de manifiesto un mundo desconocido que frecuentemente descentraba a los naturalistas, ya abrumados con sus problemas de clasificación de seres macroscópicos. Así, el pensamiento de la época no sabe qué hacer con esta explosión de diversidad microbiana, y a lo más que llega es a reavivar la discusión entre partidarios y detractores de la idea de generación espontánea.

Aunque esta idea vitalista arranca de los filósofos griegos, aquí vamos a relacionarla con la visión medieval de una cadena continua de los seres creada por Dios, en una naturaleza que opera como mero agente divino y donde las reposiciones de los eslabones se producían mediante generación, especial o espontánea, tanto de los seres vivos (esta última, en las formas inferiores) como de los minerales. En el siglo XVI, todo aparece embrollado de forma caprichosa, resultado del designio divino. Reaparecen las ideas aristotélicas, pero teñidas de las creencias de la escolástica: todo ser se explica por la unión singular de materia y forma. No hay leyes naturales que permitan entender a los seres y sus procesos; la naturaleza aparece ligada a la voluntad de Dios, pero no como el resultado acabado de su obra, sino como su agente ejecutor: el que da forma a la materia y genera permanentemente los seres –ríos, montañas, planetas, animales, plantas, etc.– manteniendo y dirigiendo su creación. Resultado de esta creación divina, cada ser vivo es un eslabón de la cadena continua de los seres, que une todos los objetos de este mundo. El creador se vale de la generación para conservar un mundo creado por él.

 Por una parte, animales y plantas pueden engendrar semejantes, por generación especial, mediante la unión por la acción de Dios de la materia y la forma, aunque en este caso los padres no sean más que la sede de las fuerzas –el alma y el calor innato del líquido seminal– que unen la materia con la forma.

Por otra parte, los seres considerados inferiores –gusanos, moscas, serpientes, ratones, etc.– no nacen de la simiente, sino por generación espontánea desde la materia en putrefacción, la suciedad y el barro, bajo la acción del calor del sol.

 

Refutación de la generación espontánea y teoría celular

Muy sucintamente, en el siglo XVII, Francesco Redi demuestra experimentalmente que la carne putrefacta «no criaba gusanos por sí misma», sino que aquellos procedían de los huevos previamente depositados por una mosca.

Con el avance de la microscopía, se abre de nuevo la posibilidad de que los microorganismos pudiesen surgir por generación espontánea. En el siglo XVIII, Lázaro Spallanzani demuestra que estos proceden de huevos y esporas, calentando agua en un recipiente tapado hasta ebullición evitando su contaminación. Pero los partidarios de la generación espontánea objetaron que la fuerza vital no podía entrar con el aire en un recipiente tapado.

Tuvieron que pasar otros cien años hasta que Louis Pasteur ideara unos experimentos para demostrar que los microorganismos solo aparecen como contaminantes del aire, y no espontáneamente. Utilizó unos matraces en cuello de cisne que permitían la entrada de oxígeno que se consideraba necesario para la vida, pero que con sus cuellos largos y curvos atrapaban las bacterias, las esporas de los hongos y otros microorganismos evitando que su contenido se contaminase tras la ebullición. Pasteur proclamó: «La vida es un germen y un germen es vida».

Alrededor de 1860 se vive un momento de gran esplendor de la biología: con la refutación de la polémica generación espontánea, nace la microbiología experimental; y, además, la teoría celular –que define la unidad mínima de vida–, la teoría de la evolución por selección natural –con la publicación del libro de Darwin El origen de las especies– y los experimentos –acerca de la transmisión hereditaria de caracteres a lo largo de generaciones de seres vivos– de Mendel, que son el origen de la genética.

 

Antes de entrar, dejen salir: el origen de los virus

Esta norma, de lo que se conocía como urbanidad en mi infancia, aparecía en las puertas de los vagones del metro. Aunque, actualmente desaparecida, vuelve a ser reivindicada, no es ese mi propósito aquí, sino más bien utilizarla para plantear un problema biológico aparentemente simple, y también relacionado con la consideración del tamaño: el origen de los virus.

Unas décadas después de enunciarse la teoría celular, en los albores del siglo XX, se descubren los virus. A pesar de su abundancia y de estar en casi todos los ecosistemas terrestres, los virus no son considerados seres vivos porque no cumplen los criterios de unidad mínima de vida de la teoría celular: son parásitos celulares obligados, para su replicación. Pero lo más notable de esto, es la muy alta especificidad que presentan por un determinado tipo celular y, en su caso, por la especie pluricelular: por ejemplo, dentro de los virus que ocasionan el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) todos infectan específicamente los linfocitos T auxiliares (Th), y no otros linfocitos –especificidad de tipo celular–, pero además son distintos y específicos los que, por ejemplo, infectan a humanos (virus de inmunodeficiencia en humanos, VIH) de los que infectan a felinos (VIF).

Dada esta notable especificidad por el tipo celular donde, como parásitos obligados: entran, se replican y salen… Vuelven a infectar: entran se replican y salen… Sin entrar aquí en muchas más prolijas consideraciones, la pregunta es: ¿por qué primero entrar y no salir? Si los virus surgieron inicialmente como vesículas celulares, reduciríamos el problema de encontrar la especificidad de estos para cada tipo celular mediante aciertos en el azar de la ruleta cósmica; además de tener que explicar el origen de unas entidades complejas, que son parásitos celulares obligados, antes de la aparición de las células.

La biología debe revisar bien los puntos de partida de sus teorías y no caer en el planteamiento de que lo más pequeño y lo más simple es lo primero.